› Por David Viñas
El aticismo de Andrés Oppenheimer es tan sutil y espléndidamente informado que me apabulla. Sin embargo, trataré de conjurar el apocamiento reverencial que me provoca apelando a un antecedente literario que justifique mi temeridad por llamarlo familiarmente: el argumento ad hominem aún produce escándalo entre los medios y escritores que intentan definirse por su presunta seriedad; emitir, sin más, “Oppenheimer”, les parece descortesía, insolencia o, si la cuestión se exaspera, algo muy próximo a la procacidad.
Y pues bien, un notorio orador latino (con perdón), desde su banca de senador osó denunciar –reiterando su nombre– a quien consideraba responsable de falacias disimuladas entre argumentaciones y consejos que supuestamente favorecían a la república. A Cicerón y a su manejo de las palabras, entonces, requiero como precedentes para ocuparme, apretando el bandoneón, de Oppenheimer Andrés.
En primer lugar, gran parte de la poética de Oppenheimer consiste en exhibir sus copiosas consagraciones; estratagema que apunta a intimidar, desde un comienzo, al lector. A su sumisión, en realidad. Porque el lote de premios, desde el Pulitzer enhebrando al Ortega y Gasset hasta desensillar en el Moors Cabot, lo van cubriendo de medallas. Oppenheimer, además, no sólo subraya sus regias colaboraciones en The Miami Herald, sino también en esa pertinente secuencia que si se abre entre La Nación, El Mercurio de Chile, El Comercio de Lima, se estaciona en El Colombiano. América latina siempre implicó un desasosiego para Oppenheimer. Y no digamos su vinculación con The Associated Press y su pecho condecorado como el de cierto mariscal. Así como los textos de las propias solapas que calcan, de manera perspicaz, el estilo de Oppenheimer en beneficio de un vaporoso se sigilosamente adjudicado a la editorial que lo publica.
Apurando esta jubilosa ponderación. El núcleo de las prosas de Oppenheimer se escinde en un par de inflexiones que operan especularmente de modo complementario: la franja cóncava, si se inaugura con los rezongos contra Cuba –procedimientos que ya resultan obvios de tan subrayados–, de manera actualizada se va especializando en el venezolano Chávez, reiteradamente amonestado con hallazgos tales como “narcisista leninista”, “pintoresco gesticulador” e, ineludiblemente, “populista”. Populismo que, de forma deductiva, se contrapone a “empresarios” y “éxitos irrefutables”.
Por la vertiente convexa, Oppenheimer promueve terapias tan inequívocas como “las inversiones” y “las aperturas a la globalización”. Culminando con lisonjera arenga a favor de las bondades del mercado subrayado y con mayúsculas. El “pragmatismo” funciona así, en este andarivel, en calidad de eufemismo de la Realpolitik de donde, inexorables, emanan fragancias ante las cuales las virtudes de Oppenheimer –excusándose– lo inducen a taparse la nariz.
Cabe interrogarse al llegar aquí (y tomar aliento): ¿cuáles son actualmente los modelos que la clarividencia de Oppenheimer postula, a partir de su apasionado latinoamericanismo, para superar los fracasos desde México al Río de la Plata? Melancólicamente, en esta zona, Oppenheimer me recuerda a un esclarecido compatriota que convocó al “sí” en Plaza de Mayo durante los años del menemato: Singapur, Taiwan y Corea del Sur. “Paradigmas.” Pero ahora, Oppenheimer aggiornado –ay, quizá, calculando juiciosamente a los futuros amos del 2010 o 2020–, agrega la China de Pekín.
Varias preguntas finales y una exhortación: ¿de qué se sonríe Oppenheimer en las imágenes que decoran sus escritos? ¿De las humillaciones de los sudacas? ¿En una de ésas, por acatar benévolamente el ademán predominante frente al american dream? ¿Eventualmente satisfecho por las 21 repetidoras “globales” que difunden sus severos análisis, pronósticos y consejos?
Y la exhortación –que resulta correlativa a todo lo anterior–: Oppenheimer concluye su último escrito con un fogoso ditirambo dedicado a Hwang Woo-suk, bendiciendo sus trabajos que lo convirtieron en “ídolo nacional de Corea”. Aplausos y congratulaciones. Pero el ínclito investigador posteriormente fue acusado de fraude profesional. Y tuvo que reconocerlo públicamente pidiendo disculpas a los coreanos.
Oppenheimer, Oppenheimer, ¿hasta cuándo semejante asunto sigue siendo, para usted, la cumbre de sus esclarecidas propuestas de solución frente a los problemas más graves de la América latina que tanto lo acongojan?
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