Lun 06.02.2006

CONTRATAPA

Escritores bajo candilejas

Por Sergio Ramírez *

El miedo escénico, lo sé ahora, depende de que uno tenga enfrente un telón que va a alzarse de manera inminente, mientras al otro lado, en la oscuridad, crecen los murmullos. Es lo que he sentido al aguardar en el tablado del teatro Heredia en compañía de otros escritores a que empiece el acto de clausura del festival que por tres días ha arrastrado al público aquí en Cartagena de Indias. Vamos a hablar, cada uno, de un libro. El libro que recordamos como fundamental en nuestra vida. Y eso es lo que ha venido a oír este público que abarrota la sala, que ha pagado su entrada, y que ha hecho largas colas desde temprano frente al teatro, al lado de la muralla tras la que bate el mar.

Leer es, sin duda, el más solitario y silencioso de los actos, viejos compañeros los libros, que siguen resistiendo el embate de las pantallas de cuarzo. Por tanto, que los lectores hagan que la literatura se convierta en un espectáculo es algo que puede parecerse inusitado. Pero ha ocurrido. No se trata de unos intelectuales escuchando a otros hablar sobre un oficio compartido. Se trata de lectores en todo el sentido de la palabra. Gente que disfruta leer, y disfruta que le hablen de literatura. Y ya se ve que no son pocos.

La idea de los organizadores de Hay Festival es, como sucede desde hace años en Inglaterra, que los autores se encuentren con el público, y han invitado para ello tanto a escritores británicos como latinoamericanos, algo nuevo también, poner a la par dos experiencias distintas de inventar con la palabra. Y, como voy diciendo, el público ha respondido con generosidad y entusiasmo a la invitación.

La ciudad, mágica en tantos sentidos, ha vivido estos días otro tipo de encantamiento, en una atmósfera literaria que se ha extendido desde los salones donde han transcurrido los encuentros, a las calles, las plazas, y las librerías. Para quienes no alcanzan localidades hay afuera, en la plaza frente al convento de Santo Domingo, una de las sedes del festival, y en el atrio del teatro Heredia, grandes pantallas donde pueden verlo todo. Como en los conciertos de rock.

Ha habido sesiones para escuchar hablar de su obra literaria, y de los secretos y placeres de la escritura, a Enrique Vila-Matas, ganador del premio Rómulo Gallegos con su novela El viaje vertical, y a Javier Cercas, autor de Soldados de Salamina, por ejemplo, dos escritores españoles que se acercan a América latina por diferentes motivos; Vila-Matas, por sabio conocedor, y Cercas porque la novela suya que menciono es latinoamericana en muchos sentidos. Raro hasta hace poco en la literatura peninsular española meterse en los temas de la vida pública, como no lo es en el continente, retomó un episodio olvidado de la Guerra Civil, y supo crear una conmoción. Era una novela a la que no auguraban sus propios editores larga vida. Pero se volvió un fenómeno de librería.

Han venido dos escritores británicos muy principales, Vikram Seth, autor de las ya célebres novelas La música constante y Dos vidas, y Hanif Kureishi, autor de Mi oído en su corazón y El Buda de suburbio, y también guionista y director de cine. Dos espléndidos escritores que prueban cómo la literatura inglesa contemporánea está siendo escrita en gran parte por inmigrantes e hijos de inmigrantes de los países del antiguo vasto imperio colonial, pues las raíces de Seth están en la India, y las de Kureishi en Pakistán.

Esta gala final, con la que he empezado, se llama El placer de leer. Ya el telón arriba, Fernando Savater menciona La isla del tesoro, de Stevenson, como el libro de su vida; desde luego que el vicio de la lectura, si es que ha de ser duradero, se adquiere desde la infan- cia. Oscar Collazos ha dicho que el suyo es Luz de agosto, de William Faulkner. Laura Restrepo ha enlistado más bien los peores libros que alguna vez llegaron a sus manos, entre ellos Corazón, de Edmundo de Amicis, por sus tramposos excesos de sufrimiento infantil. Yo no he tenido dudas en señalar La vorágine, de José Eustasio Rivera, una novela que en mis años de principiante me enseñó que hay que saber engañar al lector convenciéndolo de que todo lo contado es real.

También ha habido la oportunidad en que otro grupo de escritores hemos podido leer ante el público nuestro poema favorito, y como no podía ser de otra manera, escogí uno de Rubén Darío, paisano inevitable, la Canción de otoño en primavera, advirtiendo de antemano que quien mejor lo ha leído nunca es Rafael Alberti en el escenario del Olimpia en París, en su vieja voz de acentos broncos y emocionados.

Al final, todos los escritores participantes hemos votado en secreto, y con toda solemnidad, para elegir a aquel de nuestros colegas que recibiría el premio del festival. La entrega del premio es el último número antes de que caiga el telón, y el honor ha sido para Roberto Fontanarrosa, el genial creador de la tira cómica Buggy el Aceitoso, que tiene la virtud de convertir en risa todo lo que toca, porque, a su vez, está tocado por la gracia.

Y es lo que ha ocurrido a todos, escritores convertidos en actores, y lectores convertidos en espectadores. Que todos hemos sido tocados por la gracia.


* Escritor nicaragüense. De La Jornada de México. Especial para Página/12.

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