› Por Juan Gelman
El resultado de las elecciones de medio término que tendrán lugar en EE.UU. el próximo martes 7 ya se conoce: triunfen los demócratas o insista el voto republicano, quien saldrá victorioso es el partido de la guerra. Es dominante en los unos y los otros, tiene mucho peso en los medios y los círculos académicos y se asiste un espectáculo notorio: diversas encuestas de opinión en torno de la guerra de Irak registran que más del 60 por ciento de los estadounidenses piensa que fue un error y que ha llegado el momento de irse, pero ninguno de los dos partidos tradicionales ha incluido esa aspiración en sus respectivas plataformas electorales. Lo que los demócratas y aun ciertos republicanos critican a W. Bush no es que esa guerra continúe, sino que hay que hacerla mejor.
“Halcones-gallina” como William Kristol, fundador del Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense que quiere convertir a EE.UU. en dueño del mundo, exigen que la Casa Blanca envíe más tropas para salir del pantano iraquí, no de Irak. Los demócratas diseñan la propuesta sobre la guerra que presentarán en su campaña electoral para las presidenciales del 2008: la elabora un nuevo sector, autodenominado Demócratas por la Seguridad Nacional, que propugna más apertura respecto de las intervenciones militares, incluso preventivas, y demanda que el partido se distancie de “la ambivalencia post-Vietnam acerca de la proyección del poder estadounidense”, reexamine su postura de oposición y aprenda a reconocer el heroísmo de líderes republicanos como Ronald Reagan (www.nypress.com, No 12, volumen 18, 2006). Lo cual no debería costarle mucho a una “oposición” que en el Congreso y el Senado votó a favor de casi todas las propuestas republicanas de los últimos seis años, incluyendo, claro está, la intervención en Afganistán, la invasión y ocupación de Irak, la llamada Ley Patriótica que recorta las libertades civiles locales, la anulación del habeas corpus, el apoyo a Israel en la guerra contra Hezbolá/El Líbano e ainda mais.
Esta ideología de buena parte del liderato demócrata ilumina su práctica. Rahm Emanuel, representante por Illinois desde 2003, dirige el comité de campaña en favor de los candidatos demócratas a las 45 bancas del Congreso en juego. Fueron por él seleccionados y el 64 por ciento se opone a la retirada de tropas de Irak y a establecer siquiera un posible calendario para su regreso. En las internas demócratas para la elección de candidatos, Emanuel apoyó con gruesas sumas de dinero a los que se identifican con los “halcones-gallina” –algunos hasta son más radicales en el tema– y muy poco a los que preconizan el fin de la guerra y de la ocupación de Irak (counterpunch.org, 14/15-10-06). Aunque los demócratas obtengan la mayoría en el Congreso, poco y nada cambiará. La base demócrata piensa de otra manera: sólo el 30 por ciento de quienes votan al partido aprueban el curso actual de la guerra, mientras que el 63 por ciento quiere la retirada inmediata o gradual de las tropas estadounidenses en Irak (Gallup, 24-9-06).
Esa demanda no se traduce en un pujo pacifista de envergadura dentro del partido demócrata. Crece la opinión contra la guerra en todo EE.UU., pero dirigentes como Hillary Clinton son más agresivos que el propio W. Bush cuando se trata de Irán. La esposa de Bill ha acusado a la Casa Blanca de “apaciguamiento” frente a Irán y su presunto programa de desarrollo de armas nucleares, que la CIA estima que sólo podrá culminar dentro de una década, si existe: “Creo que hemos perdido un tiempo precioso negociando con Irán”, afirmó en la conferencia que dictara en la Universidad de Princeton el 18 de marzo pasado. Ella prefiere invadir Irán ya. Tiene antecedentes en la materia: urgió a su vacilante marido presidente a bombardear Belgrado con OTAN o sin OTAN (Gail Sheehy, Hillary’s Choice, Random House, 1999).
Hillary Clinton lleva ventaja en las preferencias de los demócratas para la candidatura presidencial del partido en los comicios del 2008. Tiene más de 21 millones de dólares en el banco (The American Conservative, 27-3-06) que la ayudarán considerablemente a concretar ese objetivo. Si la dirigencia demócrata logra sofocar el pacifismo de la mayoría de su electorado, habrá dos aspirantes al sillón de la Casa Blanca que sólo discutirán los medios, no los fines. Como dijera el escritor y periodista norteamericano Garet Garret (1878-1954), conservador al viejo estilo que supo criticar el New Deal rooseveltiano con dureza, pero también la política exterior intervencionista que EE.UU. reiterara al terminar la Segunda Guerra Mundial: “Entre el ideario republicano, es decir, el de un gobierno constitucional, representativo y acotado, y el concepto de Imperio, hay una enemistad mortal. Uno de los dos deberá contener al otro o uno de los dos destruirá al otro. Lo sabemos. Pero esa disyuntiva nunca se sometió a votación popular”.
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