› Por Sergio Pitol y Carlos Monsiváis *
La Gente. Desde hace tiempo, y aún más notoriamente ahora, cada vez que alguien se refiere a La Gente eleva su generalización: “La Gente está contenta, la Gente está indignada, la Gente anda muy triste, la Gente no se va a dejar”. De hecho, el o la que describe está hablando siempre en primera persona. Hoy, la Gente es sinónimo del Yo y esta operación donde lo colectivo apenas enmascara lo individual es propia del tiempo en el que el egoísmo a ultranza no funciona y la tradición insiste en el egoísmo.
Por eso, hoy, aquí, quienes desean expresar sus sentimientos y sus pensamientos se los atribuyen a la Gente. Nosotros, por ejemplo, advertimos que la Gente está indignada, alegre, informada y muy decidida.
Ellos –y en pos de la ruta lógica de don Vicente Fox, cuando decimos ellos no nos referimos a nosotros– se han autorretratado a la perfección en su campaña desde el odio en favor del miedo y sus rasgos delatan la ideología ampliada por la mercadotecnia y centrada en el abuso de poder, el conservadurismo y la proclamación de lo muy necesario de la desigualdad.
Las causas que funcionan sólo a corto plazo son apenas y en rigor promociones publicitarias o desahogos emotivos. La batalla por la democracia es una causa permanente que en este caso pasa por la defensa del voto y de los votantes, de todos los que acudimos el 2 de julio sin excepción. Nuestra causa a corto, mediano y largo plazos es la construcción de la democracia, de la que forman parte esta marcha y esta concentración.
Los patrocinadores del fraude hormiga, los que desataron –y a nombre de la libertad de expresión, nada menos– la campaña de “López Obrador, un peligro para México” exhiben también su mentalidad clasista: si un candidato presidencial es “un peligro para México”, lo son también los que deciden votar por él en números tan elevados. Se ha recurrido al desprecio como técnica de entendimiento del país y, al declararse implícita y explícitamente a un gran sector “peligro para México”, se ha promovido o “inaugurado” la polarización. No obstante, más que de un país dividido debe hablarse de una mayoría en los alrededores de la concentración extrema de la riqueza.
Por eso el proceso electoral se ha encarecido en forma tan desproporcionada, y por eso la derecha festejaría si coloca la democracia en la Bolsa de Valores. Esta es la gran disputa: democracia al alcance de todos o democracia (o como quiera llamársele) a precio de oro, con maniobre o incansable adjunto. Al respecto, una propuesta utópica: que en un futuro próximo el salario mínimo de cada trabajador en México sea el sueldo actual del presidente del Instituto Federal Electoral, Luis Carlos Ugalde.
En política, lo contrario del odio no es el amor, sentimiento nobilísimo que, fuera de las fechas sagradas del consumismo, no encuentra su sitio en el mercado. Lo contrario del odio es el ejercicio sistemático de la razón. También, el desgaste del adversario es siempre un arma de dos filos. El que tiene el poder en sus manos dirige todas sus acciones hacia ese fin. El desgaste del adversario suele producirse, pero el manipulador pierde en la esfera la oportunidad de gobernar. Es un cazador (con todo el tiempo mental invertido en su propósito) y no un gobernante.
Cuando decimos “la derecha” no calificamos de modo alguno a todos los votantes de Felipe Calderón ni los equiparamos con los devotos de El Yunque y agrupaciones similares, así, en su forma más beligerante, esta derecha haya sido el núcleo activador y el club de campaña. No nos toca indagar las razones del voto de los adversarios y sí respetarlas, y estamisma actitud percibimos en los votantes de Andrés Manuel López Obrador y la coalición Por el Bien de Todos.
Por eso sorprende la agresividad enorme de la andanada poselectoral del sector de Calderón que, en Internet, el Agora de la República, no sólo y previsiblemente se obstina en el linchamiento del candidato, sino también menosprecia con gran alborozo a muchos millones de mexicanos y sus exigencias justas.
¿De veras creen que el choteo barato y la difamación disipan las dudas sobre el recuento de votos?
No queremos, no necesitamos, no le concedemos un sitio a la violencia. En 2005, con el intento patético del desafuero y, en 2006, con la exigencia de la rendición de López Obrador, la violencia ha sido la actitud y el instrumento de la derecha, una violencia ideológica, de mentiras y compra de voluntades, y calumnias y mentiras grotescas, y difamaciones y fraudes hormiga. De este lado hay respuestas críticas, a veces ideológicamente desmesuradas o francamente necias, pero que en su conjunto no equivalen en virulencia y alcances mediáticos al menos oído o visto de los spots radiofónicos y televisivos del PAN y el empresariado.
Cientos o miles de millones de pesos invertidos en retener oprobiosamente el poder exhiben la violencia del gran capital sobre la ciudadanía.
Si el dinero a raudales decide quién gobierna, el gobierno que llega obedecerá al dinero a raudales. Si así han querido ganar, así inevitablemente querrán gobernar. Tanto gastan, tanto han de recuperar con creces. Mentir para imponerse es ignorar en definitiva la ubicación de la verdad.
¿Tiene sentido separar legalidad de legitimidad? Si esto se discute ahora, es porque la legalidad está usurpada o programada por computadora, y porque la legitimidad es el gran espacio de confirmación de los valores de la República laica.
Señala el día de hoy en un brillante artículo Rolando Cordera Campos:
Fortalecer las instituciones sin pensar ni registrar la existencia del pueblo y su necesidad ingente de organización es bordar en el vacío, hacer de la política juego de salón, y del poder coto privado de los herederos de una riqueza nunca bien habida.
La emergencia de estos días obliga, en primer lugar, a la defensa del voto y los votantes. A partir de allí, sectores vastos de la sociedad mexicana –y ésta no es profecía sino comprobación diaria– seguirán en la movilización crítica si quieren que su acción contestataria perdure. La campaña de 2006 no admitió o no permitió el debate sobre los problemas y las tragedias ecológicas, las catástrofes educativas, las posibilidades del empleo, la inseguridad social, el racismo antiindígena, el sexismo, la condición salarial en el país, la intolerancia religiosa, la homofobia, la impunidad de la clase política y del gran capital. Esto no se pospone indefinidamente, pero sí se jerarquiza porque hoy lo que corresponde es “voto por voto, casilla por casilla”.
Si esta causa fuese únicamente política, su significado sería localizable en demasía, pero las movilizaciones provienen también de una certeza ética y moral y esto explica su continuidad razonada y pacífica. No minimizamos ni magnificamos los errores de nuestro proceso, pero –hoy, 16 de julio de 2006– esta presencia multitudinaria, que representa a millones de votantes, surge de la necesidad de cambios profundos que correspondan al desarrollo civilizatorio que merecemos. No presumimos del monopolio de la verdad, pero sí ratificamos las demandas jurídicas y la argumentación moral. Por lo demás, se atestigua a diario el aforismo de Jerzy Lec: “La dispensación de la injusticia está siempre en las manos adecuadas”. No abandonemos nuestros votos en la fosa común de la resignación o la apatía. Voto por voto y casilla por casilla.
* Leído en el Zócalo de México, en la segunda asamblea informativa de la coalición Por el Bien de Todos, para denunciar fraude electoral contra el candidato del centroizquierda Andrés Manuel López Obrador.
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