CONTRATAPA
Vía pública
› Por Enrique Medina
Ubaldino camina arrastrando los zapatos. Una mujer le dice al marido que las calles no se limpian, y él le aclara que sí se limpian, lo que pasa es que la gente es cada vez más sucia; y agarra un volante que le dan. También lo agarra Ubaldino: “¡Quién dijo que la odontología privada es cara!”. El semáforo abre el juego y los transeúntes cruzan. Al llegar a la esquina llueve la oferta de nuevos volantes mentirosos. Mentirosos porque Ubaldino, al final del volantito, lee: “Volante entregado en mano en nuestra oficina. No arroje en Vía Pública. Ley Nº 260”. Ubaldino abolla el volante y lo echa en el cubo de basura, pero está tan hinchado que el bollito resbala y cae en la vereda. Como buen porteño, se desentiende, no por indiferente, sino porque la oferta se vuelve dumping y ya no le alcanzan los dedos para sostener tantos volantitos. Lee: “Masajista VIP - $ 20 - 24 hs. Teléfonos (foto de damisela) - Volante entregado en mano, no lo arroje en la vía pública”. Otro: “Conversor, compramos anulados y bloqueados. Vendemos usados y nuevos: Fútbol, Hipódromo, Adultos, Películas, Canales de chicos. ¡¡¡Todo sin restricciones!!! Volante entregado en mano, no arroje...”. Otro: “Modelos y promotoras Vip. Tu mejor opción. (De fondo, damisela en éxtasis)”. Otro: “Viciosas Vip - 24 hs. - Un cóctel de placer - $$ - (Damisela provocativa en foto chiquita) - Volante entreg...”. Otro: “El Deseo - Pisito privado - Despedidas de soltero - Agasajos - Cumpleaños - (Foto de dos damiselas con lolas al aire) - $ 10”. ¡¡¡Increíble!!!, piensa Ubaldino, más barato que en mi infancia. Otro: “Modelitos Vip - Etc. Etc.”. Otro: “Señoritas - 24 hs. - Privado y Domicilio...”. Ubaldino arroja los volantes e ignora nuevas ofertas. Urgente desciende a la calzada para no ser violado por una manifestación de perros acaudillada por orgulloso adalid de negros anteojos y arrogante actitud de estatua griega con frigio trapo en la cabezota. Compra un diario y el kiosquero le dice que antes aconsejaba no recibir los volantes porque siempre iban a parar al suelo y ensuciaban, pero, mal o bien, es un sueldito, miserable o no, para muchos que no tienen otra salida; así que ahora agarro los volantes para que esa buena gente no se quede sin trabajo y sin leerlos los echo al tacho de basura, y si no lo encuentro los guardo en el bolsillo y después los tiro. Recibe el vuelto y se queda con las ganas de recriminarle la expansión del kiosco, las mesitas con libros que cada vez más impiden el paso normal de la gente, las revistas colgadas que cachetean y despeinan a los despistados. Más adelante le quieren regalar un perfume pero a condición de que compre otro. En la parte más finita de la vereda ya de por sí achicada en un 50% por la entrada del subte, las cholas extienden sus manteles y mesas con bombachas y corpiños y válvulas para grifos, prolongadores de electricidad y demás afinidades. Jóvenes enmochilados atropellan sin importarles el perdón. Bolsos, portafolios, carteras desfilan acarreando gente como bólidos en busca de una ilusión. El teléfono público es golpeado por un anciano en busca de monedas negadas. Una muchacha muy hermosa abre las bolsas de basura en busca de trabajo, halle o no, continúa arrastrando el carro agobiado de cartones. En la entrada del McDonald’s una pareja a la que le urge una cama se besa lánguidamente escaneando sus estómagos. Bajo el sol inmaculado un chico salta hasta el collar y se oscurece, la mujer se toma el cuello y mira hacia atrás, en vano. Y más volantes en la siguiente esquina: “CD-DVD-Virgen-Cartuchos $$-Consulte ya!!!”. Otro: Centro Ecológico del Reciclado. Otro: “Disquettes-Cassettes-Audio-VideoCartuchos alternativos...” Otro: “¡Compro tus cartuchos - Pago en el acto - Nuevos, vencidos y vacíos - Mejoro cualquier oferta!!!”. Otro: “¡Somos los reyes del cartucho!”. Ubaldino cree que el inconsciente le ha hecho leer mal, pero no, leyó bien. Por fin algo de honestidad. Y cruza a la esquina de los volantes de parrillas y restoranes. Y luego a otra esquina y otra, hasta que, harto ya, mete las manos en los bolsillos para negarse a la complicidad del tráfico de volantes, pero le tiran del saco y se vuelve: es una anciana que vende poemas de amor, poemas verdaderos le asegura ella y, en ese segundo inacabable, chocan los ojos. Ubaldino saca las manos, entrega la moneda y se lleva el poema de amor.