Jue 29.12.2005

CONTRATAPA

Izquierda

› Por David Viñas

“Los muertos que vos matáis
gozan de buena salud.”
José Zorrilla, Don Juan Tenorio, 1844


No se trata aquí de postular la comunión de los santos. Pero si se tiene en cuenta que un diario modelo del neoliberalismo como La Nación distribuye, a través de sus obstinados estrategos políticos, la idea de que la izquierda “ha muerto” corresponde, por lo menos, plantear algunos interrogantes.
Sobre todo frente a la notoria vocación necrológica de ese matutino que inauguró –ya hace años– una secuencia que empecinadamente difundía tanto la defunción de las ideologías como la ruina de la historia o el fallecimiento del sujeto en diversos niveles. Lúgubre y, a la vez, jubilosa colección que, por cierto, se ha sentido descolocada con el triunfo categórico de Evo Morales en las elecciones presidenciales de Bolivia.
¿Qué ocurre? En primer lugar, que a la izquierda no se le reconoce, a lo largo de las luctuosas participaciones emitidas por La Nación, un carácter histórico. Ni marco de coyuntura ni encuadre referencial. Escamoteándose así datos elementales tan divulgados como la concreta aparición de la izquierda en los años de la Revolución Francesa. Designación –como se sabe de memoria– condicionada por el lugar que en las asambleas ocupaban los sectores más radicalizados en esa inflexión histórica. Cabe agregar, en este orden de cosas, que durante los siglos XIX y XX (y en lo que va del XXI), la izquierda como denominación ha aludido a bloques y contenidos diversos de acuerdo con el devenir político, pero que privilegiaban siempre, eso sí, el cambio en polémica con la defensa del estatucuo.
Incluso esa historicidad, en su producción vertiginosa, se ha corporizado en franjas más personales: Clemenceau, considerado por La Nación un “hombre de izquierda”, en el negociado de Panamá o en la represión de los motines populares de 1917, encarnó momentos antagónicamente reaccionarios. Y en nuestro país –para no abundar– Américo Ghioldi, considerable diputado socialista en los años ’30, terminó su itinerario como obsceno embajador en Portugal nombrado por la dictadura militar en 1976.
Después de estos desahogos pedagógicos, obvios e ineludibles, es necesario situar, de inmediato, la perplejidad de La Nación ante el arrollador proceso electoral de Evo Morales. No sólo porque la izquierda real en Bolivia se ha desplazado desde el vetusto MNR y de los equívocos del MIR hacia el MAS, sino porque en Venezuela, clave en el arco de sincronía, alguien tan sistemáticamente descalificado como Chávez –inmovilizado por el quietismo teórico de La Nación en “su destino de militar golpista”–, apuesta a una actualización del socialismo, mientras la “izquierda” representada por Acción Democrática hoy no es mucho más que un mustio recuerdo.
Cambios, entonces, dramática histórica con sus desplazamientos y resignificaciones alarmantes: Evo Morales cocalero, Chávez bolivariano. Connotaciones impensables, lógicamente, para los clásicos de la izquierda. Pero que para las interpretaciones neoliberales se traducen en incomprensión y en sustos. En particular, porque a La Nación –por su reticente periodismo deshistorizador–, a Bolivia y a Venezuela, se les suma el inquietante futuro político de Chile, el del Perú y Nicaragua con preocupaciones agravadas.
Como balance: ¿qué le queda al neoliberalismo más allá del miedo? ¿Plegarias o profecías apostando a una presunta “moderación”? ¿Acaso a un centrismo virtuosamente alejado de los “extremos”?
Ante semejante barullo, ni triunfalismo ni canonizaciones. Pero la pregunta fundamental se impone como un desafío: ¿no era que la izquierda –latinoamericana ahora– estaba definitivamente enterrada de acuerdo con los editoriales, concienzudos análisis, arengas y rituales de La Nación?

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