Mié 18.01.2006

CONTRATAPA

Infinitas monedas

› Por Adrián Paenza

Desafiar la intuición. Este tendría que ser el título de esta nota (y de muchas otras, claro). Todos tenemos ciertas ideas sobre las cosas. Opiniones. Juicios formados. Eso, en principio, tranquiliza, porque nos evita la ansiedad de enfrentar lo desconocido.

Por supuesto, uno querría extrapolar los conocimientos que tiene –muchos o pocos– y utilizarlos para todas las situaciones posibles. Eso es claramente imposible. Sin embargo, hay ciertos momentos en los que tenemos confianza en que lo que intuimos está bien. A veces, camina. Otras veces, no.

Le propongo pensar un ejemplo (ficticio, claro) que involucra conjuntos infinitos.

Un señor tenía dos hijos. Era una persona muy rica. Tan rica era que su capital era infinito. Como sabía que estaba por morirse, convocó a sus hijos y antes de retirarse de este mundo, les dijo: “Yo los quiero a los dos por igual. No tengo otros herederos más que ustedes. Les voy a dejar mi herencia en monedas de un peso (es decir, les dejaba infinitas monedas de un peso). Eso sí. Quiero que hagan ustedes una repartición justa de la herencia. Aspiro a que ninguno de los dos trate de sacar ventajas sobre el otro”. Y se murió.

Llamemos a los hijos A y B para fijar las ideas. Los dos, después de pasar por un lógico período de duelo, deciden sentarse a pensar en cómo repartir la herencia respetando el pedido del padre.

Luego de un rato, A dice tener una idea y se la propone a B.

“Hagamos una cosa”, dice A. “Numeremos las monedas. Pongámoles 1, 2, 3, 4, 5... etcétera. Una vez hecho esto, te propongo el siguiente procedimiento. Vos elegís primero dos monedas, cualesquiera. Después, me toca a mí”, sigue diciendo A.

“Yo, entonces, elijo una de las dos monedas que vos elegiste. Y te toca a vos otra vez. Vos (B), elegís otra vez dos monedas de la herencia. Y yo, elijo una de las dos que vos seleccionaste. Y así siguiendo. Vos vas eligiendo dos por vez, y yo me quedo con una de las dos que vos apartaste.”

B se queda pensando. Y es entonces cuando yo le propongo a usted que haga lo mismo (antes de mirar o de leer la respuesta). ¿Es justa la propuesta de A? ¿Es equitativa? ¿Reparte la herencia en cantidades iguales? ¿Respeta la voluntad del padre?

Como siempre, siempre existe la tentación de ir más abajo en la página y leer la solución, pero, en ese caso, usted se priva de la posibilidad de desafiarse a usted mismo. Nadie lo mira. Nadie lo controla. Y de paso, uno desafía la intuición.

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