Mar 21.03.2006

CONTRATAPA

Usos del verso

› Por Juan Sasturain

A partir de una resolución de la Unesco, que suele meterse en estas cosas del calendario con tanta buena voluntad como ineficacia, desde 1999 el 21 de marzo, es decir hoy, se celebra –o se debería celebrar– el Día Internacional de la Poesía. Un acierto, sobre todo porque se la hace coincidir con el arranque del alevoso otoño en nuestra parte baja del globo; con la flagrante primavera allá arriba, las dos estaciones en que la musa suele salir a retozar ligera de ropas o a pasear su melancolía.

Sin embargo, no parece haber sido ésa la idea. Se ha querido hacer coincidir la fecha, o superponerla sin contradicción –según se dice– con el Día Mundial de la Eliminación de la Discriminación –nombre cacofónico, si los hay– instituido en 1966 en recordación de una masacre sudafricana de 1960. La poesía, vehículo privilegiado para reconocer la singularidad y flexibilidad de las lenguas, sería un espacio idóneo para cultivar la convivencia, la tolerancia, el intercambio de sensibilidades diferentes. Todo bien, qué duda cabe. Seguro que la disciplina que desveló a Dante, Garcilaso, Baudelaire, Pound, Vallejo o Brecht también sirve para eso. En realidad, sirve para casi todo.

Pero la poesía no ha de confundirse con la empeñosa versificación, aunque suele. Propinar versos no es lo mismo que escribir poesía, aunque se venda, en muchos casos, como si fuera lo mismo y el resultado parezca joda. Hay casos extraordinarios.

En noviembre pasado, un cable fechado en Copenhague y de tono absolutamente jodón señalaba que el príncipe Henrik de Dinamarca acababa de publicar un nuevo libro de poemas titulado Brisa susurrante, y que el poemario contenía –entre otras composiciones– versos dedicados a su perra salchicha Evita y una pieza erótica para una mujer desconocida. No se sabe si desconocida para los lectores o también para la ya poco decorativa reina Margarita, su consorte.

Este versado príncipe de Dinamarca que lamentablemente no comparte las saludables dudas de Hamlet tiene 71 años y una fe ciega (y sorda): es reincidente en el ejercicio de su impune vocación poética. En este último caso, Brisa susurrante es un poemario bilingüe, ya que lo escribió en su lengua materna –el francés–, pero cada poema va acompañado de la versión danesa. No vaya a ser que alguien se pierda el sentido de sus versos. En “A mon teckel” (“A mi perro salchicha”) escribe Henrik: “Adoro acariciar tu piel. Perro querido y especial. Te gusta recibir una palmada. Orgulloso como un Papa, recibes el regaño como una gracia”. Guauuu.

En “El príncipe erótico”, Henrik le habla a una mujer innominada: “Quiero besar tu pecho de melocotón con mi boca ansiosa. Pero temo que los labios agrietados maten tu deseo”. Aaaaj.

Pero el malévolo cable no se quedaba en las alevosas citas sino que reconstruía el momento más significativo de la presentación del libro: “En un encuentro con la prensa en el castillo de Amalienborg, en Copenhague, el príncipe estaba recitando el poema dedicado a su perrita, que estaba presente en el acto, cuando en la frase ‘eres mi propio perro estelar, con patas como alas’, Evita comenzó a rascar la puerta. Apenas la abrieron, el animal salió corriendo”. Una verdadera lección de crítica literaria. No se sabe cuál habrá sido la reacción de la dama del “pecho de melocotón”. Mejor dejarlo, como dijo uno que yo sé.

Bienvenida sea entonces la simbiosis celebratoria que hace coincidir en este día poesía y discriminación: celebrar la poesía, combatir la discriminación. Sin embargo, yo me atrevería a ser ligera, políticamente incorrecto: instituiría, dentro de este día chicle que se banca tanta recordación, la jornada de lucha contra la polución lírica y la profanación del poema. Es hora de que al príncipe Henrik y con él a la caterva de cultores del verso indecoroso que son legión, alguien les avise que están dando vergüenza ajena.

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