CONTRATAPA
Asimetrías
› Por Juan Gelman
Se parecían casi nada. Gustave Flaubert pasó toda su vida madura en su retiro al fondo de Normandía. George Sand prefería el ruido social. Uno murió soltero con poca mujer detrás. La otra practicó el amor con abundancia y sin distinción de sexos. Ambos fueron elogiados y criticados con dureza. Edmond de Goncourt anotó en su diario que Flaubert era un provinciano vulgar, lleno de exageraciones, que se autoproclamaba apasionado, pero no daba importancia alguna a las mujeres. Baudelaire calificaba de “letrina” a Sand y es cierto que su ex marido, Casimir Dudevant, argumentó para que le otorgaran la Legión de Honor que haberse casado con ella merecía un reconocimiento público. Pero Heine la consideraba “tan hermosa como la Venus de Milo” y Franz Liszt, “la mujer más fuerte (en el sentido bíblico) y la más ricamente dotada” del siglo. Los dos eran escritores famosos y se asemejaban contrariamente en una práctica poco habitual para la época: mientras escribía Madame Bovary, Flaubert bailaba para sus amigos vestido de mujer; Sand usaba ropa de hombre públicamente. Fueron íntimos amigos hasta que la muerte decidió otra cosa.
Tenían miradas muy diferentes sobre el mundo, pero ninguno de ellos pasaba por alto la estupidez humana. Para Sand, la estupidez era “un estado infantil” y “toda infancia es sagrada”; para Flaubert, era inerte y no merecía compasión. Sand fue socialista, anticlerical y crítica de la obligada sumisión de la mujer. Flaubert repudió la Comuna de París, aunque más “la ineptitud de la derecha”. Y no se engañaba sobre sí mismo: dio la razón al médico que lo atendía cuando lo trató de “vieja histérica”. Llegó a decir: “Si yo fuera una mujer, no me querría como amante”.
Sand le llevaba 17 años a Flaubert, se enamoró brevemente de él y le daba consejos maternales: que se casara, que tuviera hijos, que hiciera gimnasia. “Usted ama demasiado la literatura –le escribió–. Eso acabará con usted y usted nunca acabará con la estupidez humana.” Cuando un desastre económico agobió a Flaubert y lo obsesionaba la idea de que se iba a quedar sin la casa donde escribía sus libros, Sand le ofreció comprarla y que viviera allí hasta su muerte. Eso no le impedía hartarse cada tanto de su “joven amigo”: “Acabo de cenar con Flaubert –confiesa a su hijo– y su conducta fue más extravagante que de costumbre... Lo estimo mucho, pero me da terribles dolores de cabeza”.
Sus otras diferencias, las literarias, son explícitas en la correspondencia que intercambiaron en diciembre de 1875. Los dos salían de enfermedades y desánimos para retornar a la escritura. Sand no oculta su disgusto por la posición estética de Flaubert. Afirma que él, seguramente, está escribiendo una obra cargada de desolación mientras que ella procura una novela que sea consuelo. El reitera que no permite que sus sentimientos personales invadan sus libros. ¿Acaso no los invaden?, responde ella. Y la doctrina del autor ausente –insiste–, más que una postura estética, ¿no encubrirá la falta de verdaderas convicciones? Esa pretendida objetividad –subraya– roza la superficie de la vida y el arte debe ser algo más que sátira y pura crítica; le propina que escribe para una elite y que su atención extrema a la forma –lo que Flaubert llamó la búsqueda de “la palabra justa”– desemboca en una carencia de profundidad. La debilidad de La educación sentimental –critica– consiste en que sus personajes no actúan, son mero juguete de los acontecimientos.
La respuesta de Flaubert es compacta. Asegura que no le faltan convicciones, pero su importancia y la de él mismo nada son comparadas con el trabajo del texto. En su obra, “el autor debe estar como Dios en el universo, presente en todas partes y visible en ninguna”. El creador es nada; la obra es todo y las opiniones personales no tienen cabida en ella. El no pertenece a una escuela ni ha creado alguna, ejerce el realismo en tanto vía a la Belleza. Y no se trata de sátira o de crítica: cree firmemente que “no hay monstruos ni héroes”. Por lo demás, piensa que todo dogma es espiritualmente falso, llámese Religión, Progreso, Catolicismo o Democracia. La Fisiología y la Historia contradicen el juicio de Sand sobre la Igualdad. El ser humano es un compuesto inestable y la Tierra, un planeta decididamente inferior. En cuanto a que la literatura debe proporcionar consuelo, “no puedo cambiar mis ojos”, dice Flaubert. Y se despide con un cálido abrazo a su “querida y adorable y buen maestro”. La llamaba “maestro”, pero cuando falleció, él supo decir: “Había que conocerla como yo la he conocido para comprobar cuánta feminidad había en este gran hombre, la inmensa ternura que poseía este genio”. Para la muy sensible poeta Elizabeth Barrett Browning, Sand era “un genio femenino magnífico, el mayor de cualquier país y en cualquier época”.
George Sand era más bien corta de estatura y Gustave Flaubert, altísimo. Cuando lo enterraron, su cajón no cabía en la tumba ya excavada y hubo que sepultarlo en diagonal. Con la cabeza para arriba, claro.