Mar 23.07.2002

CONTRATAPA

Miguelito

› Por Sandra Russo

Vemos por octava, por novena, por décima vez cómo Miguelito toma del pico de una botella de alcohol y después vuelca un chorro al aire, descontrolado. El mismo es también un chorro, ahora, mientras junto a sus dos amigos mantiene como rehenes a catorce personas en el supermercado de Gerli. Finalmente, después de cuatro horas de máxima tensión, los rehenes no sufrieron ningún daño y tampoco los pibes chorros: la policía no tiró porque evidentemente esta vez la orden fue no tirar. Los rehenes no fueron físicamente heridos, pero parecen haber sido palpados por la desesperación, la incongruencia, la desorientación de esos tres chicos. En lugar de salir de ese infierno pidiendo mano dura o pena de muerte, se convirtieron en voceros de la necesidad de afecto de Miguelito, a quien la televisión insistió infructuosamente bautizar “Chuckie”.
La televisión se hizo cargo del hecho. Cómo no hacerlo: más que un asalto con toma de rehenes, la del viernes parece haber sido una puesta en escena perfecta en todos sus detalles. El supermercado Eki prestó sus amplias vidrieras para ser la gran vidriera en la que el drama se desarrolló casi sin secretos para el gran público. Se veía a los rehenes tomados del cuello por los asaltantes, se veía a los asaltantes disputando por la única arma que funcionaba (a la otra se le había roto el cargador), se veía a Miguelito haciéndose sandwiches obscenos con distintos tipos de fiambres y tomando alcohol. Pasen y miren el festival del asalto con toma de rehenes, con pibes chorros como protagonistas.
No obstante, la desconcertante reacción de los rehenes daría pistas, más tarde, de que incluso así, en la vidriera, el drama se desarrolló siguiendo la pauta de un guión no escrito según el cual los asaltantes tenían que parecer feroces y amenazantes para presionar a la policía. “Gritábamos que nos iban a matar porque ellos nos decían que gritáramos, ¿entendés? Era teatro”, dijo un rehén. Puesta en contacto telefónicamente con el padre del más joven de los asaltantes, otra rehén, la cajera del supermercado, admitió que tuvo miedo de que la mataran y que por un rato pensó que efectivamente lo harían, pero terminó diciendo: “Que dejen a Miguelito volver con su familia y que ellos le den mucho cariño, porque lo que él necesita es cariño”.
¿Síndrome de Estocolmo? Cuatro horas parece poco tiempo para ponerlo en marcha en la psiquis de esos rehenes. ¿Qué demonios pasó ahí adentro y qué demonios está pasando en este país, cuyas coordenadas vibran mucho más profunda y drásticamente de lo que son capaces de captar y percibir la mayoría de los comunicadores y opinólogos? Los debates de la televisión y de los diarios se agotan en los debates acostumbrados: ¿para delitos de adultos, penas de adultos? ¿Hay que bajar la edad de imputabilidad? Si Miguelito va a un reformatorio, ¿no saldrá peor de lo que es? ¿Sobra Miguelito en esta sociedad? ¿Sobran millones de personas?
A este paso, dejarán de sobrar a medida que se vayan matando entre ellas. Miguelito está previsto en el modelo. No existe un país como éste o algún país diseñado como éste en el que no estén previstos millones de Miguelitos y millones de rehenes. Somos 37 millones de rehenes de algo que no deseamos y no elegimos y no decidimos.
La escena de la vidriera del Eki, esa vidriera de la podredumbre social argentina, exhibió claramente el viernes pasado las tres patas en las que el modelo se basa para repartir la mugre que exuda. Por un lado, los chicos convertidos en asaltantes; por el otro, la gente convertida en rehén; y más allá, la fuerza para reinstaurar el orden. Los vectores en juego, esta vez, determinaron que la policía se abstuviera de tirar, que los asaltantes se abstuvieran de matar y que los rehenes se abstuvieran de una ira que cualquiera hubiese justificado. Algo pasó ahí adentro, algo que desconocemos, una transposición de roles, una rara visión de la verdad. Tal vez haya sido ese guión no escrito que asaltantes y rehenes representaron lo que les permitió abstraerse del drama tal como lo vivían,para advertir que es una cuestión de azar que en ese guión perverso a uno le toque actuar de víctima y al otro de victimario.

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