Dom 25.02.2007

CONTRATAPA

Terratenientes

› Por Juan Gelman

Parece increíble: uno de los terratenientes más grandes del mundo es el Pentágono. Según cifras oficiales de 2005, sus 737 bases militares en todo el mundo más las que posee en territorio propio ocupan una superficie de 2.202.735 hectáreas. Tales datos figuran en el Base Structure Report (BSR, por sus siglas en inglés, www.de

fenselink.mil, 2005), un inventario anual del Departamento de Defensa de EE.UU. que registra la proliferación de tales bases a partir del 2002. El colonialismo, antes, consistía en la ocupación militar permanente de países enteros. Ya no.

El historiador Chalmers Johnson señala en Nemesis: The Last Days of the American Republic (Metropolitan Books, 2007) que las cifras del BSR no incluyen las 106 guarniciones estadounidenses instaladas en Irak y Afganistán desde mayo del 2005 ni las construidas en Israel, Qatar, Kirguizistán y Uzbekistán. Tampoco las 20 que las fuerzas norteamericanas comparten con tropas locales en Turquía, de propiedad del gobierno de Ankara, pero bases norteamericanas al fin.

Ni la mayoría de las que en Gran Bretaña se dedican al espionaje de las comunicaciones mundiales: su valor total asciende a 5000 millones de dólares y están convenientemente disfrazadas de bases de la Royal Air Force. O la enorme base Camp Bondsteel de Kosovo, edificada en 1999 por una subsidiaria de la Halliburton que aún se ocupa de su mantenimiento. “Si la cuenta fuera honesta –subraya el autor–, la dimensión real de nuestro imperio militar probablemente ascendería a unas mil bases en el extranjero, pero nadie –tal vez ni siquiera el Pentágono– conoce su número exacto.”

Un velo espeso envuelve operaciones como el desplazamiento de armamento nuclear y Johnson cita a una autoridad en la materia, el columnista de temas militares de Los Angeles Times, William Arkine, quien escribió que la Casa Blanca viola las obligaciones impuestas por los tratados de los que es Estado Parte: “EE.UU. ha estado mintiendo a muchos de sus aliados más cercanos, incluso a la OTAN, sobre sus designios nucleares. Decenas de miles de armas nucleares, centenares de bases y docenas de buques y submarinos existen en un mundo secreto especial, sin justificación militar racional y menos con fines de contención”. La construcción de un imperio ofrece éste y otros detalles.

EE.UU. ha desplegado silenciosamente unos cinco mil efectivos en las fronteras de Jordania con Irak y Siria, lo cual no impide al rey jordano Abdullah II declarar que no hay tropas ni bases norteamericanas en el país. Antes de la retirada de Arabia Saudita en el 2003, la Casa Blanca negó con pertinacia que mantenía una flota de bombarderos

B-52 –reconocibles a simple vista por su gran tamaño– estacionados en Jeddah, frente al Mar Rojo. “Mientras los burócratas militares sigan implantando la cultura del secreto para protegerse a sí mismos –propone Johnson–, nadie sabrá la verdadera latitud de nuestra red mundial de bases, y menos que nadie los representantes elegidos por el pueblo estadounidense.” Nemesis, el libro del que se extraen estas citas, es el último de una trilogía que desnuda prolijamente las entrañas de las políticas de W. Bush y sus acólitos. Su autor es un personaje particular.

Historiador y catedrático brillante, reconocido no sólo en EE.UU., Chalmers Johnson sirvió como teniente en la Marina a principios de los ’50 y fue consultor de la CIA en el período 1967-1973. Se ocupaba de la URSS y demás países del “socialismo real”: “Fui un soldado de la Guerra Fría –afirmó en una entrevista que concedió a TomDispatch.com, sitio del Nation Institute de Nueva York (19-2-07)–. Nunca tuve la menor duda. Creía que la Unión Soviética era una verdadera amenaza. Lo sigo pensando”. Y también confesó: “El problema es que yo sabía demasiado del movimiento comunista internacional y no lo suficiente acerca del gobierno de EE.UU. y su Departamento de Defensa... mirando hacia atrás, ojalá hubiera acompañado el movimiento contra la guerra (de Vietnam). Con toda su ingenuidad y turbulencia, tenía razón y la política estadounidense estaba equivocada”.

Cifras siempre del Pentágono indican que posee 32.327 cuarteles, hangares, hospitales y otros edificios en sus bases del extranjero y que alquila además 16.527 instalaciones. Durante el año fiscal 2005-06, casi 200.000 uniformados y un número igual de empleados y funcionarios civiles del Pentágono fueron desplegados en esos verdaderos enclaves en territorio ajeno y se contrató a más de 80.000 nacionales de diferentes países, un medio millón de personas en total para ser breves. Chalmers Johnson pensaba que el colapso de la Unión Soviética en 1991 tornaba inútil la alta concentración de tropas estadounidenses en Alemania, Italia, Japón y Corea del Sur. El estudio de la realidad le mostró otra cosa: a fines de los ’90 y dos años antes de los atentados del 11/9, “los neoconservadores desplegaron su grandiosa teoría de que la ‘única superpotencia’ debía adoptar abiertamente una postura imperialista, incluyendo las operaciones militares preventivas y unilaterales, la imposición de la democracia en el extranjero a punta de pistola, la neutralización de cualquier país o bloque de países que podrían desafiar la supremacía militar de EE.UU. y la visión de un Medio Oriente ‘democrático’ que nos abastecería de todo el petróleo que quisiéramos”. Parece que no es fácil.

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