Vie 03.03.2006

CONTRATAPA

Si no hay, se planta

› Por Juan Gelman

Es notorio que W. Bush no encontró en Irak armas de destrucción masiva (ADM), justificación central de la invasión. Como no hubo, intentó que hubiera: tres fuentes de los servicios de espionaje de EE.UU. y una cercana al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas así lo confirmaron a la periodista Larisa Alexandrovna (rawstory.com/news, 5/1/06). La historia no carece de ribetes absurdos.

Las ADM no aparecían luego de que W. Bush inaugurara una mentira tras otra. Se recuerda –apenas un ejemplo– el clamor de que Saddam Hussein había tratado de comprar uranio a Níger, una “prueba” que el entonces secretario de Estado, Colin Powell, esgrimió con patética energía ante el Consejo de Seguridad de la ONU para lograr su apoyo a la invasión. La Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) comprobó que eran falsos los documentos en que la acusación se basaba. Otro fiasco, el de la versión que quiso que un funcionario iraquí se hubiera reunido en Praga, antes del 11/9, con Mohammed Atta, piloto del primer avión que se estrelló contra las Torres Gemelas, obligó a una retractación de la CIA y de los servicios checos que habían corroborado la especie. Una tensa ansiedad comenzó a mostrar su rostro en los pasillos de la Casa Blanca y Donald Rumsfeld empezó a tallar.

Aun antes de la invasión, el Pentágono había enviado a Irak personal operativo de la supersecreta Oficina de Planes Especiales (OSP, por sus siglas en inglés) en misiones que autorizaba Douglas Feith, subsecretario de política de la Defensa entonces y hoy acusado de pasar información clasificada a la Embajada de Israel en Washington. Esas misiones, tan envueltas en oscuridad como la misma OSP, se repitieron después del derrocamiento de Hussein. Alexandrovna menciona en particular a un grupo de tareas integrado por cuatro o cinco operativos que en la segunda mitad del 2003 no buscó las ADM sino la forma de que aparecieran.

“‘Llegaron en el verano del 2003 y entrevistaron a iraquíes’, dijo la fuente de la ONU. Empezaron a hablar de las ADM y dijeron (a esos agentes de inteligencia iraquíes) que ‘nuestro presidente está en problemas. Fue a la guerra diciendo que había ADM y no hay ADM. ¿Qué podemos hacer? ¿Nos pueden ayudar?’”, cita la periodista. La misma fuente le informó que los agentes iraquíes comprendieron rápidamente lo que les estaban pidiendo los norteamericanos: “Que proporcionaran ADM para que las fuerzas de la coalición las encontraran”. Una pretensión absurda: cualquier inspección, por somera que fuese, descubriría que las armas plantadas no eran de origen iraquí ni respondían a la tecnología de uso bajo Saddam Hussein. La desesperación suele dar malos consejos.

Los medios norteamericanos, mientras tanto, martilleaban los sonsonetes bushianos: “Los mejores expertos y científicos nucleares de laboratorios como el de Oak Ridge comparten las evaluaciones de la CIA”, es decir que Bagdad había puesto en marcha un programa de fabricación de armas nucleares (The New York Times, 13/9/2002). Y no se crea que esto ha cesado: voceros empedernidos de los “halcones-gallina” insisten en que Irak desarrollaba un programa nuclear y algunos, como Stephen F. Hayes, pretenden que el régimen de Hussein entrenó “a miles de terroristas islámicos radicales” como probarían “unos 2 millones de fotos y documentos” hallados después de la invasión (The Weekly Standard, 16/1/06). Ni la Casa Blanca ni los medios han presentado hasta ahora alguna de esas “evidencias”. Eso sí, aparecieron las fotos de los torturados en Abu Ghraib.

Esa insistencia es perversa, pero explicable: hay que demostrar que W. Bush no se equivocó al desatar la guerra contra Irak –lo dice él mismo–, de manera que tampoco se equivocará cuando llegue la prevista contra Irán. El machaqueo de los medios es inherente a ese objetivo y bien lo sabe el Pentágono: invirtió más de mil millones de dólares solamente en el período que va del 2003 a mediados del 2005 para que diversas agencias se ocuparan de promover en los medios la imagen de los militares empeñados en “la guerra mundial contra el terrorismo” (The News Standard, 22/2/06). En vísperas de las elecciones en Irak se supo que el Pentágono había destinado otros 300 millones de dólares a operativos de guerra psicológica “que incluyen la colocación de mensajes favorables a Washington en los medios de todo el mundo, incluso de los países aliados, ocultando que la fuente es el gobierno norteamericano” (The Guardian, 15/12/06). Esta revelación se produjo cuando se encendía la controversia que despertó otra: los militares estadounidenses pagan a distintos medios iraquíes para que den “noticias buenas” sobre la situación en el país ocupado. Fracasaron en el intento de plantar ADM en Irak. Más fácil es plantar artículos en la prensa.

El crescendo de las acusaciones contra Irán, tampoco probadas, es un presagio de que podría volver al mundo el espectáculo siniestro de los hongos atómicos 60 años después de Hiroshima y Nagasaki: en el plan de ataque del Pentágono está previsto el uso de bombas nucleares “limpias” contra 450 blancos en territorio iraní donde se supone que Teherán enriquece uranio para la guerra. Según un estudio del teniente coronel del ejército estadounidense Warner D. Farr, Israel poseía unos 400 artefactos nucleares y termonucleares en 1997 (www.au.af.mil) –a saber cuántos tiene ahora– y sus fuerzas armadas estarán listas a fines de marzo para contribuir a la tarea de bombardear Irán (The Sunday Times, 11/12/05). La OIEA se cansó de llevar a cabo inspecciones sin preaviso de las instalaciones nucleares iraníes, pero nunca ha podido inspeccionar las de Israel. También aquí se aplica el dicho conocido: todos los países son iguales, sólo que algunos más que otros.

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