› Por Sandra Russo
El jueves leí el pirulo de tapa de este diario y me recorrió un escalofrío, no por lo que son capaces de hacer los republicanos en Estados Unidos, sino porque comprendí de pronto que el mundo se está republicanizando norteamericanamente.
Los miembros del Club Republicano de la Universidad de Nueva York anunciaron que jugarán a “Encuentre al inmigrante ilegal” en el parque de la casa de estudios. Algunos estudiantes estarán identificados como “agentes de inmigración” y otros como “indocumentados”. El juego consiste en detener al indocumentado, y por cada indocumentado detenido los “agentes de inmigración” ganarán un premio de cien dólares. Según los voceros del Club Republicano, el juego no es “racista” sino “provocativo”.
Me quedé pensando quiénes serán los estúpidos que acepten jugar de “indocumentados”: no sólo serán perseguidos sino que no podrán ganar el premio. Eso no lo aclaraba el cable de noticias, pero es un dato fundamental para entender la lógica del juego, que así descripto no es ningún juego sino pura y asquerosa propaganda de los defectos que los republicanos insisten en convertir en virtud. El hecho es que es un juego imposible. ¿Quién, me sigo preguntando, será el idiota que juegue de “indocumentado”?
Es muy difícil, desde estas latitudes geográficas e ideológicas, entender la mente republicana. Y también es difícil entender que la palabra “republicano” designe a ese amasijo de temores, prejuicios y brutalidades intelectuales que expresa ese sector de la sociedad norteamericana. La polaridad política de Estados Unidos, que siempre ha prescindido de izquierdas y derechas, porque no se permite ni expresarlas ni asumirlas, se resume en republicanos y demócratas. Si uno lo piensa por un instante, no es una polaridad sino un simple juego de matices. Los demócratas no perseguirían a los indocumentados por un jardín, pero adoptarían muy tranquilos alguna política de patada en el culo a los inmigrantes.
Que los norteamericanos se hayan organizado políticamente para ser todos iguales pero dividirse a la hora de los matices ayuda a comprender la fortaleza de ese país. Es cierto que son poderosos y es cierto que lo que más les importa a todos ellos es seguir siendo poderosos. La idiosincrasia norteamericana es tan rotundamente clara en ese aspecto, que sólo así se puede comprender que en tres siglos ninguna corriente ciudadana haya sido lo suficientemente fuerte como para romper ese artificio de alteridad política que es imprescindible tanto para una democracia como para una república. Los norteamericanos no son ni demócratas ni republicanos. Sus actos como comunidad política no tienden a preservar o a valorar ni la democracia ni la república, sino a darle continuidad a un poder que ejercen en el mundo, y al que ningún norteamericano promedio (ya sé: todos adoramos a Sean Penn) parece dispuesto a renunciar.
Los norteamericanos de la era Bush, el hombre que según las encuestas es el más admirado de ese país, escupen sobre la democracia y la república. Batallan con esas palabras, hacen guerras con esas palabras, matan a destajo en nombre de esas palabras, pero no creen en ellas. Democracia y república son coberturas de chocolate blando para recubrir otros intereses en los que sí están todos ellos involucrados y por los que están dispuestos... no sé si a morir, pero a mandar a morir a un montón de muchachos de pueblos ignotos, qué duda cabe.
En la vida real, fuera del jardín del Club Republicano de la Universidad de Nueva York, nadie que pueda elegir otra cosa es indocumentado. Y si hay algo que mucha gente de bien no querría ser jamás, es agente de inmigración en uno de los países más toscamente racistas del mundo.
Hace años demócratas y republicanos nos vienen dando letra, con sus puerilidades, para que creamos que son bobos. Pero los bobos dominan el mundo, mientras venden no sólo sus exportaciones sino también sus falacias y sus síntomas de decadencia. El habano de Clinton nos entretuvo bastante tiempo, y hasta llegamos a añorarlo. Los demócratas la van de chicos que han terminado el secundario, mientras los republicanos, pese a tener un Club en la Universidad de Nueva York, manejan parámetros mentales de escuela primaria.
Pero es con esos parámetros que construirán el muro que los separará de México, y es con esos parámetros que perseguirán a los indocumentados y que seguirán saliendo de sus fronteras para apropiarse de los insumos naturales que les hagan falta o que deseen: la imagen del mono con navaja nos amenaza.
La Gran Democracia Occidental, vamos, es una opereta de mala calidad en la que se rifan diariamente todos los valores que nosotros asociamos tanto con democracia como con república. Fue un truco maestro del lenguaje el que les permitió emerger como portadores de algo que es deseable, respetable y difícil: los pueblos de los patios traseros sabemos mucho, pero mucho más de democracia y república que esos imbéciles que pasarán la tarde jugando a atrapar indocumentados.
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