Vie 09.12.2005

CONTRATAPA

Concepciones

› Por Leonardo Moledo

La fiesta de la Inmaculada Concepción que se celebró ayer suscita confusiones en gente de una cultura razonable, que parece ignorar algunas verdades elementales, a pesar de que se consideran expertos en la teoría del Big Bang, la literatura del siglo XIX o la pintura prerrafaelista.
Así pues, conviene aclarar las cosas. No se trata de la inmaculada concepción de Jesús, esto es el momento en que el Espíritu Santo fecundó a la Virgen sin intervención de espermatozoide alguno, sino el momento de la concepción de la propia Virgen María en el vientre de su madre que la peculiar mitología católica, plagada de semidioses, canonizó como Santa Ana, y que era, en suma, la abuela de Jesús (que, entre sus muchas particularidades, contaba la de tener una sola abuela y no dos). Es un dogma que establece que, por una gracia especial de Dios, ella (la Virgen) fue preservada de todo pecado desde su misma concepción.
Aunque ésta naturalmente ocurrió algunos años antes de la era cristiana, la concepción se volvió inmaculada hace no mucho, ya que fue proclamada por el papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

“... proclamamos que la doctrina que sostiene que la Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles...”

Dejando de lado el hecho complejo y misterioso de cómo pudo ocurrir tal cosa en atención a los méritos de alguien que todavía no había nacido (Jesús), la idea es mucho más antigua que el Papa que la proclamó. No figura en la Biblia, desde ya, aunque hay quienes, forzando las cosas un poco, creen encontrarla: En Lucas 1:28 el ángel Gabriel enviado por Dios para anunciarle el nacimiento de Jesús le dice: “Alégrate, llena eres de gracia, el Señor está contigo”. Obviamente, no podría estar llena de gracia si acarreara el peso intolerable del pecado original.
No es una demostración tan perfecta como las de Euclides, pero quien se aproximó más a un teorema fue el franciscano Dun Scotto (1256-1308), que una vez, al pasar frente a una estatua de la Virgen, se dirigió a ella y le dijo: Oh Virgen sacrosanta, dame las palabras propias para hablar bien de Ti. Y acto seguido recibió la respuesta en forma de revelación matemática.

1. ¿A Dios le convenía que su Madre naciera sin mancha del pecado original? Sí, a Dios le convenía que su Madre naciera sin ninguna mancha. Esto es lo más honroso, para El.

2. ¿Dios podía hacer que su Madre naciera sin mancha de pecado original?
Sí, Dios lo puede todo, y por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha: Inmaculada.

3. ¿Lo que a Dios le conviene hacer lo hace? ¿O no lo hace? Obviamente, lo que a Dios le conviene hacer, lo que Dios ve que es mejor hacerlo, lo hace.

Por lo tanto:

1. Para Dios era mejor que su Madre fuera Inmaculada: o sea sin mancha del pecado original.

2. Dios podía hacer que su Madre naciera Inmaculada: sin mancha.

3. Por lo tanto: Dios hizo que María naciera sin mancha del pecado original. Porque Dios cuando sabe que algo es mejor hacerlo, lo hace.

Quod erat demostrandum

Ahora, entiéndase bien: la Virgen María no nació sin sexo entre sus padres, Santa Ana y quien quiera que fuera su marido. Simplemente, al ser fecundado el óvulo carecía del pecado original del que padecen todos los óvulos hasta ser redimidos por Jesús (razón de más para que la Iglesia se oponga al aborto). Así, la concepción de la Virgen carece de todos los problemas que plantea el nacimiento de Jesús (que sí fue concebido no sólo sin pecado original, sino también sin sexo), a la luz de la biología molecular. Porque teniendo en cuenta el desarrollo de la genética de Watson y Crick en adelante y todo lo que se conoce ahora sobre el ADN, es obvio que el ADN de Jesús no podía ser idéntico al de su madre, ya que en ese caso hubiera sido mujer. Más aún, hubiera sido un perfecto clon de su madre dos mil años antes de Dolly (cosa que la Iglesia Católica no admitiría jamás). Es decir, el Espíritu Santo mezcló su ADN con el de María (de lo cual se deduce, de paso, que el Espíritu Santo es masculino, ya que si no lo fuera jamás podría haber engendrado un hombre con una mujer). También sugiere la más fantástica de las posibilidades: si se hubiera preservado alguna célula del cuerpo de Jesús, analizando su ADN podríamos tener acceso al genoma de Dios.
Pero ninguno de estos problemas pesa sobre la Inmaculada Concepción de María. Naturalmente, como ni Dun Scoto ni el papa Pío X sabían nada de genética, ni habían oído hablar de Mendel o Darwin, pudieron abordar el tema sin prejuicios.

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