CONTRATAPA › CARTAS
Soy una de las sufridas damnificadas que se quedó, por segunda vez, sin su entrada para ver a Joaquín Sabina. Ayer, antes de venir a trabajar, vi aumentada la escena de la gente haciendo cola para conseguirlas. A la noche, completamente entristecida, al ver el noticiero me sentí hermanada con el muchacho que lloraba porque no consiguió la suya. El cariño que provoca un ídolo suele ser una experiencia puramente personal, intransferible. Pero en el caso de Joaquín Sabina está visto que el fervor popular que provoca en este país se parece casi al que genera la expectativa previa a un mundial de fútbol. Creo, en ese sentido, que tamaña alegría, atribuida a un artista, debiera ser considerada (incluso como una inversión política) por las secretarías gubernamentales de cultura. Lo que estoy diciendo, sin más, es que debieran evaluar la posibilidad de ofrecerle al músico la realización de un recital gratuito para todos; no sólo los que no pudimos conseguir entradas, sino también para los que hicieron cola para adquirir ese pase a la alegría. Nunca se debe menospreciar el valor de ese sustantivo, la alegría: un bien tan preciado, intangible pero con connotaciones que van más allá de una entrada en este país.
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