Sáb 29.01.2005

CONTRATAPA

Auschwitz y los argentinos

› Por Osvaldo Bayer

El ambiente del jueves pasado en Alemania impresionó, sin lugar a dudas. Los actos en el Bundestag, las legislaturas provinciales, la edición de los diarios –con tres o cuatro páginas dedicadas al tema– y la transmisión del acto en Auschwitz, en recuerdo del máximo crimen cometido por el ser humano contra otros seres humanos, quedaron como señal de que jamás debe olvidarse el Holocausto. Más todavía, quien fuera largos años embajador de Israel en Alemania, Avi Primor, dijo en el acto de Düsseldorf: “La cultura de la memoria histórica de los alemanes y su disposición a aprender del pasado es verdaderamente un modelo. ¿Dónde, por cierto, se encuentra una nación en el mundo que haya levantado monumentos para recordar su propia vergüenza? Hasta hoy, sólo los alemanes han tenido el coraje y la autocrítica para hacerlo”.
Claro, la pregunta es fundamental: ¿cómo fue posible Auschwitz? El asesinato de más de un millón de presos luego de humillarlos y castigarlos hasta superar toda imaginación de la maldad?
La televisión alemana trajo el testimonio de guardianes nazis del campo de la ignominia. Y la realidad le da la razón a Hannah Arendt cuando escribió La obscenidad de la maldad. Los reportajes no pudieron ser más obscenos. Las bestias uniformadas no desmintieron ningún crimen. Describieron en todos sus detalles las cámaras de gases, el trabajo esclavo, los castigos que propinaban y la muerte. “Los sanos iban al trabajo, los viejos, niños y enfermos, al gas”. Así, directamente, al gas. No es que estuvieran orgullosos por lo que habían hecho, pero sí de que habían cumplido con lo que les mandaron a hacer. Y ellos cumplieron. Obediencia debida.
Obediencia debida, argumento que el fiscal alemán del tribunal contra los asesinos de Auschwitz, Fritz Bauer, en Francfort, en 1963, negó como derecho. “No se puede alegar obediencia debida jamás en crímenes de lesa humanidad”, lo dijo Fritz Bauer. Verdad pura que no fue utilizada por los radicales de Alfonsín al aprobar la ley de obediencia debida para perdonar a todos los torturadores y asesinos de la dictadura militar de la desaparición de personas. Cuando se les preguntó a los guardianes de Auschwitz si habían matado a prisioneros, respondieron que sí, de inmediato. Y al reprochárseles esta conducta, se sorprendieron y respondieron: “Y qué quiere que hiciéramos si teníamos la orden”. Y basta. La única moral, la obediencia debida. (Un recuerdo argentino que no nos va a dejar en paz con nosotros mismos, cómo fue posible esa ley. Habría que invitar a todos los diputados y senadores radicales que votaron esa ley y preguntarles si la votaron porque habían recibido la orden.)
Los tres guardianes dijeron algo irrefutable: “Si hubiéramos ganado la guerra seríamos héroes y no asesinos”. Lo obsceno de la maldad. Si no hubiera habido guerra esos tres guardiacárceles de Auschwitz habrían seguido siendo carteros, o carpinteros, o enfermeros, profesiones que habían ejercido anteriormente. Pero les tocó en suerte ser enviados con uniforme a Auschwitz y fueron torturadores, asesinos, verdaderos bestias por la obediencia debida. Un millón de muertos por ser judíos, gitanos, comunistas, homosexuales o discapacitados. La obscenidad de los crueles, de los “normales” que se degeneran porque tienen mando, uniforme, poder sobre el indefenso.
Pero no fue todo oro lo que reluce en la Alemania de la memoria. Los siete diputados neonazis pegaron el gran golpe en la Legislatura de Baja Sajonia al retirarse de la sesión donde se pidió un minuto de silencio por las víctimas de Auschwitz. Se retiraron porque no se había pedido al mismo tiempo un minuto de silencio por los cincuenta mil alemanes muertos (casi todas mujeres y niños y ancianos) en el bombardeo de Dresden realizado por los ingleses en los últimos días de la guerra, cuando esa ciudad abrigaba a los civiles fugitivos de las provincias del Este, ante el avance ruso. Una actitud oportunista e irracional, típica de los neonazis, los admiradores de la irracionalidad. Lo justo hubiera sido ponerse de pie por las víctimas de Auschwitz, y luego, pedir lo mismo, en febrero, en el aniversario de los muertos de Dresden. Pero fue muy oportunista la actitud de esa extrema derecha.
Ahora se han alzado las voces de prohibir para siempre a las organizaciones neonazis. Estamos en contra de esa prohibición; los detrictus de una sociedad deben quedar a la luz. Deben salir a la superficie para ver lo que son y lo que quieren. Pese a esporádicos aumentos de votos –voto castigo a los partidos gobernantes– no dejan de ser una minoría absoluta. Quieren el tiro fácil, el puñetazo y el palo para disciplinar a la juventud. Los conocemos, en la Argentina tenemos a los Patti, a los Bussi, a los Rico, a los Blumberg.
En todas las escuelas de Alemania se dieron clases explicando Auschwitz, el racismo, el autoritarismo, la crueldad. Se repartieron libros sobre el tema. Es impresionante la cantidad de títulos que analizan la tragedia inexplicable por su extrema crueldad.
Pero, decíamos, no es todo oro lo que reluce. Acaba de ocurrir en Alemania algo inexplicable e increíble. El gobierno de Brandemburgo acaba de suprimir de la enseñanza escolar el análisis del genocidio armenio. Los turcos asesinaron en la segunda década del siglo pasado a más de un millón de armenios. A los hombres los ahorcaron y a las mujeres y los niños se los dejó morir de hambre.
Una matanza que conmovió al mundo. Turquía jamás pidió disculpas por tamaña matanza oficial. Más, aún hoy lo sigue negando. Pues bien, como en Alemania es tema de enseñanza, el embajador turco en Berlín invitó a almorzar al ministro de Educación de Brandemburgo y le pidió –para mejorar las relaciones entre los dos pueblos– que se anulara la tal enseñanza del programa de estudios. Y el ministro alemán aceptó. Algo indescriptible, inaceptable. Cuando se conoció la medida, toda Alemania reaccionó. Toda la prensa criticó la debilidad y cobardía del ministro germano. El escándalo político ha llevado al gobierno a decir que a partir del próximo curso se van a estudiar no sólo el genocidio armenio sino también otros cometidos en la historia del mundo.
Cuando el jueves terminó el acto en Auschwitz me nació la pregunta: ¿y la desaparición de personas, la llamada “muerte argentina” no debe ser debatida ya en nuestras escuelas: los campos de concentración, las torturas, el robo de niños (y aquí el tratamiento que recibieron las parturientas prisioneras, de un salvajismo atroz), el arrojar vivos a los prisioneros al mar, la desaparición? La desaparición, el método más obsceno de la muerte. ¿Cómo pudo pasar en la Argentina? Esa es la pregunta. ¿Por qué jamás en nuestros establecimientos educativos se habló de la eliminación del indio de nuestras pampas en manos del ejército argentino del general Roca, de la matanza de obreros en la Semana Trágica, de 1919; de la Patagonia y de la Forestal en 1921-22, durante el gobierno de los radicales? Por qué se calla el cobarde y bestial método de la desaparición de personas de la dictadura militar, o los crímenes oficiales de las Tres A durante el gobierno peronista?
En lo posible, de eso no se habla. Obediencia debida y punto final. Aquí, la pregunta obligada que me hacen en el exterior es: ¿por qué a un criminal como el marino Scilingo lo juzga la Justicia española y no la argentina? Les respondo con una frase alfonsinista: obediencia debida y punto final, y con una solución menemista: el perdón absoluto, el indulto. Veintidós años después parece que se inicia un panorama distinto, veremos. Los guardianes de Auschwitz fueron todos condenados a prisión perpetua en cárceles. En la Argentina algunos verdugos ya han muerto en sus camas ayudados por sus solícitas esposas. La Justicia es lenta. Los niños nacidos en prisión y regalados a los verdugos ya tienen casi treinta años. Crueldad y sadismo. En nuestro país, los verdugos de Auschwitz todavía estarían libres.

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