Vie 20.01.2006

CONTRATAPA

Espacios abiertos

Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona


UNO

Son más que escasas las ocasiones en que una gran pieza literaria se convierte en una gran película. Antes sucedía más seguido. Ahora muy de tanto en tanto. Y abundan los chistes buenos y malos sobre el asunto, las anécdotas terroríficas en cuanto a lo que Hollywood les hace a los escritores y, sí, sobran los pésimos films con pretensiones literarias y, peor todavía, las avalanchas de celuloide FX que se revela contra la existencia de algo llamado libro.

Todo esto para decir que la semana pasada fui a comer con Annie Proulx (pronunciar prú). La autora de un gran relato titulado Brokeback Mountain que ahora es una gran película titulada Brokeback Mountain dirigida por el polifacético Ang Lee (quien ya se había atrevido con Jane Austen y Rick Moody sin por eso negarse a Hulk o a guerreros orientales volando por los aires) y que, luego de llevarse el último León de Oro en Venecia, acaba de ganar cuatro Globos de Oro al mejor film, mejor director, mejor guión (a cargo de los escritores Larry McMurtry y Diana Ossana) y mejor canción (compuesta por Gustavo Santaolalla). Proulx estaba contenta entonces y supongo que estará más contenta ahora y –si se cumplen los pronósticos y las cábalas– estará todavía más contenta la noche de los Oscar cuando, quizá, Brokeback Mountain sea la primera love-story homosexual en llevarse las mejores estatuillas de la velada. Más tristes estarán los conservadores y apólogos del viejo y nuevo Far West que entienden al éxito del film –camino de superar a King Kong en recaudaciones– como uno de los inequívocos signos del Apocalipsis que se avecina. Digámoslo así: el fantasma de John Wayne no está para nada feliz.

DOS

Annie Proulx –imponente mujer aficionada desde hace décadas a los espacios abiertos y al gatillo y a la red– pidió jabalí y pescado y volvió a corregir lo que, a esta altura, aparentemente es incorregible: “El cuento y la película no son una historia de amor gay. Se trata de una historia de amor y punto. Y una vez más, por favor, entiéndalo: sus protagonistas no son cowboys”. Ambas encarnaciones de Brokeback Mountain –guión que durante años circuló por los escritorios de las productoras como “el de los cowboys gays”– cuentan el áspero y trágico romance entre Jack Twist (el muy de moda Jake “Donnie Darko” Gyllenhaal) y Ennis del Mar (el inesperadamente magistral Heath Ledger, quien hasta hace poco era más conocido como el novio y ahora ex novio de Naomi Watts). No fue fácil vender el proyecto y tampoco fue fácil escribir el relato: “Me llevó 4 meses de jornadas de 16 y 60 versiones diferentes terminarlo. Luego se publicó en The New Yorker, ganó el premio O. Henry de 1998, y jamás imaginé que sería tan bien recibido. Hubo hombres que me escribieron cartas agradeciéndome por haber contado la historia que ellos jamás se atreverían a contar. Hubo padres que me dijeron que ahora, por fin, entendían a sus hijos”.

Brokeback Mountain es uno de esos especímenes magistrales que se dicen cuento pero que, en realidad, no son otra cosa que una novela comprimida a máxima presión para convertirse en diamante. Pocas páginas de libro que abarcan muchos años en las vidas de dos hombres que se aman y que no pueden salir del armario y, mucho menos, del rodeo.

TRES

Al libro que contiene relato y guión, Proulx ha aportado un ensayo donde relata la génesis del cuento y la película. También, aclara, dice que está muy satisfecha con el trabajo de Ang Lee y concluye: “La gente tiende a dudar de que dos hombres jóvenes puedan enamorarse en la soledad de las cumbres nevadas; pero nadie duda de la cafetera que comparten allí arriba. Y si la cafetera es auténtica, entonces igual de auténtico es lo otro”.

“Brokeback Mountain” y Brokeback Mountain terminan más o menos parecido, pero no importa. El último y magistral párrafo del cuento como si estuviera cosido en el último y magistral minuto de la película con una camisa dentro de otra camisa: “Había algo de espacio abierto entre lo que sabía y lo que intentaba creer, pero nada se podía hacer en cuanto a eso, y si no puedes solucionarlo tienes que aguantártelas”.

Y títulos finales y, para muchos, primeras lágrimas.

CUATRO

El enigma, claro, es si Brokeback Mountain le hubiera gustado a Ernest Hemingway. Ahí están los paisajes y la prosa seca y los diálogos en los que el silencio entre las palabras resulta atronador. Pero ahí está también la temática para muchos risqué y que el autor de El viejo y el mar siempre esquivó con un cuidado casi patológico. En cualquier caso, todo hace pensar que sí habría sido gran amigo de Proulx porque Proulx bien podría ser un personaje de Hemingway. Proulx (Connecticut, 1932) supo que sería escritora a los diez años, cuando plantó su cuento Nº 1 en cama y con sarampión, pero no publicó ficción –su primer relato fue para la revista Gourmet– hasta entrada la quinta década de su vida. Antes se dedicó a vivir y a sobrevivir aunque ella sienta que “mi pasado es aburrido y no es asunto de nadie”: madre de tres hijos a los que educó a solas, tres divorcios, camarera, cartero, estudió Historia, vivió en todas partes (incluyendo Oriente), fundó un periódico regional, escribió varios manuales del tipo How to y fue habitual colaboradora en revistas de “bala y anzuelo” (caza y pesca) como A. E. Proulx porque no era bueno que los lectores muy machos supieran que detrás de todo eso había una mujer. Apenas comenzó a firmar como hembra, las cosas se movieron rápido y pescó y cazó los premios más importantes. Fue –aunque desconfíe de trofeos y festejos– la primera mujer en ganar el PEN Faulkner Award y su primer gran éxito, The Shipping News (“Atando cabos”) enlazó, en 1994, al National Book Award y al Pulitzer. No hay día en que no sea comparada con Carver o Melville o Faulkner o Flannery O’Connor. No le gusta Internet y defiende la forma del libro acústico ante la invasiva invisibilidad de la lectura eléctrica. Vive en medio de una nada llena de buenas historias llamada Wyoming donde, por estos días, algún rudo dueño de algún cine, mascullando motivos –pero no razones– tan obvios como incomprensibles, se ha negado a proyectar un película llamada Brokeback Mountain.

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