CONTRATAPA
Sin remedio
› Por Rodrigo Fresán
UNO De todos los titulares posibles en un diario de hoy –el que se ocupa de la úlcera sangrante de Irak, el que tiembla por el Parkinson del Papa, el que diagnostica los efectos secundarios del Plan presentado (y rechazado por el Congreso español) para la Autonomía del País Vasco–, yo me quedo con uno que se me antoja particularmente angustiante. Dice así: “El antiinflamatorio Vioxx, sospechoso de causar entre 88.000 y 140.000 infartos en Estados Unidos”. Y subtitula: “El medicamento, retirado en el 2004, fue el mayor éxito de ventas de la historia”. Lo que, de entrada, nos hace pensar en dos cosas perturbadoras. La primera de ellas es que exista un hit-parade de medicinas. La segunda es que los remedios que se supone hacen bien para una cosa –en este caso la artritis– hacen mucho peor para otras. Porque los investigadores descubrieron que 8143 consumidores de Vioxx sufrieron enfermedades cardíacas graves y 1508 de ellos, bueno, se vieron súbitamente curados de todos los males de este mundo. Es decir: se murieron. ¡Milagro!
DOS Y quien escribe estas líneas –lo voy aclarando– es un convencido adicto a la homeopatía desde hace muchos años. Por lo que consumo remedios con nombres casi alquímicos (nada que ver con esos nombres de superhéroes utilizados por la medicina alopática: “¡Soy Vioxx! Y éste es mi amigo, el Dr. Valium”) y sólo muy pero muy de vez en cuando me veo obligado a leer esos prospectos más crípticos que thriller estilo Dan Brown. Lo que no impide que vaya recortando –vaya uno a saber por qué– todas las noticias que tienen que ver con los avances de las sondas por el Cosmos Inconmensurable, con los pronunciamientos de altos jerarcas de la Iglesia Católica y, sí, con las intrigas de la Gran Industria Farmacéutica. Y, ahora que lo pienso, descubro que los tres temas tienen mucho en común: el Universo, Dios y Nuestro Cuerpo. Tres territorios sobre los que sabemos poco y nada. Y sobre los que nos vemos obligados a creer en lo que –astrónomos y sacerdotes y médicos– nos dicen que creamos.
TRES Y más titulares: “Antidepresivos bajo sospecha: El British Medical Journal y la multinacional Eli Lilly se enzarzan en una polémica sobre los efectos del Prozac”. Para lo que no lo saben: un estudio –y documentos internos del laboratorio “proporcionados por una fuente anónima”– parece haber determinado “un nexo entre el medicamento y las tentativas de suicidio o violencia”. El mismo artículo menciona que un adolescente made in USA y consumidor de Zolft –superhéroe de la misma familia del Prozac– primero se sintió mejor. Y después asesinó a sus abuelitos.
CUATRO Y en un principio fueron esos thrillers médicos de Robin “Coma” Cook que funcionaban a partir de un estímulo obvio pero no por eso menos inteligente: a la hora del terror puro y duro da mucho más miedo un hospital que una casa embrujada. En lo que a novelas se refiere, el asunto en cuestión se puso mucho más interesante –y perturbador– cuando, en el 2001, John Le Carré publicó The Constant Gardener. Aquí, los malos eran los ejecutivos de una codiciosa empresa farmacéutica dispuesta a revelar más bien poco de sus productos y, en cambio, más que dispuesta a recetar torturas y asesinatos a todos aquellos que hacían preguntas molestas sobre efectos secundarios y todas esas tonterías y, hey, para qué están los africanos sino para probar en ellos nuevos remedios y a ver qué pasa. The Constant Gardener cerraba con una nota del autor donde se advertía que “comparada con la realidad, mi historia es algo tan liviano como una de esas postales que se envían desde las vacaciones”. Está claro que Le Carré nunca escribió liviandades y la novela en cuestión indignó a algunos y perturbó a muchísimos más. Sobre todo a esos norteamericanos que sonambulan por los infinitos y catedralicios corredores de esos drugstores 24 hrs., dignos de ser fotografiados por Andreas Gursky. Todas esas cajitas y esos colorcitos brillando como tesoros bajo la luz muerta de los tubos fluorescentes. Todos esos pálidos e impacientes pacientes buscando la cura mientras hojean pesados manuales y sueñan con que su próximo médico se parezca a George Clooney o a Jane Seymour pero, por favor, nunca a Robin “Patch Adams” Williams.
CINCO Entre un extremo y otro –entre la hipótesis de las publicaciones médicas que de tanto en tanto entreabren la caja de los truenos y la denuncia sin anestesia apenas disfrazada de best-seller–, se detecta y se ubica sin problemas el tumor de eso que hemos dado en llamar la realidad: La FDA –agencia supervisante de medicamentos de USA y referente para los demás países– está siendo cada vez más cuestionada y The Journal of the American Medical Association ya ha “recomendado” la creación de “un consejo independiente sobre seguridad farmacológica”. No es la primera vez, el tema suele plantearse después de alguna crisis, y luego se disuelve como antiácido. El problema es que cada vez hay más crisis y tienen lugar cada vez más seguido y cada vez son más los especialistas –como Bruce M. Psaty, profesor en la Washington University– que opinan cosas como “Las farmacéuticas tienen un umbral muy alto a la hora de tomar medidas a tiempo para proteger la salud pública”. Y la mayoría de los problemas se soluciona “sin necesidad de hacer anuncios públicos y retirando el lote del producto”. Pero, ay, la mayoría de las alertas recién tiene lugar en lo que se conoce como Fase IV: con el producto autorizado y siendo probado –en busca de nuevas aplicaciones– en grupos que “normalmente no participan de los ensayos”. Léase: “personas polimedicadas, niños, ancianos y mujeres embarazadas”. De todo esto y mucho más tratará la próxima diatriba de Michael Moore –a titularse Sicko– y todo esto denuncia ya el esclarecedor ensayo de Jörg Blech –Los inventores de enfermedades– donde se advierte acerca de los manejos de las farmacéuticas a la hora de volvernos cada vez más dependientes de frascos pastillas y dosis. Cada vez, sí, más aquejados de pensar en curas. Dicho en otras palabras: el círculo se cierra y todo parece indicar que falta menos para que las enfermedades tengan nombres de remedios.