› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO El fin de año produce un mismo efecto pero en dos diferentes modelos: están los que –al tañir la campanada 12 de la medianoche del 31– se sienten principiantes y están los que se sienten finalistas. Y supongo que están los que dicen no sentir nada. Pero yo no les creo.
DOS Y, de acuerdo, el final/comienzo del año no tiene por qué significar algo para alguien. Después de todo, ¿qué autoridad tiene un almanaque o un rutinario movimiento astral una vez más completado (chinos y judíos ni siquiera buscan esta coartada galáctica) para convencernos de que justo ahí late la posibilidad de un nuevo inicio o de acabar de una buena vez por todas con exactamente eso? Y aún así... De ahí que en esa semana peligrosa que separa al 24 del 1º se suela caer en actitudes reflexivas, en afanes compendiadores, en resúmenes de lo vivido y de lo publicado y, de golpe, recibamos inoportunos llamados telefónicos, e-mails de demasiados megas o súbitas comunicaciones desde alguno de los tantos Más Allás que viven de este lado. Y, por supuesto, los medios de cuarta nos bombardean con constantes postales de individuos abrazándose automáticamente (una reciente encuesta ha determinado que el Viagra se ha vuelto popular entre los jóvenes ibéricos como “solución” para remontar una noche aderezada con el cada vez más popular por aquí polvillo blanco nasal), de regresos a casa de los padres (aunque en España el tema de la vivienda de los hijos esté más que complicado y de ahí que días atrás marcharan sobre Barcelona hordas de ya no tan jóvenes mileuristas bajo el lema “No podemos volver a casa por Navidades porque todavía no nos hemos ido”), y los programas de la televisión de cualquier índole propongan soluciones de cualquier tipo para cualquier cosa. La otra noche, en uno de ellos, un psicólogo (supongo que a esta altura ya existe una rama/carrera de esta ciencia que forma en exclusiva a analistas catódicos del inconsciente) revelaba, para espanto de conductores y asistencia, que no hay nada más malo, no existe peor época del año para hacer nuevos votos y firmar nuevas promesas, que el fin del año. Según el profesional, jurarse a uno mismo una cantidad indeterminada de imposibilidades coincidiendo con el fin/principio de un nuevo almanaque es una gesto destinado al fracaso y casi suicida, porque no hay nada menos productivo que pretender compaginar nuestras torpes vueltitas con los solemnes giros del cosmos.
TRES Y la otra noche fui al concierto en Barcelona de Jarvis Cocker y ahí tienen a un perfecto finalista/principiante: el tipo ignoró por completo su canon junto a Pulp, se concentró exclusivamente en las canciones de su flamante Jarvis y a otro cosa. Mejor renovar que resumir. Actitud por la que ha optado a lo largo de todo este mes TVE para festejar sus cincuenta años en el aire. Esto ha implicado, por supuesto, la vetusta resurrección de fantasmas de navidades pasadas junto a folklóricas falangistas pero, también, la buena idea de buscar y encontrar –voto mediante– cuál había sido La imagen de nuestra vida a partir de una selección previa de 600 vistas de pantalla. A nadie extrañó demasiado que entre las diez finalistas primaran las malas noticias. A saber: la multitudinaria marcha de 1997 por el asesinato a manos de ETA del concejal Miguel Angel Blanco, la familia Telerín y su “vamos a la cama”, los atentados del 11 de marzo del 2004 en los trenes de Madrid, Omaira enterrada hasta el cuello en el lodo de un volcán colombiano, la caída del World Trade Center 9/11, la dimisión de Adolfo Suárez como presidente del gobierno en 1981, la muerte del naturalista Félix Rodríguez de la Fuente, el naufragio del Prestige frente a Galicia en el 2002, una barrabasada dialéctica de 1995 a cargo del inefable Jesús Gil y, al cierre, Gabi & Fofó & Miliki & Fofito y esa pregunta/alarido tan peligrosa por estas fechas: “¿Cómo están a ustedes?”
CUATRO Y la semana pasada –mientras escribía sobre Qué bello es vivir como definitiva película navideña– me preguntaba cuál sería entonces la inevitable película findeañera. No demoré mucho en responderme que, aunque no transcurra durante un 31 de diciembre, sin dudas, esa es Casablanca. Ya saben: rodaje complicado, más frases citables que en todo Shakespeare y en la Biblia y, fundamentalmente, toda esa gente juntándose para reencontrarse, brindar, cantar y volver a separarse luego de disparar unos cuantos tiros. Principiantes y finalistas todos ellos. El fin de un gran amor, el comienzo de una gran amistad y el bar y el aeropuerto como escenarios metafóricos de idas y vueltas. Y, por supuesto, esa canción que un mal pero inspirado traductor ha decidido que se llama “Según pasan los años” y cuya letra es perfecta para cicatrizar el agujero que dejan esas dos agujas de reloj clavándose en el tic-tac de nuestros corazones.
CINCO Acaba de salir por aquí el segundo tomo de los inmensos Microgramas de Robert Walser. Leo que en una página de ellos se lee: “Quisiera gritarlo sinceramente a todos, a todos, pues vivimos en unos tiempos quebrantados que sólo con exquisito cuidado y mucha lealtad pueden encolarse de nuevo y recomponerse”. Así que ya saben: Feliz año. Porque, de nuevo, nada. Los tiempos NO están cambiando. Lo único que cambia es el clima. El reciente informe climático de la ONU ha dictaminado que “la concentración de gases de efecto invernadero es la mayor en 650.000 años” –años viejos– y que su “ritmo de incremento no tiene precedente en 20.000 años” y que la cosa está jodida por más que, de golpe, todos empecemos a portarnos muy bien. Los hielos se seguirán derritiendo y, durante lo que queda del siglo y un poco más, nos encontraremos con la soga del océano cada vez más cerca de nuestros cuellos. Por lo que de feliz, menos que nada. Mejor aún, dejémoslo así: Año, a secas y punto. Año es, por lo menos, ir a lo seguro, a lo más o menos inevitable aunque nunca se sabe. Y que el 2007 nos traiga exquisito cuidado y lealtad para arreglar un poco la cosa. O, por lo menos, silbando bajito, “As Times Goes By”, para no seguir rompiéndola. Porque todo parece indicar que en este futuro cada vez más presente –principiantes o finalistas– vamos a ser todos iguales: perdedores.
Pregunta: ¿Cómo están ustedes?
Respuesta: Vamos a la cama.
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