› Por Sandra Russo
El sindicalismo peronista hizo su pantomima del gesto que mejor le sale todavía, la violencia, justo cuando se cumplía un mes de la desaparición de Julio López. Una y otra cosa no tienen aparentemente nada que ver. Pero es necesario desarmar ese “aparentemente”.
En estos años no hubo ninguna autocrítica sindical. Ni hubo renovación. Ni hubo revisión de métodos ni ajuste de escalas ideológicas con las que medir la realidad política. El sindicalismo reapareció hace un par de años, junto con la reaparición del empleo, un bien escaso tan venerado y tan deseado que su regreso, aun en cuotas, hizo pasar por alto los mismos nombres y ahora obliga a no pasar por alto las mismas metodologías.
El peronismo sindical siempre lo usó a Perón y Perón lo usó a su vez para cobijar el ala derecha inconfesable y evidente de una doctrina cuyo eje siempre fue la acumulación del poder a cualquier costo, incluso el de la patota y el crimen parapolicial. Desde la década del ’70, allí se hizo sólido el nido más reaccionario del movimiento. Hubo quienes intentaron cambiar aquellos códigos, y sus nombres figuran hoy en las listas de desaparecidos peronistas.
El peronismo sindical es un fenómeno del que Perón no podría, no debería estar orgulloso. No forjó su movimiento un sindicalismo crítico del poder y combativo, ni organizado, ni solidario, ni movilizado desde las bases hacia las cúpulas. El peronismo sindical ofrece tantas grietas y tantas miserias que es, podría decirse, una tara que Perón no pudo o no quiso resolver, porque Perón nunca ofreció resistencia a las patotas. Las alentó, siempre que jugaran de su lado.
La Triple A no nació de un repollo. Nació de una concepción mafiosa de la política, que ya el entonces líder senil de gente que mutuamente se odiaba dejó crecer y recrudecer.
Después de aquellos estallidos de violencia intrasindical cuyos muertos no se contaban, como si fuera la muerte un gaje del oficio, llegó la dictadura y con ella los asesinatos masivos.
Y a un mes de la desaparición de un testigo clave en el juicio a uno de los más sanguinarios represores de esa dictadura, ¿qué queda? Quedan solicitadas de organismos de derechos humanos. ¿Solamente los organismos de derechos humanos siguen de cerca la búsqueda de López? Que López no aparezca ni vivo ni muerto es una prueba de que hay bacterias asesinas resistentes al paso de los años. Antes del ’76, los muertos sindicales eran hallados en zanjones. Después del golpe, los muertos no eran hallados.
Estamos frente a dos fenómenos que es necesario abortar. Aborto terapéutico. A diferencia de Perón, que fue enorme pero no inocente en relación con la violencia desatada hace décadas, de cara al presente y al futuro el peronismo debe depurar su catálogo litúrgico y ponerlo a tono con los tiempos. Pero para eso es necesario no sólo un líder que se exprese claramente al respecto y ponga límites a la aparición de armas de fuego y vendettas pueriles por facturas añejas. También y sobre todo es necesaria una sociedad que dé señales de espanto frente a la violencia. Hay un hombre, un testigo desaparecido hace un mes. Y hay también una docilidad general inexplicable para aceptar ese hecho. Que una y otra cosa sucedan simultáneamente provoca escalofríos. Hay muchas maneras de decir que no. Firmemente, que no. Esta sociedad deberá elegir la manera en que se planta y dice no. Y si calla, como ha callado tantas veces, otorga.
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