Sáb 18.11.2006

CONTRATAPA

La savia de los héroes

› Por Osvaldo Bayer

Acabo de estar en tierra gallega. Allí confirmé una vez más una convicción: la ética triunfa finalmente. Pueden pasar muchos años, pero los triunfadores circunstanciales que pisaron y enlodaron la ética caen siempre. Caen indefectiblemente en el estercolero de la historia. Como Francisco Franco, el fusilador de poetas. Hombre de metralla y hostia. Meter bala y después dar gracias de rodillas por haber podido matar. Hombre de cuartel y catedral. Y por eso glorificado con decenas de monumentos y calles. España fue todo Franco. Mientras ahora se tiran abajo y se escupen esos monumentos construidos por él mismo y sus mantenidos. Y se levantan de sus tumbas escondidas los que dieron la vida por libertad y justicia.

En Pontevedra me invitaron a la inauguración del monumento a los fusilados el 12 de noviembre de 1936 en esa ciudad. Ese día, a la madrugada, por orden del dictador Franco se fusiló a los médicos Amancio Caamaño, Telmo Bernández y Luis Poza; a los maestros Paulo Novás, Germán Adrio y Benigno Rey; al abogado José Adrio, al periodista Víctor Casas, al capitán Juan Rico y el editor Ramiro Paz. El genial monumento a los fusilados está compuesto de troncos de árboles fundidos en bronce en medio de un bosque de plátanos verdes llenos de vida. Los troncos de bronce tienen sus ramas cortadas, como si les hubieran amputado sus brazos en plena vida. En el acto de recuerdo por los setenta años de crímenes tan viles de gorra y botas, se escucharon discursos plenos de vida y de esperanza en la palabra y no en la bala, y en los presentes se notó la nostalgia por la pérdida de vidas tan jóvenes y llenas de la esperanza de crear justicia para los de abajo.

Los fusilados por Franco se convirtieron en árboles de bronce y sus ramas cortadas son como los puños cerrados de la protesta, la advertencia y la resistencia triunfantes.

En la misma bella Pontevedra se realizó al mismo tiempo el congreso de historia Destecendo a desmemoria (“Destejiendo la desmemoria”), referido a la lucha antifranquista en Galicia. Pero el tema se extendió a otros crímenes del poder en este planeta, donde el hombre sigue siendo víctima del hombre. Pude hablar así de la muerte argentina, la desaparición de personas y cómo poco a poco va llegando la justicia a los culpables de esa forma horrible de asesinar.

Al mismo tiempo de estos valientes ejercicios de la memoria en Galicia, en otra ciudad de su territorio, Santiago de Compostela, se quitó el “Doctor Honoris Causa” al dictador Francisco Franco. El consejo de gobierno universitario resolvió hacerlo, “rechazando la concesión del título al fascista porque no reúne ni los méritos científicos ni los personales para ostentar dicho honor”. Se lo dijeron con todas las letras: “fascista”. La resolución fue comunicada a las universidades de Salamanca y Coimbra, por si deciden seguir el ejemplo. Ni monumentos ni títulos honoríficos.

Esta resolución deja al desnudo el espíritu de alcahuetería de la época del franquismo, cuando se le dio ese título al dictador. Al acto concurrió, por supuesto, el cardenal Quiroga Palacios y todos los ministros del gobierno y los rectores de todas las universidades de España. Cuando en 1965 le otorgó el título al fascista, el rector Angel Jorge Echeverri dijo que la obra de Franco se asemejaba a una experiencia científica “porque su régimen había conseguido restaurar el biologismo normal de nuestra patria”. Sí, claro, restableció el biologismo a fusilamiento limpio. Extraña fórmula la del rector en apoyar así ese régimen de la muerte con la palabra “biologismo”.

Por supuesto que el esclarecimiento de la historia que se basa en los fundamentos de la ética está queriendo ser manchado ahora por aquellos que se enriquecieron durante la dictadura franquista. En ese sentido, hay medios de comunicación en poder de esos empresarios y políticos que hacen diariamente propaganda en contra. Pero, por supuesto, callan que Franco llegó al poder con la ayuda de las tropas fascistas de Mussolini y con la Legión Cóndor de los nazis. Basta recordar el bombardeo a Guernica. Que, luego de la increíble obra de arte de Picasso, ya no se podrá ocultar jamás.

Es que, claro, no se democratiza un país sólo recordando los crímenes de los que asaltaron el poder, sino empeñándose en hacer verdadera justicia y volcando en el pueblo aquellos bienes mal adquiridos. ¿Qué hicieron, por ejemplo, en las hermosísimas costas marítimas de Galicia el franquismo y sus consortes? Una increíble retahíla de casas opulentas de fin de semana para los del poder y del dinero, en vez de dedicar esos increíbles lugares para el descanso y la diversión en instalaciones comunitarias para el pueblo del trabajo y sus hijos.

La democracia española debe ir atreviéndose a democratizar cada vez más el país. También en sus formas. Acabar, por ejemplo, mediante un largo y profundo debate, con la institución monarquía. Es un verdadero insulto a todos aquellos republicanos defensores de la democracia tener esa figura, fuera de tiempo ya. Más que muchos países de régimen parlamentario han demostrado que pueden mantener la misma “continuidad” con un presidente elegido por el Parlamento: ver, por ejemplo, Francia, Italia, Alemania. La monarquía inglesa ha pasado ya los límites del melodrama con rasgos de pantomima, para no hablar de las de Holanda, Suecia y otras que han quedado en la Edad Media mental y ya su único efecto es mirarse al espejo. El rey de España fue inventado –después de la república– por la dictadura del general, que por algo ya había llegado a ser generalísimo. Ese rey español tiene ese origen descastado y pasaría a la historia de la verdadera democracia si renunciara, aludiendo que él se siente actualmente un miembro más de un aprovechamiento propio de ficciones de los allegados al poder para seguir detentando ese poder a través de personas “designadas por Dios”, tal vez buenas personas u honestas como Juan Carlos, pero ni son representantes de Dios en la Tierra ni pueden representar a todo un pueblo. El rey Juan Carlos pasaría a la historia si renunciara porque “representa a un sistema ya superado por la historia”.

Sin duda, esa institución de la monarquía es una falta de respeto para todos los que cayeron en su lucha por la república –principalmente aquellos que dieron sus vidas en plena juventud–, como tener instituciones “por razones de seguridad” o de “estabilidad”.

De los fusilados por Franco en Pontevedra se podría obtener la siguiente razón, que pueden leerse del discurso del notable escultor Fernando Casás, el autor del conjunto escultórico de los troncos de bronce de árboles talados del cual hablamos, quien dijo: “Estos troncos de bronce intentan evocar a los hombres que perdieron su savia para que crecieran nuevos árboles”. Y es así. Sus rostros salieron en los diarios en primera página setenta años después de que sus cuerpos recibieran los balazos asesinos.

Yo tenía nueve años cuando ocurrió el levantamiento del militar Franco. En la Argentina había dos versiones definidas sobre la Guerra Civil Española: la que daba el diario Crítica, que defendía a la república; y la del Deutsche “La Plata” Zeitung, que defendía al fascista católico Francisco Franco, protegido de Hitler y Mussolini. Muchos argentinos viajaron a España a defender a Madrid. Epico. Morir en Madrid por la libertad. Jóvenes de civil y gorra contra militares de casco y botas... Y tanques y ametralladoras traídas de Krupp y Mauser.

La muerte de poetas. García Lorca, fusilado. Miguel Hernández, muerto de hambre en la cárcel por orden del minúsculo Franco. La poesía y el heroísmo murieron bajo el plomo de los fabricantes de armas y los eternos uniformados. Picasso y la paz. Las lágrimas del inmortal Manuel de Falla al llegar a Buenos Aires en su exilio. El tiempo del desprecio. Y luego ya la muerte como dogma: la guerra europea. El poder condenaba a la juventud a la muerte más vil: el cazarse como bestias. Y la cobardía máxima, el bombardeo de ciudades abiertas donde criaban la vida las madres y los niños que iban naciendo.

Y de pronto el amanecer, ahora, ver que la historia sólo justifica a los éticos: a los que defendieron la paz, a los que se opusieron a la muerte, pese a que ésta venía rezando el rosario. La cruz y la espada, aquellas armas que sirvieron para conquistar América y exterminar o esclavizar a sus habitantes naturales, conquistaron el Madrid republicano y le metieron cerrojo y le enseñaron el miedo al “pecado”. El hoy no significa que ganaron aquellos republicanos que fueron fusilados por sus ideales. Está muy mezclado todo pero, por lo menos, los nombres de los que creyeron en la libertad están de nuevo en las calles, y sus monumentos son acariciados por los niños que juegan en las plazas.

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