› Por Osvaldo Bayer
Justo aquel 18 de febrero. 1976. Elegir el día de mi cumpleaños para regresar a la Argentina. Creer que todo lo malo ya había pasado o por lo menos que se iniciaba el camino a la seriedad. Isabel había llamado a elecciones. Algunos creímos que era el momento de regresar. Y para los optimistas irremediables eso significaría vivir en libertad. El regreso, entonces. Haber tenido que ir al exilio en un gobierno llamado democrático. Pero con las Tres A. Recuerdo ese 12 de octubre de 1974. Condenado a muerte. Por La Patagonia rebelde. Simplemente, así. Leer la propia condena en el diario. Primero, el negarse a creer tamaño despropósito. En una llamada democracia. Un gobierno peronista de izquierda que había pasado con prisa y sin pausa a la derecha. No podía ser: aquel gobierno de Cámpora que sin hesitar nos había aprobado el guión para filmar La Patagonia rebelde y ahora, en el de Isabel Perón, se nos condenaba a muerte por lo mismo. Más todavía, recuerdo la entrevista que tuve con el rector Rodolfo Puiggrós, a quien fui a ver para que la Universidad respaldara el proyecto que había presentado: un equipo de antropología que me acompañara a Santa Cruz a estudiar y marcar definitivamente las tumbas masivas de los obreros rurales fusilados por el ejército en 1921 y ’22. Recuerdo que Pui-
ggrós se levantó de la silla, me dio la mano y me dijo: “Delo por hecho, vamos a apoyar ese trabajo como prioridad, a la historia no hay que esconderla”. Recuerdo el abrazo. Pero quedó en abrazo, como si ésa hubiera sido la despedida final. Ottalagano se llamará quien transforme la universidad de un ágora de discusión y búsqueda en un cuartel de monjes y soldados obedientes al silencio y la disciplina del poder. Y comenzaron los asesinatos de intelectuales y estudiantes. Asesinos a sueldo pasaron a ser los dueños y señores de la vida y de la muerte. ¿Cómo fue posible eso? ¿Por qué nunca se habla de eso? ¿Por qué, y con toda justicia, se va a recordar el 24 de marzo las tres décadas de la iniciación de la dictadura de la desaparición de personas, pero no se dice que el período de Isabel Perón fue justo el prólogo de lo que iba a ser después? ¿Por qué el Partido Justicialista no hizo una severa y profunda crítica de ese período? Basta recorrer la documentación oficial de esa época. Los asesinatos políticos, la prohibición de libros, la censura de filmes, la cesantía de docentes y de otros cargos, la expulsión de estudiantes y... el libre albedrío de matar. Basta leer justo lo que ocurrió en esa época en las universidades nacionales. Nada se puede esconder, la verdad histórica tarda, pero sale a la luz. Muy pronto saldrá una investigación realizada con la honestidad de la verdad histórica. Se refiere a la Universidad de Buenos Aires, en el período de Puiggrós, en el de Ottalagano y en el de la dictadura de Videla. Suscintamente, en esos tres períodos están al desnudo las dos Argentinas. La pregunta es ¿cómo se pudo llegar a eso? Los documentos oficiales hablan por sí mismos. No son ni siquiera necesarias las interpretaciones.
El idioma del peronismo de izquierda, luego el del peronismo de derecha. Y luego, ya, el paso directo a la dictadura. Apagar la luz para que vengan los reflectores a no dejar ninguna duda.
El libro donde se retrata eso se llama Universidad y Dictadura y sus autores son los docentes de Derecho Pablo Perel, Eduardo Raíces y Martín Perel. En él se señala que “La politización militante que pretendió democratizar los claustros durante el gobierno de Cámpora y emprender cambios emancipadores en planes de estudio, concepciones pedagógicas y rol del profesional, fueron tomadas como paradigmas de la ‘subversión del orden’. Un desesperado y eficaz intento para normalizar los carriles de la formación superior frente al proceso de radicalización política, se produjo a partir de la acción represiva de los interventores enrolados en la derecha peronista”. Es decir, el “trabajo sucio” realizado en la etapaisabelista y los puntos de contacto de ese “trabajo sucio” con el realizado inmediatamente después por los artífices del genocidio. Los antecedentes vienen de muy atrás. Basta mencionar “la noche de los bastones largos” del triste general Onganía.
Del academicismo restrictivo y autoritario se iba a pasar al estado de asamblea, en 1973. Y de allí, al dominio conspirativo de Ottalagano donde ya se oía el “Cara al sol” falangista en los pasillos y, finalmente, a la hora del cuartel de la vida estudiantil. Una historia de apasionados, represivos y represores, sucesivamente. Rodríguez Varela será el decano de Derecho hasta que llega Cámpora al poder. Será Puiggrós quien pondrá en ese cargo al nuevo decano y dirá: “Elegí para dirigir esta casa de estudios al abogado Mario Kestelboim porque ha sido defensor de presos políticos y aquí abundan funcionarios de la dictadura (de Onganía y Lanusse), y porque Kestelboim es un hombre de izquierda y ésta es una facultad de derecha y porque él es judío en una facultad llena de fascistas”. 1973. Rodríguez Varela será después ministro de Justicia en la dictadura de Videla. Los números lo dicen todo: si en 1972, los ingresantes a la Universidad de Buenos Aires fueron 21.000; en 1974, en la época de Puiggrós, fueron 40.000. Kestelboim decía en ese tiempo: “El objetivo que teníamos era transformar los contenidos y las metodologías de enseñanza. No queríamos seguir produciendo abogados litigantes, defensores de los intereses privados, sino abogados comprometidos con un proceso de transformación, de cambio, de liberación, que sabíamos se estaba dando en el país. Esas fueron las aspiraciones que nos propusimos”. Kestelboim tendrá que irse. Venía ya Ottalagano, peronista de derecha. Y se iniciaba la marcha de regreso a la universidad para el sistema. La de los profesores clásicos, la de los oportunistas –que siguieron pese a todos los cambios– y los que miraron al costado. Comenzaba la enseñanza regimentada. Con traje y corbata. De la “Patria Socialista” a la “Patria Peronista”, con el final de la patria procesada, sin proceso.
Con Ottalagano se dejan cesantes quince mil docentes. Se va Taiana como ministro de Eduación y vuelve nada menos que Ivanissevich. Se prohíbe toda actividad política y gremial en los claustros. Ivanissevich y Ottalagano, dos cruzados católicos, apostólicos, romanos hasta los huesos. Van a poner como interventor en Filosofía y Letras al jesuita Sánchez Abelenda, quien recorrió los pasillos de la facultad con un incensario para exorcizar al “demonio marxista”. La divisa de los nuevos era: “Dios, Patria y Ciencia”. Los libros eran quemados por “Dios, Patria y Hogar”. Más los asesinados por las Tres A.
Mi regreso fue en el fin de ese tiempo. El 18 de febrero ya del ’76. Para qué. Iniciar un nuevo injusto exilio. Ya llegaba la dictadura. La desaparición. El robo de los niños.
Tal vez, la mejor síntesis de todo el tiempo del oprobio la hizo Julio A. Ramos, en La Opinión de los militares, el domingo 4 de febrero de 1979. Cuando escribió: “En enero último alrededor de 120.000 turistas argentinos viajaron al exterior, lo cual significaría una erogación de unos 220 millones de dólares para el país”. Luego detalla que “los argentinos gastaron esos millones en Miami, Río de Janeiro, Punta del Este o Sudáfrica”. Y agrega: “Esos viajeros retornan al país atiborrados de mercaderías extranjeras”. Miles de desaparecidos, niños robados, Miami.
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