Lun 15.07.2002

CONTRATAPA

Una buena

› Por Sandra Russo

El espejismo dejó paso a otra realidad, inédita, pero de la que cuelgan, como flecos viejos, lugares, ocupaciones, gestos que si no estuviéramos hechos pelota podrían incluso enternecernos o hacernos rejuvenecer. Es que nos envían, los nuevos signos de estos tiempos de crisis, a un pasado en el que todavía se miraban los eclipses con el culo de un sifón, en el que los chicos no consumían sino que codiciaban y cambiaban figuritas, y en el que los autos resistían los embates de cada año que pasaba a fuerza de recauchutajes y chapa y pintura. Los talleres mecánicos, que estaban en franca fase de extinción y sobre cuyos generosos terrenos habían florecido, bajo el efecto narcótico de la convertibilidad, edificios en torre con gimnasio y solarium, vuelven a ser un escenario requerido en la nueva Argentina, un país que se va despidiendo lenta pero decididamente de los insumos importados, ya que insumo importado que se rompe o se quema, insumo importado que ahí queda.
Lejos, en la nube opiácea, van quedando las latas de gaseosas, que en muchos bares ya están siendo reemplazadas por el viejo vaso rebosante (de vidrio; los descartables han iniciado también su retirada) y proveniente no ya de máquinas expendedoras sino de la botella familiar, que también vuelve a ser aceptada en restaurantes. En muchos de ellos, la media milanesa que el caballero, la dama o alguno de los niños no han probado, es amigablemente empaquetada y depositada en la mesa junto a la adición. Ningún mozo que se precie de gentil esperará a que se lo pidan, pero si el mozo no es quien ofrece a la clientela aprovechar los restos de ravioles o de pollo al spiedo, la clientela no se avergonzará de solicitarle su paquete. Vergüenza no es pedir, es robar. Vergüenza no es ahorrar, es desperdiciar.
En la peatonal de Quilmes, donde las boutiques, las casas deportivas y las regalerías fueron languideciendo lentamente hasta la agonía de la quiebra o la falta de stock, empardadas deslealmente por el ambiente climatizado de los shoppings y los todo por dos pesos, la crisis ha deparado alguna que otra sorpresa: se apresta a abrir sus puertas, en la calle más cara de esa localidad, un local para la compostura de zapatos. El de zapatero remendón, junto al de modista, es uno de los viejos oficios que la devaluación ha desempolvado. Los zapatos se vuelven a arreglar, la ropa también. Hay que arreglarse.
La peatonal que sí reverdece es Florida, tal como cuando éramos chicos y pasear por Florida era un clímax porteño para los adolescentes suburbanos. Lugar de paso de turistas, son los turistas ahora quienes les arrebatan a los vendedores de artículos de cuero todo lo que haya a mano. En la mano, el domingo pasado, una mujer chilena tenía tantas prendas que se le iban cayendo mientras avanzaba hacia la caja de Zara, en el Alto Palermo. En Zara están liquidando todo a mitad de precio, lo cual significa que lo que al principio de la temporada era absolutamente inaccesible, hoy es apenas inaccesible. Puede uno ahora, viendo la voracidad de esos turistas que hacen cuentas y no paran de sonreír, experimentar ese regusto vago a usurpación y resentimiento que deben haber sentido con nosotros los nativos de lugares a los que íbamos a hacer llover la prepotencia de nuestro ex dólar barato.
Vuelven los yuyos para reemplazar a los antigripales, vuelven los altoparlantes, vuelven los pañales de tela, vuelve el detergente suelto, vuelven las lentejas y los porotos a granel, y si nos apuran hasta vuelve el palito helado de Laponia. Ibamos a ir en dos horas a Japón atravesando la estratosfera y en cambio no vamos a ninguna parte, solamente volvemos al pasado. Ibamos a unirnos al mundo, a ser su vanguardia, a mandar cascos blancos, a mediar en Medio Oriente, y ahora solamente volvemos, en este volver interminable, a ser éstos, este Capitán Beto por el espacio, con su nave de acero hecha en Haedo, ayer colectivero, hoy amo entre los amos del aire, tiernos, crédulos capitanes Beto, que en la estratosfera se preguntaron “¿Por qué habré llegado hasta aquí, si no puedo más de soledad?”. A lo mejor no, pero tengo la impresión de que eso sí cambió: hoy estamos menos solos que antes.

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