Mar 16.05.2006

CONTRATAPA

El Día de la Lista

› Por Juan Sasturain

Hubo una época en este país en que la gente –la mayoría de la gente– no sabía el nombre del ministro de Economía ni era necesario: bastaba con quejarse en general del gobierno; tampoco se sabía quién dirigía las películas, que eran “de Sandrini”, “de Enrique Muiño” o “de los Cinco Grandes” y eso alcanzaba para identificarlas. Incluso, aunque pueda resultar extraño, también se ignoraba sin escándalo quién era el director técnico de la Selección Nacional. Más aún: el laburo o cargo ni siquiera se llamaba así. Durante los cuarenta y los cincuenta, Minella o Stábile habían sido “entrenadores” y para eso salían a la cancha con una E gigante en el rompevientos azul/gris. El rótulo “DT” fue un invento cajetilla de los sesenta, la misma época en que nos empezamos a enterar de quién era el ministro de Economía es decir, cuando las crisis flagrantes llevaron a buscar “responsables” que se pudieran putear con nombre y apellido: Alsogaray, Krieger Vasena, Juan Carlos Lorenzo...

Cuando volvió la delegación que fue al Mundial de Suecia en el ’58, los enardecidos, soberbios hinchas porteños fueron a Ezeiza a tirarles moneditas a los jugadores. Ellos eran lo visible, los (únicos) que jugaban. Pero cuando volvió el anodino equipo de Chile ’62, ya el insultado era Lorenzo. Es que el protagonismo se había trasladado en gran medida y nefastamente fuera de la cancha.

Hoy, el equívoco director técnico –este Pekerman, antes Bielsa y los demás en serie regresiva hasta Menotti– resume en sí por lo menos tres funciones: es seleccionador, es entrenador y es conductor táctico (no “técnico”, que es otra cosa). Es decir: elige los jugadores, los hace practicar y determina la forma de jugar, el esquema. Eso va todo junto e indisoluble, ya que el modelo es inseparable de los jugadores. Pero hay un orden cronológico e ideológicamente revelador: el lugar que se les dé a los jugadores, ya sea como determinantes del estilo o como meros intérpretes de un esquema anterior. En ese sentido, ayer, el increíble “Día de la Lista” fue un primer paso elocuente.

Nunca antes se creó, por obra de los medios, semejante expectativa ni se personalizaron de tal modo los avatares del proceso selectivo, vivido y vendido como un episodio más de la larga serie de “reality shows” que padecemos cotidianamente: competencia por la supervivencia y enigmas morbosos sobre quién se va. Es notable cómo se subrayó más, al estilo de los “nominados” televisivos, el “drama” de los que se “quedaban afuera” que la alegría de los que integraban el equipo. Así, el proceso que terminó con el nombramiento del plantel de 23 integrantes de la Selección pareció, desde muchos de los medios, más una sangrienta resta que lo que fue: una jubilosa suma.

Es que, como pocas veces, La lista de Pekerman no es de vida o muerte; no es la de Schindler (los que se salvan) ni la de Adrián Messenger (los que mueren) sino la de los que van a jugar, literalmente hablando. Prefirió los jugadores que compiten a los competidores que juegan. Que José haya elegido seis delanteros con varios nombres desequilibrantes en el mano a mano (Crespo, Tevez, Messi, Palacio, Cruz y Saviola) más Riquelme, Cambiasso, Aimar y Lucho González para ocupar la zona de medios es un gesto de manifiesta adhesión a una idea del juego que prioriza el control de pelota, la habilidad personal, la estética futbolera argentina, la “nuestra” en suma.

No hablemos de resultados ni de pronósticos. Pero esta lista de quiénes parece garantizar un cómo. No es poco.

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