› Por Sandra Russo
La revelación de que Juan José Alvarez fue agente de la SIDE durante la dictadura, y que fue incorporado a ese organismo recomendado por el ex general Albano Harguindeguy, sigue rebotando de un modo curioso en la clase política. Absorbidos por su propio juego electoral, se limitan a traducir los hechos a una sola lengua, a un solo dialecto, el único que parecen entender: se saltean a Alvarez-agente de la SIDE y avanzan directamente sobre el mecanismo que hizo que esa verdad saltara a la luz pública.
No se los notó lo suficientemente asqueados, acaso porque no sintieron asco o porque ya estaban al tanto, quién sabe, son tan raros. Están tan lejos, vuelan tan bajo, respiran un aire tan viciado.
Se supone, suponen ellos y denuncian, que esto es una maniobra del Gobierno para desarmar políticamente a ex duhaldistas y lavagnistas. Y dejan entrever que la revelación de que Alvarez supo entrar y salir de la SIDE en aquellos años, en los que en la SIDE entraban y salían asesinos, es nada más que la punta de un iceberg que les parece tremendo: que empiecen a llover carpetas con pasados roñosos. Eso es lo que les parece tremendo. Vaya dirigencia, amigos: hasta llaman “cultura del miedo” a la posibilidad, inminencia o posibilidad de que más mugre sea colgada al sol.
Uno no es ingenuo, y no ignora que esta revelación viene de la mano de una coyuntura política, y si hay algo indignante es que sean las coyunturas las que hagan salir a flote estas cosas, y no la sencilla práctica democrática, que también supondría (ay, los potenciales) un ánimo filtrador de trazos gruesos y pasados bochornosos. Pero en fin, si es la coyuntura política la que nos hace saber que Juan José Alvarez, ese duhaldista hábil y especialista en seguridad, se entrenó sobre este tema en los despachos tenebrosos de la SIDE de la dictadura, deberemos concluir que la democracia por sí sola no alcanza para filtrar la roña, pero que al menos nos ofrece las coyunturas políticas, en las que saltan los fusibles y puede verse en lo oscuro.
Desde este mismo espacio se ha observado muchas veces que, en el mundo político, todo aquel que se aferra al latiguillo “miremos para adelante”, es porque guarda un muerto en el ropero. Es una metáfora, pero desgraciadamente en la Argentina roza una verdad literal. Y es en sí mismo escandaloso que ahora cunda el pánico de que se ventilen trapos íntimos manchados, porque nada tiene que ver la intimidad con el hecho de habernos desayunado, tantos, de que Juanjo Alvarez supo ser uno de aquellos misteriosos agentes de anteojos negros que hacían inteligencia contra enemigos internos.
Suena como una desproporción que sólo puede proporcionar cierta vaga desesperación en muchos dirigentes. ¿De qué cosas todavía no nos habremos enterado? ¿Cuántas aberraciones más nos dispensará la coyuntura política? ¿Cuántas reacciones delirantes más tendremos que presenciar? ¿Un trabajo? ¿Alvarez dijo que trabajó en la SIDE de la dictadura porque necesitaba dinero? ¿Desde cuándo ser miembro de la SIDE en tiempos de la dictadura más sangrienta de la historia argentina puede ser equiparado a un “trabajo”?
Se habla de “polución de la clase política”, se le pedirán informes a la SIDE para saber cómo se filtró esa información secreta. ¡Ahora todos parecen celosos guardianes de la confidencialidad de la SIDE! Corren el bulto de lugar... ¿por si salpica?
¿Y el escalofrío? ¿Y la náusea? ¿Y la sorpresa? En la dictadura, todos los que no nos fuimos, trabajamos de algo. Hubo incluso algunos que hoy son funcionarios o dirigentes que trabajaron para el Estado. Pero una mínima cuota de sentido común separa sin ninguna dificultad a esa gente que por diversas circunstancias trabajó en juzgados o dependencias estatales de quienes anidaron en el intestino fino de la masacre. No sólo no se podía no saber: en la SIDE se apuntalaban las desapariciones. Se colaboraba con ellas. ¿Qué resorte mental ridículo pretende hacer creer que es lo mismo haber servido en la SIDE que en cualquier otro lado?
Cómo se filtró la información es la pregunta de los que retroceden para adelante o de los interesados en sostener a Alvarez, incluso a la luz de su pasado. Y sostener a un hombre con ese prontuario es minimizar de una manera extrema la desgracia colectiva que, como las desapariciones, no termina de pasar. Sigue pasando.
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