› Por José Pablo Feinmann
No todos los nombres que palpitan en nuestra historia tienen el mismo significado. No hay un significado unánime. Para muchos “Puerto Belgrano” es la gloriosa plataforma de los míticos Gloster Meteors de los bombardeos del ’55. Se suele, todavía, un poco en conversaciones privadas, evocar el chiste de la época: que los obreros peronistas que salieron a “dar la vida por Perón” huían agazapados no bien venían los Gloster Meteors. La conclusión es: ¿Dónde estaba la valentía de esos “grasas” que no enfrentaban a los Gloster? Otros aducen que los “grasas” fueron muy imprudentes y se quedaron en la Plaza de Mayo por orden de la CGT que –también irresponsablemente– los envió. Dicen que de no mediar esa doble imprudencia, los Gloster de la Marina no habrían matado a tanta gente. Como si la culpa fuera de las víctimas.
Para otros “Puerto Belgrano” es un nombre que mete miedo o, cuanto menos, intranquiliza. Siempre suele salir algo ligado con la muerte o la persecución ideológica de ahí. La Base Almirante Zar será –para algunos cavernícolas y para muchos cautelosos momentáneos– el inicio del merecido escarmiento que se buscó la subversión. Para otros, el inicio del modelo de masacre que se implementó a partir del ’76. Para todos estos –para los que ven una continuidad entre los Gloster del ’55 y la ESMA del ’76–, que la Marina tenga un “Servicio de Inteligencia” no es algo que serene los nervios o alegre el espíritu. Remueve los más oscuros recuerdos y –precisamente– nos recuerda que la Muerte siempre acecha. Porque es la Muerte eso que late en la Inteligencia de la Marina. ¿Por qué llevan archivos secretos? ¿Por qué vigilan a sectores de la ciudadanía? ¿Por qué vigilan a los indigenistas? ¿Qué metodología tienen hoy para definir al “enemigo”? Dado que para la “Inteligencia Militar” la realidad –la entera y total realidad– se divide entre ellos y “el enemigo”. Esta figura –la del “enemigo”– puede tomar distintas formas pero la finalidad de espiarlo, seguirlo, conocer su modo de actuar o hasta sus modales más secretos, íntimos, será siempre la de reprimirlo o aniquilarlo.
Se equivocan quienes bromean con la dupla de conceptos “inteligencia” y “militar” y hacen el transitado chiste sobre la ausencia de inteligencia en los militares. No, los militares son muy inteligentes. Es más: si acaso definiéramos “inteligencia” como la acción de llevar a cabo lo que más le conviene a uno, la “inteligencia militar” sería una de las inteligencias más inteligentes. Cierto es que se bromea diciendo que la dictadura militar prohibió en Córdoba un libro llamado La cuba electrolítica. Se les dice: “¡Qué brutos!” Se los ridiculiza. Y muchos, sabiamente, saben que ahí radica uno de las caras del terror. La “inteligencia militar” es torpe, pero en su torpeza está su expansión, su despliegue mortal. Ellos no necesitan muchas pruebas. Leen “cuba” y hacen fuego. De ahí que uno no terminará nunca de quemar libros de su biblioteca. Todos, al final, eran peligrosos.
Cierta vez, mi amigo Marcelo Brodsky me mostró la ficha de entrada de su hermano desaparecido en la ESMA. Tenía errores de ortografía. La “inteligencia militar” no necesita ser “culta”. Sólo necesita señalar a su enemigo, marcar su territorio. Y ese territorio tiende a ser vasto porque el enemigo acaba por no tener contornos. La “inteligencia militar” es paranoica. Todo servicio de inteligencia es paranoico. Esa paranoia tiene elementos que funcionan como poderosos disparadores. “Cuba” es marxismo, es guerrilla, es foquismo, es guerra fría, es Castro, es el Che y es “Tercera Guerra Mundial”. “Cuba electrolítica” es lo mismo. La subversión usa muchos disfraces. La subversión se infiltra en el sano cuerpo social de los argentinos. “Electrolítica” es –quién podría dudarlo– una maniobra de la subversión para infiltrar un texto subversivo. Como ahora no pueden decirle “Cuba” a esa isla guerrillera le dicen “electrolítica” para disimular. Tal vez en Córdoba hayan fusilado a unos cuantos bajo este entramado.
Hoy se trata de vigilar para castigar después. La “inteligencia naval” sabe que no puede castigar ahora. Ergo, lo que ahora hace es vigilar. El poder –según Foucault lo ha desarrollado con rigor– vigila y castiga. Para vigilar tiene un panóptico: una torre ubicada en el centro de la prisión que forma, alrededor del panóptico, un anillo. El panóptico permite ver sin ser visto. El panóptico rompe el par ver/ser visto. Desde el panóptico se ve a los presos en sus celdas y éstos no pueden ver a quienes los ven. La “inteligencia naval” (que es la que nos ocupa durante estos días en que hemos sabido que siguen y siguen y siguen vigilándonos) es un panóptico secreto. Ellos, que nos vigilan, nos ven. Nosotros, que somos vigilados por ellos, no los vemos.
La “inteligencia naval” tiene una particular obstinación con la “inteligencia subversiva”. Los que con más tesón persiguieron a “ideólogos e intelectuales” fueron los hombres de la naval Bahía Blanca. Esta ciudad (cuyo nombre evoca a un hermoso tango de Di Sarli) lanzó en 1976 una caza de brujas en la Universidad del Sur. Ni McCarthy fue tan impiadoso. En rigor, McCarthy no mató a nadie, logró que unos cuantos se suicidaran, otros marcharan al exilio o trabajaran utilizando seudónimos. Pero los marinos del sur torturaron y secuestraron y escamotearon cuerpos, esa modalidad de la “inteligencia” del ’76. La caza de brujas de la “inteligencia naval” en el ’76 apuntó a la “inteligencia subversiva” o “cultural”, como si quisieran medir fuerzas con ella. La Razón –que exaltaba esas glorias de los guerreros del ’76– publicó el 5 de agosto: “Bahía Blanca.- Perduran los ecos de las revelaciones sobre la penetración ideológica en las universidades nacionales y organismos oficiales hechas por las autoridades de la delegación local de la Policía Federal y por el Comandante de la Subzona de Defensa 51 del V Cuerpo de Ejército, general Vilas, Este expuso con claridad el accionar de esos ideólogos que al injertar ideas extrañas a nuestro sentir nacional convierten a la Universidad en una usina generadora de delincuentes subversivos”.
Toda esta campaña fue dinamizada por La Nueva Provincia, diario que vivía destinado a combatir la subversión y, muy especialmente, “el accionar marxista en los claustros”. Esto determinó la triste suerte de muchos profesores que apenas si habían puesto un par de libros de Marx en su bibliografía. Pero la inteligencia naval no se detiene ante proporciones. Todo es peligroso o puede serlo. De ahí la peligrosidad, para los ciudadanos, de las acciones de la inteligencia naval: nadie sabe qué es lo que lo condenará. Ellos, ahora, esperan. ¿Por qué habrían de tener archivos si no esperaran utilizarlos alguna vez? ¿Por qué filman a los manifestantes si no pensaran reconocerlos en el futuro? Por ahora, actúan en secreto. Juntan datos. Cuentas a cobrar. Ninguno de nosotros sabe por qué (en ese futuro que la “inteligencia naval” espera) habrá de ser perseguido. Nadie sabe qué acto de hoy lo condenará mañana. A mí, acaso, esta nota. Alguien anotará a todos quienes escribieron contra la Marina cuando se descubrieron sus archivos de inteligencia. Hoy tenemos un presidente que los persigue, que los castiga y los transfiere y hasta es capaz de degradarlos. (¡Ya está! Así se lee en la Argentina mediática y boba de hoy. Luego de leer mi última línea se dirá: ¡este tipo es kirchnerista! Tan bajo hemos caído. Ya nadie lee. Sólo se intenta saber si uno está “a favor o en contra” de algo.) Pero mañana habrá alguien o más de uno o, por qué no, un gobierno entero que se pondrá a su servicio. Y entonces llegará el momento de cobrar las cuentas.
Por último la “inteligencia militar”, al ser paranoica, es kafkiana. Toda la narrativa de Kafka tiende a demostrar que uno puede ser declarado culpable sin saber de qué se lo acusa. Josef K., el personaje de ElProceso, “sin haber hecho nada malo fue detenido una mañana”. Los conceptos de “subversivo” o “enemigo” tienen tal vastedad y vaguedad en la “inteligencia militar” que pueden aplicarse a cualquiera. Supongo que esto significa decir: todos estamos en peligro. El principio persecutorio es insaciable. Se trata de detenerlo no bien se lo siente latir. Hoy, la serpiente, en su huevo, late y espera.
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