CONTRATAPA
Eclipsar
› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Tenemos perfectamente claro cuál era la función en la antigüedad de esa súbita oscuridad –el sol o la luna dejando de ser lo que eran por unos minutos– que hemos dado en llamar eclipse. Entonces, desde el principio de los tiempos y hasta no hace mucho, un eclipse certificaba la existencia de los dioses (el ojo del sol cubierto por el parche corsario de la luna, la tímida pupila de la luna velada por el párpado flamígero del sol), anunciaba la proximidad de portentos imprevisibles, abría la puerta de nuevas eras, y –si había suerte– bastaba señalar al cielo justo en ese instante para convertirte en inmortal terreno o, por lo menos, no trabajar más por el resto de tu vida.
DOS Lo que no queda tan claro es –develado y comprendido el truco detrás de esta ilusión verdadera– para qué sirve un eclipse ahora. Qué es lo que buscan todos esos telescopios siguiéndolos (recuerdo un magistral artículo en los años dorados de Rolling Stone donde se investigaba no el fenómeno en sí sino a los fenomenales freaks que los estudiaban) a lo largo y ancho del planeta. Qué ven en ellos, qué esperan aprender de estos pequeños orgasmos cósmicos, estas “pequeñas muertes” espaciales.
La acepción técnica del término nos habla de una “ocultación transitoria total o parcial de un astro por interposición de otro cuerpo celeste”; pero los orígenes de la palabra –griegos y latinos– remiten al más amplio concepto de desaparición del otro o a la propia ausencia y evasión. Por un instante, por los cuatro minutos que durará el clímax anular o –si se tienen muchas ganas– por el menú completo que va de las 9.38 hasta las 11.20 de la mañana. Detener los motores. Alterar el orden de lo establecido. Poner un paréntesis o recibir el don más o menos divino de, por una vez, mirar a los cielos y descubrir que allí arriba pasa algo sobre lo que no tenemos control o –en el caso del agujero de ozono– descontrol.
TRES Así, aquí y ahora, cerca del mediodía, mientras escribo esto, una penumbra rara comienza a cubrirlo todo y a modificar la sombra de los muebles sobre el piso de madera y me levanto a encender la luz y el televisor. Desde hace unos días –cuando me enteré de que en Barcelona el eclipse solar se apreciaría en un 80 por ciento y que esta variedad del fenómeno no tenía lugar sobre la península ibérica desde 1764– supe que yo no lo vería en vivo sino en la animación suspendida de la pantalla de mi televisor. Los motivos son muchos: pocas ganas de salir a buscar los anteojos especiales (Ojo ojos: Gafas de Eclipse homologadas por la U.E.), temor paranoico de imaginar que las gafas especiales no serán suficiente protección y que me convertiré en una especie de Ray Milland en El hombre con los ojos de rayos X, pereza absoluta, ganas de no verlo y después mentir que sí se lo vio y a otra cosa y volvemos a vernos –y a verlo– en el 2026 cuando, dicen, habrá un eclipse total. A ver si estamos para verlo.
CUATRO Dije que encendí el televisor y –horror– ninguno de los canales abiertos había suspendido la emisión de sus habituales y ensordecedores shows mañaneros donde se discute quién es el último amante de la condesita de turno y con quién se encuentra y se esconde el torero de moda. Todos habían decidido subir los sillones a las terrazas y seguir parloteando de lo de costumbre mientras la luna se comía al sol y se puntuaban chismes varios con “¡oh!” y “¡ah!” y “¡mira!”. Mucho más respetuosos –e inteligentes y hasta poéticos– fueron los responsables del canal informativo Euronews, quienes se limitaron a apuntar las cámaras al prodigio y guardar un absoluto silencio en su sección No Comments. Y aquí estoy, intentando resistir la tentación de musicalizar semejante vista con Pink Floyd.
CINCO Ya lo dije, lo dijeron varias veces: el momento máximo y anular duraría tan sólo cuatro minutos, pero a mí me pareció una eternidad. Y hasta puede decirse que fui feliz y que no fui el único; porque durante todos y cada uno de esos 240 segundos –la pausa que refresca y eclipsa– hubo un cambio en la tensión del paisaje y nadie pensó en la crisis de la Unión Europea (lo de las elecciones de Alemania, lo de la Constitución lo de Turquía, lo de...); los idiotas que circulan en bicicleta por las veredas de Barcelona detuvieron sus carreras homicidas; Mariano Rajoy y sus chicos del PP no jodieron con eso de que recurrirán al Tribunal Constitucional la ley que permite el matrimonio homosexual; se dejó de hablar por unos segundos sobre los efectos que tendrá sobre las entidades bancarias y el reino todo la aprobación del Estatut Catalán y las sucesivas “fragmentaciones autonómicas”; no se pensó acerca de quién ganará la presente edición de Operación Triunfo; ningún idiota provocó un incendio gigantesco mientras preparaba el asado porque estaba muy ocupado mirando para arriba y Drácula se dio cuenta demasiado tarde de que había cometido un grave error.
Después, enseguida, todo volvió a la normalidad y algún marido/novio enfurecido asesinó a su esposa/novia (a martillazos, quemándola viva, estrangulándola, arrojándola por un balcón); un coche lleno hasta el techo de adolescentes borrachos se estrelló contra un autobús cargado de ancianos y esta misma noche y por este mismo canal un puñado de más desesperados que audaces africanos intentará cruzar las aguas del estrecho en patera (algunos de ellos se ahogarán) o saltar la verja que separa a Marruecos de Melilla (algunos de ellos serán baleados). Y, por las dudas, con los eclipses no se jode, Benedicto XVI –también conocido como “El Apocalíptico” o “El Sucesor del Mediático”– redactará una nueva homilía catastrofista como la que leyó el domingo con motivo de la apertura del Sínodo de Obispos. Ya saben: o se está de parte del dios que patrocina el Vaticano o va a haber problemas. Algo sobre no entregar “la buena uva” al dueño del viñedo. Esas cosas tan oscuras y eclípticas que dice Ratzinger...
SEIS Los diarios del día después –los de hoy– vendrán con un sol cubierto en sus cubiertas, la inevitable estadística de idiotas (los mismos que se vuelan los dedos con petardos) que miraron mal (y acudieron con sus pupilas en las manos a los oftalmólogos de Urgencias). Y en cuanto al eclipse, su ojo se cerró y el mundo sigue andando.