CONTRATAPA
El pan y el jamón
› Por Osvaldo Bayer
Un millón de jóvenes de todas partes del mundo. En los jardines de la ciudad alemana de Colonia. Día de la Juventud del Mundo. Organizado por la Iglesia Católica. Con el papa Ratzinger en persona. Sí, los obispos se pusieron contentos. Los diarios católicos publicaron todo con grandes títulos en sus primeras páginas. Todos alegres. Una gran fiesta. Pero, en alguna página interna, esos mismos diarios publicaron –preocupados– que el número de bautismos católicos va cada vez más en disminución, un sesenta por ciento menos en 2004 que en 1960. Sí, fue una gran fiesta católica, un millón de jóvenes.
Pero se esperaba más. Una nueva línea. Algo que diera esperanzas de que hasta las todopoderosas iglesias deben aprender de la historia.
Las nuevas normas fueron las de siempre: rezar.
La revista Spiegel –el más importante semanario político de Alemania– no titula en su tapa con el Papa. No. Trae un título y un retrato que hay que mirarlo y leerlo diez veces para convencerse. Sí, dice: “Un fantasma regresa de nuevo”. El dibujado en la tapa, haciendo la V de la victoria con los dedos, es nada menos que Karl Marx. El filósofo, el sociólogo. Muerto hace 122 años. El autor de El Capital y –junto con Engels– del Manifiesto Comunista. Ese manifiesto que comienza así: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Y el título de Spiegel tiene un subtítulo: “El nuevo poder de la izquierda”. En la actualidad, El Capital se está leyendo tanto como la Biblia.
El capitalismo no ha resuelto ningún problema del mundo. Al contrario, las falencias siguen en aumento. El problema ha regresado a la discusión universitaria. A los sociólogos, a los politólogos, a los economistas. Uno de los más importantes filósofos sociales de la actualidad, Oskar Negt, acaba de sostener: “Esto es nuevo, es la ironía de la historia: el capital, por primera, vez está funcionando en la historia justamente como lo describió Marx en El Capital. Jamás el capital ha podido moverse tan libre como en la actualidad. Los gobiernos de los pueblos desarrollados son tan dependientes de los movimientos del capital, como jamás había ocurrido. El capital no sólo puede actuar en todo el mundo sino que cada vez hay menos bloqueos y barreras. Es como Marx lo ha descripto: el capital está entrando en todos los poros de la sociedad. Existe el delirio de la privatización como jamás lo ha habido. Tenemos una forma de trato, diría una forma cínica, por la cual los trabajadores son despedidos y a la gente se le dice: pero si hay trabajo, lo único que debéis hacer es buscarlo y encontrarlo. Y sabemos que eso es pura charlatanería”. Señala finalmente que la izquierda “debe volver a ganar los conceptos de Libertad, Solidaridad, Emancipación, que abandonó después de la caída del Muro”.
Por toda esta realidad, por esa desilusión que flota en las calles de los centros del capitalismo y su falta de salidas, se esperó al Papa. Porque justamente el cristianismo tiene que ayudar a buscar una solución conceptual para terminar con el hambre, la desocupación y las guerras en el mundo. Así lo comprendieron desde hace décadas algunos obispos y sacerdotes, muchos de los cuales terminaron siendo víctimas del crimen político. Por eso, sin muchas esperanzas, pero a pesar de eso, con curiosidad, se aguardó cuál iba a ser la posición de este nuevo Papa con respecto al problema de la vida política y económica futura. Ha llegado el momento de terminar con ese chiste irónico de muchos seudosolidarios, aquello de “Pan para el mundo, sí, claro, pero que el jamón quede para nosotros”.
Terminar con un capitalismo actual donde los casos de coimas, inmoralidades, privilegios de políticos y empresarios han llegado a extremos insoportables. Y donde las empresas más poderosas han terminado por dominar la política. ¿Cómo marchar contra esta realidad, cómo modificarla? Cada vez más el recinto de las universidades busca nuevas respuestas. Y aquí cabe también la responsabilidad de las iglesias, cambiar el rezar por la acción, la denuncia. Y terminar con la realidad de que el miedo al infierno hace portar bien a los humanos, los hace trabajar con más conciencia. “El miedo al infierno fortalece a la economía.”
La única alusión política de actualidad a la que se refirió el papa Ratzinger fue la que hizo del terrorismo. “El terrorismo es perverso y atroz”, dijo a los representantes de las comunidades musulmanas que lo fueron a visitar a Colonia. Sí, estamos de acuerdo. ¿Pero a cuál terrorismo se refirió? ¿Al de Bush en los bombardeos a ciudades abiertas? ¿O a la reacción –basados en activistas religiosos– de los pueblos árabes? Una cosa trae la otra y no se va a curar el mundo de terrorismo mientras no haya paz y respeto por los derechos de los pueblos.
El ex ministro de Trabajo del gobierno de la democracia cristiana de Kohl, Reiner Geissler, fue bien claro ante la visita del Papa: “En el Día Mundial de la Juventud, el Papa debe liberar a su Iglesia de las cadenas que atan a la doctrina moral católica”. Y agregó: “esas cadenas son la fijación de la doctrina moral en lo sexual, contra la homosexualidad, contra la píldora y los preservativos, contra la negación de la comunión a los divorciados que se vuelven a casar, contra el sacerdocio de las mujeres”. “Todavía hoy –dijo– y desde los tiempos de los emperadores Diocleciano y Constantino, la iglesia toma a la procreación como único sentido y única meta del acto de amor. La degradación del placer sexual como una variante pecaminosa del acto sexual es una discriminación enemiga de lo humano, de la cual justamente la juventud ha decidido liberarse.”
Pecar es liberarse. La mañana siguiente al Día Mundial de la Juventud católica en Roma, las plazas estaban sembradas de preservativos y, pese al peligro del “pecado mortal”, las monjas y hermanas africanas repartieron preservativos a sus poblaciones por el peligro del sida. En esto último, pecar era no suicidarse. Y aquí, rezar no alcanza.
Como resumen final, la editorial del diario Frankfurter Rundschau señaló: “Las masas jubilosas en Colonia dieron una buena imagen. Pero no nos expresan un argumento. La Iglesia alemana en el Día de la Juventud Mundial festejó su huida de los argumentos y las discusiones”.
Y justo ayer, viernes, los medios de comunicación de Alemania trajeron en primer término algo increíble. Pero se trata de una estadística oficial: “Cada séptimo niño de Alemania vive en la pobreza”. Tal cual. Todo a partir de la casi eliminación de las leyes sociales –especialmente sobre los desocupados, tomadas recientemente–, y así el 14 por ciento de los niños y niñas de este país, ejemplo de lujo del capitalismo, viven en pobreza. El llamado “primer mundo”. Después vienen los otros, nosotros.
Por eso, lo que más entristeció –por lo menos para quienes poseíamos la información– es que el Papa haya aceptado, en forma tan drástica, la renuncia del obispo argentino Juan Carlos Maccarone. Uno de los más sinceros y honestos representantes de las verdaderas enseñanzas de Cristo. Su vida dedicada a la justicia social y a la solidaridad. Se lo saca de circulación por una mera acusación de “homosexual”. Si lo fuera, ¿acaso no ha sido reconocida ya por la mayoría de los países como un tercer sexo creado por la naturaleza y no por “perversión o degeneración”? Aquí, en Alemania, el gobernador de Berlín, ¿no es acaso homosexual reconocido por él mismo y votado por el pueblo?, o el burgomaestre de Hamburgo, ¿no lo es también sin ningún problema, y lo mismo el presidente del Partido Liberal?
Aprendamos la convivencia y no aceptemos una acusación realizada por un chantajista, por otra parte mayor de edad y dueño de sus actos. Otra cosa sería la violación de niños o de seres indefensos. Al obispo Maccarone lo queremos en la Argentina, en su lucha de siempre honesta y valiente. No nos interesa su vida privada, que le pertenece a él. Una cosa muy buena tuvo el Día Mundial de la Juventud Católica en Alemania. Preguntado el cardenal Lehmann –uno de los más sobresalientes– acerca de la política oficial católica con respecto al sexo, respondió: “Sí, es algo que tenemos que empezar a discutir”.
Esperemos. Tienen que ser los propios clérigos, desde abajo, los que tienen que promover ese gran cambio ético que hace a la dignidad.