Mar 18.06.2002

CONTRATAPA

Depre

› Por Antonio Dal Masetto

La situación del país afectó profundamente a la clientela del bar, los parroquianos llegan arrastrándose, se desploman en las sillas, piden sus copas levantando trabajosamente una mano y con temblorosas voces de nonagenarios hablan de su calvario cotidiano con la depresión.
–Cada día la depresión me aplasta más. Hoy el despertador sonó a las siete como siempre, pero me pasé la mañana mirando el cielorraso y recién pude salir de la cama a las once.
–No me hable de depresión y de la cama, vengo de estar dos días seguidos sin poder levantarme.
–Yo me voy a recibir de maestro mayor de depresión, tengo picos seis o siete veces por día, cualquier colchoncito que se me cruce en el camino es una cucha para tirarme y quedarme ahí.
–En mi casa hay días en que no se levanta nadie de la cama, yo estoy deprimido, mi mujer está deprimida, mis hijos están deprimidos, mi suegra está deprimida, el perro está deprimido.
Acá interviene el Gallego:
–Honorables clientes, por supuesto no entiendo nada de este mal que inclusive para la ciencia sigue siendo un territorio de misterio, pero en mi juventud me tocó estar cerca de un caso de depresión colectiva y quizá el relato de mi experiencia pueda serle de utilidad. Yo correteaba una bebida espirituosa por toda Galicia y un día llegué a un pueblo y me llamó la atención que no hubiera ni un alma en la calle. Fui a verlo a don Manolo, el propietario del bar, y me lo encontré en cama. “Estoy con una depresión terrible –me dijo– hace días que no puedo levantarme, las cosas vinieron mal, se perdió la cosecha, el banquero nos estafó y el alcalde se fue con la plata del Ayuntamiento; para colmo hoy tendría que ir sin falta a la casa de don José, el notario, para firmar unos papeles, y no sé cómo hacer.” “¿Por qué no le manda decir al notario que venga para acá?”, le dije. “A quién voy a mandar, todo el pueblo está en cama, deprimido, incluso don José. Hágame un favor, esta cama tiene rueditas, lléveme.” Lo empujé hasta la casa del notario, arrimé la cama de don Manolo a la del profesional, se firmaron los papeles, se asentó el acto en el protocolo y regresamos. “Si pudiera quedarse acá, usted que no tiene el mal de la depresión, nos ayudaría a cumplir con algunas obligaciones que son impostergables”, me dijo don Manolo. En ese momento yo estaba pensando: “Mi mejor cliente de toda Galicia está planchado, la gente del lugar está planchada, si nadie viene al bar no se va a vender una sola botella de mi bebida espirituosa y me pierdo de ganar un montón de plata”. Entonces se me ocurrió una idea. “Don Manolo” –le dije–, en mi pueblo los muchachones están de vagos, son jóvenes fornidos, entusiastas, no tienen la menor idea de lo que es esa cosa de la depresión y por unas monedas pueden venir y movilizar a todo el mundo en sus camas.” La sugerencia fue aceptada, vinieron los muchachos y rápidamente el pueblo volvió a la actividad. Daba gusto ver las camas acondicionadas con rueditas de goma que iban y venían por las calles y la plaza El bar entró a funcionar a pleno. Habían sacado las mesas y estaba lleno de camas con gente acostada y deprimida dándole al trago. Se pasaban los vasos de bebidas y los platitos de maníes y aceitunas de cama a cama, y a la hora de pagar circulaba el dinero en dirección inversa, hacia las manos de don Manolo. Me felicité mucho por mi idea ya que aumenté las ganancias un cincuenta por ciento. No sé si esta historia les sirve de algo.
–Claro que sirve, Gallego, lo estaba escuchando y tuve como una iluminación. Acá lo que tenemos que armar es una empresa de camas rodantes para trasladar a los bajoneados.
–Totalmente de acuerdo, cada vez habrá más deprimidos en este país y por lo tanto más usuarios. Llegará el momento en que todos serán clientes nuestros.
–No quiero ser derrotista y desde ya me prendo en el proyecto, pero permítanme una reflexión, ¿cuando todo el mundo esté deprimido, quién va a llevar las camas?
–Contratamos africanos que son expertos porteadores, gente acostumbrada a los safaris y a cobrar poco.
–Ya lo estoy viendo, miles y miles de camas cruzando la ciudad hacia todos los destinos. Socios, éste es el negocio del siglo, nos vamos a llenar de oro.

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