CONTRATAPA
Hay remedio
› Por Juan Forn
Quizá lo hayan visto por televisión, o lo leyeron en los diarios. O quizá estuvieron ahí, en la City, el viernes pasado, en algún momento entre las diez de la mañana y las dos de la tarde, cuando en la esquina de San Martín y Perón se montó una suerte de centro de salud callejero, para recibir donaciones de medicamentos e insumos hospitalarios y entregarlos gratuitamente a quienes no pueden pagar por ellos. Algunas cifras de lo que pasó: en esas cuatro horas, en esa esquina (y a lo largo de la calle San Martín, hacia Sarmiento), 72 profesionales de la salud y 80 voluntarios entregaron medicamentos gratis a 1500 personas (por valor de $30 mil, si hubieran debido pagar por ellos en farmacias), 600 personas recibieron atención médica gratuita y más de medio millar recibió información y asesoramiento sobre diálisis, oncología, diabetes, trasplantes, hepatitis C, sida y salud reproductiva, en temas tan concretos como el procedimiento para exigir a sus obras sociales la atención, los tratamientos y los medicamentos que se les niegan burocráticamente.
La respuesta espontánea de la gente superó las expectativas: a partir del momento en que la TV empezó a transmitir imágenes de lo que estaba sucediendo en la City, se multiplicaron no sólo los pedidos sino también las donaciones, a tal punto que hoy, en Colombres 25, hay un stock de medicamentos e insumos cuyo valor supera los 50 mil pesos, que se distribuirá en los próximos días en los hospitales y centros de salud cuyos profesionales participaron en la jornada (del Belgrano de Villa Zagala, el Boccalandro de Loma Hermosa, el Grierson de Guernica, el Eva Perón de San Martín, el Evita y el Vecinal de Lanús, el Madre Teresa de Ezeiza, el Mi Pueblo de Florencio Varela, el Gandulfo de Lomas, el Pueyrredón de Mar del Plata, el Melchor Romero y el Rossi de La Plata, el Güemes y el Posadas de Haedo, el Larcade de San Miguel, el Perón de Avellaneda, el Meléndez de Adrogué, el Paroissien de La Matanza, el Oñativia de Rafael Calzada, y los hospitales de General Rodríguez, Gonet, Berisso, San Isidro, Tigre, Ingeniero Budge y San Fernando).
Cuando empezó a ponerse en marcha esta convocatoria estaba claro que sería una gota de agua en el océano de necesidad en que se encuentra la salud pública nacional. Las cifras de la jornada lo confirman con amarga elocuencia: la necesidad supera en forma escalofriante todo lo que se pueda ofrecer en esta clase de iniciativas, no importa su envergadura. Es cierto que se puede repetir y reproducir esta mecánica de convocatoria (u otras), instrumentarlas en cada ciudad, incluso en cada barrio (y ésa parece ser la intención de varias asambleas y organizaciones, en capital y el interior, próximamente). Pero eso no oculta el corazón del problema: la emergencia sanitaria nacional y la inadmisible inercia del Estado frente a ella.
En nuestro país hay 32 laboratorios y farmacias estatales (en hospitales, universidades y hasta en dependencias de Ejército y Gendarmería) que podrían activarse de tal manera que serían capaces de satisfacer, fabricando genéricos, la demanda de medicamentos que necesitan todos los hospitales del país (es decir, las 15 millones de personas que hoy acuden a la salud pública porque carecen de prepagas u obras sociales).
Y no se trata de hacer remedios de peor calidad para los pobres: la industria pública de genéricos en Brasil (desarrollada a través de esa cadena de laboratorios y farmacias estatales precisamente) ofrece una rentabilidad suficiente para controles de calidad que garanticen la idoneidad del producto; y, al mismo tiempo, a un precio que evita que los genéricos producidos privadamente aumenten en forma arbitraria, cuando las multinacionales llevan a las nubes los precios de sus productos. Ese era el corazón del reclamo que motorizó la convocatoria del viernes pasado. Y eso fue lo que puso en evidencia, por si no bastan las imágenes cotidianas de hospitales y salas de guardia, de miseria y desamparo que se reproducen cotidianamente frente a nuestros ojos. “Nuestro” modo no alcanza, si no se redefine drásticamente ese “nosotros”; si el Estado no se pone a la cabeza de la emergencia sanitaria nacional y se hace cargo como corresponde de la primera y más esencial de sus obligaciones. Pedir salud no es pedir limosna. Dar salud no es beneficencia sino una obligación. Y no sólo una de tantas sino la primera y esencial de todo Estado.