Daría la impresión de que todavía no se ha entendido (¿o no se quiere entender?) el “fenómeno” Cromañón. Y eso hace que, al menos yo, no haya leído nada sensato en los medios de comunicación.
Hasta antes de Cromañón, esa ceremonia (bengalas, controles incontrolables, amontonamientos de gente, menores alcoholizados o no) ocurría casi normalmente.
Esto es, cada parte aceptaba ese juego.
Ya con el efecto Cromañón encima, comenzó a funcionar una maquinaria similar a la “inventada” por la dictadura militar de los “dos demonios”.
Creo que alguien debe decirlo de una vez por todas: los pibes que murieron, los que se salvaron y acusan los traumas obvios y los familiares deben entender que Cromañón era un boliche de diversión. Que quienes iban a ver al grupo preferido lo hacían en el contexto que ese boliche le daba, junto a los asistentes, a la diversión.
No se me ocurriría comparar esta tragedia con la desarrollada en el país con toda una generación (la del setenta) que fue masacrada sin opciones a juicios, escraches, pintadas, etc.
Yo pertenezco a esa generación y aunque puedo contarlo, fui una víctima personal y en memoria de mis amigos-compañeros desaparecidos.
No me arrepiento. Peleábamos por un objetivo ideológico que involucraba al pueblo en su conjunto y a toda Latinoamérica.
No es simpático lo que digo ni lo es la posible “comparación” que alguien podría extractar de lo escrito. Toda muerte, y más la de jóvenes, es detestable. A veces el culpable es enfocable, otras difuso. Las circunstancias modifican el análisis que es imprescindible realizar.
Esta es una oportunidad invalorable para pensar y repensar antes de confundir, confundirse y ser presa fácil de “monigotes” con carnet que enarbolando muertes propias y ajenas predican al borde del delito enlodando las cenizas de toda la sociedad.
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