Mar 25.04.2006

CONTRATAPA

La tregua y la paz

› Por Rodrigo Fresán
Desde Madrid y Barcelona

UNO A veces pasa. Pocas. Me refiero al hecho de que en las primeras planas de todos los diarios aparezca la buena nueva de un escritor en lugar de las malas noticias provocadas, seguro, por gente que nunca leyó más que las crónicas de las malas noticias que provocan. Las primeras planas a las que me refiero eran las del pasado sábado y el escritor era el mexicano Sergio Pitol, llegado a España para recoger el Premio Cervantes. De pronto –Pitol alegre y alegres los que se alegraban por su alegría– la actualidad era rabiosamente literaria y la pésima escritura de la realidad retrocedía vencida y avanzaban las ficciones de un hombre sabio. El milagro –la tregua– había comenzado ya el jueves: Madrid celebraba la Noche de los Libros (con obvias intenciones de adelantarse al inminente e invencible Sant Jordi catalán), las calles se llenaron de músicas y librerías abiertas hasta la medianoche y Pitol paseó por las calles de la ciudad repasando en su cabeza el discurso que daría el viernes al mediodía, frente a los Reyes, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, cuna de Cervantes y, a partir de ahora, recinto anexado al plano de la casa de la vida de Pitol. En su discurso, Pitol se recordó como un niño enfermo y horizontal e inmóvil salvado por la verticalidad hiperquinética de los libros. Lo leyó despacio y feliz y, al terminar su lectura, seguía sonriendo y esa sonrisa saltó y se prolongó en los diarios del día siguiente. Y era una de esas sonrisas que hacía sonreír.

DOS “Querido Pitol, sabes muy bien que el final no se cierra. Y sabes también que tú seguirás abriéndolo aún más. Porque la vida es vasta, como la escritura”, escribe Antonio Tabucchi en el prólogo a Tríptico de Carnaval, de Sergio Pitol. Y el sábado Tabucchi estaba en Barcelona para abrir el Día del Libro y declarar inaugurado el Sant Jordi 2006 como célebre pregonero. Tabucchi venía, también, a presentar su flamante Autobiografías ajenas: poéticas a posteriori (Anagrama), libro “más de lucubraciones que de certezas sobre mi obra” que abre con una esclarecedora y definitiva cita de Joseph Conrad: “Primero se crea la obra, y sólo después se reflexiona sobre ella. Y es una actividad ociosa y egoísta que no es de utilidad alguna y que a menudo conduce a falsas conclusiones”. El “librito” reúne textos de Tabucchi sobre Tabucchi y, según su autor, funcionan como hipótesis de un detective sobre ese caso por siempre abierto –“el final que no se cierra”– que es la propia obra. Durante la conferencia de prensa, Tabucchi se refirió a las tentaciones del “suicidio blanco” (desaparecer sin matarse), a sus intenciones de seguir abriendo puertas y ventanas, al odiado Caimán Berlusconi, a la “poca imaginación de la Historia que parece cambiar para seguir siendo siempre la misma” y “a la rara sensibilidad de los escritores que, en verdad, no son otra cosa que cortocircuitos que les permiten hacer conexiones y conjeturas que a nadie se le ocurren y, de tanto en tanto, advertir sobre los peligros que se avecinan y que sólo ellos anticipan”, y al espanto de que “la vida pase en un instante pero los domingos sean tan largos”.

TRES Y cuando despertó, el dragón –el dragón de Sant Jordi– todavía estaba ahí e iba a ser un Sant Jordi muy largo, porque el asunto empezó el sábado con multitudes llenando librerías en busca de ese libro que canjearían por rosa y todo eso que no se entiende muy bien por qué. Pero no está nada mal, de tanto en tanto, que lo inexplicable sea algo bueno, que –como diagnosticó Tabucchi– “la gente salga a la calle por un buen motivo”. El domingo amaneció nublado y algunos temían lluvia y otros arrastraban cara de resaca adquirida en la ya tradicional fiesta de la revista Qué Leer. Unos y otros, seguro, leían en La Vanguardia la entrevista –primera en 20 años– a la megaagente literaria Carmen Balcells quien, domingo, se permitió no abrir las puertas de su agencia para el festejo. En el reportaje, Balcells hablaba sobre próceres y premios y risas y lágrimas pero –disfrutado todo– yo me quedo con esto: “La lectura es el acto más libre y solitario de un individuo. No se puede aprender nada sin leer y, cuando encuentras algo que te complace, es un placer irrepetible, una auténtica orgía del cerebro. Para experimentarla, no es ni siquiera necesario dedicarle muchas horas: leer veinte páginas de un libro importante te puede cambiar la vida”.

CUATRO ¿Orgía cerebral? ¿Epifanía de masas? ¿Histeria de masas? ¿Hipnosis colectiva? No hay explicación cierta para el Día de Sant Jordi. Apenas, algunos pocos datos, algunas insuficientes explicaciones: que se conmemora el Día del Libro; que el 23 de abril de 1616 coincidieron las muertes de los titanes Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare (aunque no sea del todo cierto porque, entonces, los calendarios ibérico y británico tenían un desfasaje de diez días, pero no importa...); que la gente sale a comprar libros –y rosas– como si se tratara de latas de comida ante el anuncio de un bombardeo nuclear; que de lo que se trata –consciente o inconscientemente, al menos por unas horas– es de desafiar a esa encuesta que asegura que el 47 por ciento de los españoles no lee (pero sí compra) un libro aunque en ello le vaya la vida; y que se venden buena parte de los libros del año. Y, claro, el renovado misterio, la necesidad inexplicable de ver, tocar, decirles algo y arrancarles una firma a los escritores expuestos como freaks de feria o animales de zoológico. Está claro que a muchos de los autores les gusta la jornada en exteriores –tanto tiempo a solas y encerrados– y no es casual que sean aquellos que firman mucho. Otros esperan allí, sentados, con cara de condenado frente a un pelotón de fusilamiento que no dispara nunca.

Al caer la noche el espejismo real empieza a esfumarse y –no se trata de enfrentar el cerebro al músculo– pero el serratiano vamos bajando la cuesta comienza a insinuarse con las noticias deportivas en una jornada triunfalmente ibérica: Alonso entró segundo en Imola, Nadal quebró la raqueta de Federer en Montecarlo, Valverde pedaleó primero en la carrera Lieja-Bastoña-Lieja, Fernández Castaño los paseó a todos por los links de Shan-ghai, Ribalta rugió en las 24 Horas motociclísticas de Le Mans. El Real Madrid ganó pero sigue agonizando y el Barcelona postergó su coronación liguera por granizada en Sevilla: el partido se suspendió hasta nuevo aviso a eso de las 10 de la noche. Justo entonces, supongo, terminó la tregua, las rosas se marchitaron, los libros se cerraron y volvieron a encenderse los motores de las rotativas del espanto y –“El Pentágono decide extender a todo el mundo la lucha contra el terrorismo”, “Bin Laden amenaza a todo Occidente”– comenzaron a imprimirse las primeras planas con las malas noticias del día siguiente, las malas noticias de siempre.

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