› Por Juan Gelman
“Creo que perdimos un tiempo decisivo negociando con Irán debido a que la Casa Blanca eligió subestimar la amenaza y privilegiar las negociaciones... La política estadounidense debe ser clara e inequívoca: no podemos y no deberíamos, no debemos, permitir que Irán fabrique o adquiera armas nucleares... Y no podemos desechar ninguna opción, enviando un mensaje claro a las autoridades actuales de Irán: que no se les permitirá contar con armas nucleares.” No fue un superhalcón-gallina quien hizo esa crítica a la presunta blandura del gobierno Bush ante Teherán: la formuló Hillary Clinton, hoy senadora y mañana probable candidata a presidente por el Partido Demócrata, ante una selecta audiencia de la Universidad de Princeton (www.dailyprincetonian.com, 30-1-06). “Un Irán nuclear –agregó estableciendo un significativo orden de prioridades– es un peligro para Israel, para sus vecinos y aun más allá... La seguridad y libertad de Israel es el eje de toda concepción norteamericana sobre el Medio Oriente. Ha sido el sello distintivo de la política exterior norteamericana durante más de 50 años y no debemos ni atrevernos a vacilar ante este compromiso.”
Se venden ya camisetas, gorras y otros indumentos con la frase “Hillary presidente 2008” y tiene posibilidades de ser nominada para el cargo. En diciembre del 2005, una encuesta de CNN/USA Today/Gallup reveló que el 41 por ciento de los demócratas la quiere en la Casa Blanca. Pero su estrategia no consiste en capitalizar el creciente descontento con el gobierno republicano por el desastre iraquí. Más bien al revés: se muestra más dura que W. Bush al que le discute, no los fines, sino los medios para garantizar la realidad del sueño imperial. Hillary tampoco se anda con chiquitas respecto de Irak: “No creo que debamos o podamos irnos de Irak inmediatamente”, señaló en un e-mail dirigido a sus posibles votante en el que postula una retirada paulatina “dejando (en Irak) un número menor de efectivos en zonas seguras, más capacitados para reunir datos de inteligencia y atacar con rapidez” (www.clinton.senate.gov, 29-12-05). Dicho de otra manera, instalando bases militares permanentes en el país agredido. En esto, la señora de Bill va más lejos –declaratoriamente– que el propio W., quien suele referirse con oscuros titubeos a las 14 bases que el ejército de EE.UU. construye en Irak para quedarse en “zonas seguras”. ¿Para “atacar con rapidez” a qué país si no Irán?
Hillary Clinton, a diferencia de 22 de sus correligionarios senadores, votó por la guerra contra Irak señalando que el arsenal de armas de destrucción masiva de Saddam Hussein y su complicidad con Al Qaida eran “hechos indiscutibles”. Hoy le parece “indiscutible” que Teherán está fabricando armas nucleares, aunque en la más reciente Estimación Nacional de Inteligencia –un informe que periódicamente elaboran por consenso todos los organismos de espionaje de EE.UU.– se indica que “Irán no podrá producir una cantidad suficiente de uranio altamente enriquecido, el ingrediente clave de un arma atómica, antes de comienzos de la segunda mitad de la próxima década”, es decir, hasta dentro de 10 años (The Washington Post, 2-8-05). Pero ése es un detalle y la senadora no parece detallista.
La escritora Gail Sheehy relata en su biografía Hillary’s Choice (Ballantine Books, Nueva York, 2000) una escena conyugal no precisamente íntima en el contexto de la guerra en Yugoslavia: “Hillary llamó al presidente por teléfono para darle su opinión. ‘Lo insté a bombardear (Belgrado)’. Los Clinton discutieron la cuestión unos días. (Bill) dudaba: ¿y si los bombardeos provocan más ejecuciones? ¿Y si distancian a la OTAN?” Hillary respondió: “No puedes permitir que esto continúe hasta el final de un siglo que presenció el mayor holocausto de nuestra época. ¿Para qué tenemos a la OTAN si no es para defender nuestro estilo de vida?’ Al otro día el presidente declaró que era necesario usar la fuerza”. Cabe reconocer la coherencia belicista de la Sra. Clinton.
El Consejo de Liderazgo Democrático (DLC, por sus siglas en inglés) realimenta, por si hiciera falta, las posiciones de Hillary. El DLC es un influyente think-tank de dirigentes demócratas que defiende los intereses de las grandes corporaciones y brega para que el partido abandone sus pujos de centroizquierda y se ubique nítidamente en el centroderecha. Con las elecciones de noviembre a la vista, se ha convertido en un verdadero obstáculo para las actividades contra la guerra y amonesta a sus bases así: “Es importante que los demócratas entiendan que, a pesar de la declinación de Bush, EE.UU. sigue siendo un país de moderado a conservador”. Y advierte a los dirigentes del partido que “podrían estar jugando con dinamita política si demandan la retirada inmediata de las tropas norteamericanas” de Irak (The Washington Post, 18-12-05). El sábado 8 de este mes, un hombre cortó el discurso sobre “Mujeres líderes” que Hillary pronunciaba en la Brown University de Providence (AP, 9-4-06). “¿Es liderazgo apoyar la guerra?”, preguntó el hombre y desató la protesta airada de otros asistentes que duraba cuatro minutos cuando la policía sacó a la senadora del auditorio. Afuera la esperaba un cartel con la leyenda “El mintió, ella estuvo de acuerdo, ellos murieron. Que las tropas vuelvan ya”.
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