› Por Juan Gelman
La victoria en Irak es imposible, soltó Henry Kissinger por la BBC de Londres. Dijo algo obvio para muchos, pero no todos entienden hasta qué punto la invasión y ocupación de ese país ha roto el equilibrio estratégico que imperaba en la región y ha creado una pendiente por la que declina el poderío estadounidense en el plano mundial. Todo lo que puede imaginar la Casa Blanca para enderezarla es una fuga hacia adelante: la guerra contra Irán.
Ese conflicto a la vista se complicó para los neoconservadores la semana pasada, cuando el muy informado periodista estadounidense Seymour M. Hersh dio a conocer en The New Yorker que, según un alto funcionario de la CIA, no hay evidencias de que Teherán esté enriqueciendo uranio para obtener armamento nuclear, la afirmación que W. Bush reitera para justificar otro ataque “preventivo”. La fuente reveló a Hersh que, según la evaluación del servicio de inteligencia, “la CIA no encontró hasta ahora pruebas concluyentes de un programa secreto iraní de producción de armas nucleares, paralelo a las operaciones de naturaleza civil que Irán ha declarado al Organismo Internacional de Energía Atómica”. Para el vicepresidente Dick Cheney la falta de pruebas indica exactamente lo contrario: que ese programa existe y que Teherán ha sabido cómo esconderlo al espionaje aéreo y/o terrestre. Esta lógica no será kantiana, pero es voluntariosa.
La situación de EE.UU. en Irak es verdaderamente paradójica. Juega al aniquilamiento de la insurgencia sunnita que llevan a cabo las milicias chiítas iraquíes con el apoyo tácito de Teherán, y al parecer no entiende que está apoyando al sector más integrista y hostil a los intereses de Washington. En tanto, Irán asiste con beneplácito a la matanza de sus ex enemigos, los seguidores de Saddam Hussein, las tropas norteamericanas guardan las espaldas de las milicias pro-iraníes y miembros del gobierno de Irak piden ahora que la ocupación continúe hasta terminar la tarea. Si W. Bush envía 20.000 efectivos más, como le pide el senador demócrata Joseph Lieberman, ayudará a proteger esas milicias. Se ignora si el mandatario estadounidense comprende que este matrimonio por conveniencia terminará si se acaba la resistencia sunnita.
Hersh señala que el reemplazo del renunciado Donald Rumsfeld por el ex director de la CIA Robert Gates sólo consiste en un toque de credibilidad para una política que éste no podrá diseñar ni impedir, pese a que es el jefe del Pentágono. “Los neoconservadores siguen trabajando duro e insisten en que el único camino para salvar a Irak es castigar a Irán... También preconizan que esto es algo que Bush tendrá que hacer antes de dejar la presidencia.” Pero el factor más agudo tal vez sea la postura de Tel Aviv que, desde luego, el poderoso lobby estadounidense pro-israelí sostiene y propagandiza por todos los medios: la consigna es que Irán prepara un nuevo holocausto con su programa nuclear. El primer ministro israelí Ehud Olmert “es atacado por no haber sido capaz de terminar con los cohetes (palestinos) Qassam, sufre presiones y se aleja del bajo perfil que mantuvo”, explica Aluf Benn en el diario israelí Ha’aretz (19-11-06).
W. Bush no descarta que Israel bombardee las instalaciones nucleares iraníes y hasta ha dado su permiso: él comprendería –dijo– que lo hiciera. Este vicariato ya costó sangre israelí en la aventura del Líbano y es posible que los dos aliados subestimen la capacidad de respuesta de Teherán. Si el ataque se produce, en el mejor de los casos sólo retrasaría en un par de años la culminación del programa nuclear de Teherán y sería “un desastre total” para todos, aseveró un miembro del gobierno francés que participó en las conversaciones Bush-Chirac (Ha’aretz, 20-11-06). En efecto: la represalia iraní sería más vigorosa que la de Irak cuando Israel bombardeó sus instalaciones nucleares en 1981 y eso sin duda obligaría a la participación de EE.UU., hecho que unificaría al mundo árabe por primera vez en siglos. Las consecuencias: ardería el Medio Oriente y Asia Central y el mundo entero –EE.UU. e Israel incluidos– pagaría la factura.
Irán, con la mitad de su territorio en llamas, aún tendría la capacidad de impedir el paso de los buques-tanque petroleros por el estrecho de Ormuz, disminuir la producción de sus yacimientos y cesar las exportaciones de hidrocarburos, cortar los oleoductos de toda la región del Golfo. Los precios del petróleo se irían a nubes más altas todavía y se precipitaría una crisis económica mundial. Hay conservadores llamados “realistas” que pujan por negociaciones con Irán y Siria a fin de apaciguar el volcán iraquí y entrecerrar la caja de Pandora que abrió Bush. La pregunta es si esto se podrá lograr o si quemantes lavas volcánicas han de cubrir la región entera.
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