› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO
Come en casa Borges. Aunque come y casa son un decir, Borges sigue siendo Borges. Borges es inalterable y, me dice Borges, Bioy sigue siendo Bioy. No es a mi casa donde llega Borges y tampoco comemos. Los dos estamos muertos y los muertos no comen ni tienen casa. Los muertos, apenas, flotan. Pero me agrada que sigamos juntos, viéndonos (aunque el verbo que ejecutamos no sea exactamente ver, es otra cosa) como a lo largo de tantos años antes del final, de su final y del principio de mi fin. Trabajamos juntos en una nueva y ampliada versión del Libro del cielo y del infierno y nos reímos mucho. Haber sabido que esto –que no es paraíso ni averno– era así. Inventamos un poeta chino que describe exactamente la textura de esta región en la que ahora vivimos o morimos, suspendidos. Si me obligasen a definirlo en muy pocas palabras, diría que “estamos en el aire”. Me dan ganas de comentarle a Borges que, si se lo piensa un poco, todo esto tiene algo de El sueño de los héroes o de La invención de Morel. Pero no digo nada. Tengo sueño. Borges habla y a mí se me cierran los ojos.
DOS
Come en casa Borges. Deja, como siempre, los cubiertos fuera del plato. Pero no importa porque en el plato no hay nada. Tampoco hay plato. Lo único que permanece es el recuerdo de los cubiertos, del plato. El Más Allá no es otra cosa que el reino de la memoria de cada uno. “Los antiguos modales nunca fallecen”, apunto en este diario fantasma y Borges se mata de la risa al oír la frase y me dice que parezco la señora Bibiloni de Bullrich. Esa costumbre suya de cambiar las palabras muy utilizadas por sinónimos para que las frases comunes (las viejas costumbres nunca mueren) suenen nuevas o, mejor, como importadas. Una diferencia importante, sin embargo. Ya no les pongo la fecha a los días porque no tengo ni idea de qué día es aquí arriba o abajo o al costado o vaya a saber uno dónde queda este lugar que siempre cambia de lugar y de forma. A veces es como si estuviera en la calle Posadas, otras, en Pardo, otras, frente a un atardecer de la Costa Azul. Borges me dice que él tiene la sensación de estar todo el tiempo dentro de una biblioteca o de un laberinto o frente a un espejo. Después se ríe y me dice que no, que nada que ver, pero que no quiere desilusionar a la gilada y entonces biblioteca, laberinto, espejo. Una y otra vez.
TRES
Ayer vimos por televisión el traslado del cadáver de Juan Domingo Perón. Otra salvedad: no es un televisor exactamente. Es una pantalla que sintoniza las vidas de los vivos y de los avivados. Borges ve un poco mejor aquí, pero lo mismo le gusta que le cuente lo que veo. Le digo que se están agarrando a golpes y a tiros encima de un ataúd. Borges: “La falta de grandeza de este hombre se pone de manifiesto hasta después de su muerte. ¿Te das cuenta? No son huesos. Es un cuerpo embalsamado. Si fuesen huesos habría algo de reliquia sagrada en todo el episodio. Un toque de épica. Pero así es como pelearse por un gran oso de peluche roto. Acaba de revelárseme un animoso. Un animoso bien peronista. Oí: Perón, Perón. / ¿Qué horas son? / Si fueras huesos / Me haría un pucherón. Pero no, no hay caso. Embalsamado”. Bioy: “Y tengo entendido que con bastante deficiencia. Habrían hecho mejor trabajo con su segunda esposa, dicen. En cualquier momento también la sacan a pasear. Y para colmo está depositada cerca de casa, cerca mío. Me dicen que le falta un dedo”. Borges: “A Perón le faltan las manos. Esas manos que eran grandes como cabezas”. Bioy: “Ahora están cantando la marcha. A los gritos”. Borges: “La palabra muchachós acentuada. Qué animales. Siempre me intrigó la idea de que millones de personas cantaran muchachós sin ningún problema”. Bioy: “Mirá cómo se pegan”. Borges: “Es curioso, su himno asegura que Todos unidos triunfaremos. Cosa que, es evidente, sucedió. Ganaron. Pero no unidos. Todo lo contrario. Si hasta parece una versión crota de El hombre que fue Jueves, de Chesterton. Son todos peronistas pero nadie sabe qué tipo de peronista es, o qué es ser peronista”. Bioy: “De acuerdo. Podría rescribirse una nueva versión, firmada por Bustos Domecq, con el título de El hombre que fue Juan Domingo”. Borges: “John Sunday. Lindo nombre para escribirle algo. No sé muy bien qué. Pero lindo nombre... ¿Quiénes son esos dos que se acusan mutuamente? Qué caras raras. Uno parece uno de esos personajes secundarios de Shakespeare y el otro un malevo”. Bioy: “Se llaman Kirchner y Duhalde y la verdad que tienen unas caras rarísimas”. Borges: “Como pantagruélicas, diría la señora Bibiloni de Bullrich queriendo decir alegóricas”. Me dan unas sobrenaturales ganas de molestarlo a Borges. De tanto en tanto me ocurre. Bioy: “¿Te imaginás cuando traigan tus huesos? Que papelón”. Borges: “Yo siempre quise que me enterrasen en la Recoleta, con los míos. Para mí es el único cementerio porteño. Los otros, el Israelita, Chacarita, Flores, son como salas de espera. Pero no creo que algo así ocurra. De suceder, espero que sea después de la muerte de Sabato. Porque ése no se va a privar de ir a llorarme el féretro”. Bioy: “Qué aguante, Sabato. Quién iba a decirlo. Nos fuimos muriendo todos y Ernestito dale que te dale, solicitada que solicitada, lloro que te lloro, y ahí lo tenés. Me dicen que ahora pinta.” Borges: “Como escritor, Sabato siempre pintó mal. Se me presenta un animoso: Los muchachós sabatistas / Todos unidos lloraremos / Y como siempre daremos / Un grito de corazón: Qué genio soy, qué genio soy... Lo que va a ser el entierro de Sabato... Mejor morir afuera, ¿no? Porque los argentinos tienen esa cosa vitalista con la muerte”. Bioy: “Tenés razón. Pero yo morí en Buenos Aires y el asunto fue más bien poca cosa. Pero lo tuyo va a ser diferente. Van a traer tus huesos en un Hércules de la Fuerza Aérea”. Borges: “De todos los héroes mitológicos, Hércules siempre me pareció el más salame. Seguro que era peronista. Hércules tiene pinta de muchachó”. Bioy: “La que se va a armar cuando llegue tu cajón. Ya vas a ver, ya vas a ver”. Borges: “Yo no veo”.
CUATRO
Come en casa Borges. Escuchamos tangos. Borges se emociona y me dice no sé qué de la patria. Pongo unos blues y Borges hace como si no los oyera y se pone en contarme algo sobre María y sus obras completas y Francia. Nos escondemos de Manucho que pasa dando saltitos por ahí. Parece un fauno. Comento que no me molestaría verlo a Cortázar. Borges: “Yo no veo. Pero sí vería a Cortázar. Pobre, las cosas que dicen de él los que tantas cosas dicen de mí”. Leemos un ejemplar de mi Borges. Nos reímos. De pronto, Borges se pone serio. Borges: “Espero que dentro de cien años los hombres hayan perdido la superstición de considerar que todo hecho cuya veracidad ha sido comprobada es precioso”. Bioy: “Me dijiste lo mismo, y lo anoté en mi diario, el 29 de septiembre de 1975”. Borges: “Ya ves”. Bioy: “Ya veo”.
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