Lun 26.02.2007

CONTRATAPA

Este sexo mundo

› Por Vicente Verdú *

Si en Google se teclea la palabra “god” (Dios) aparecen 385 millones de entradas, pero con “sex” se rebasan los 400 millones. Tanto una como otra evocación han experimentado una colosal expansión en la última década. La primera, como obstinada búsqueda de lo que no se ve, y la segunda, en persecución de lo más expuesto y obsceno.

En 1995 se realizaban en España cinco películas pornográficas, pero en 2005 rondaban las 100. Entre tanto, las compañías distribuidoras sirvieron al mercado español más de 1200 títulos de diferentes procedencias extranjeras. Más de 700 millones de videos se alquilaron el año pasado en Estados Unidos, y, en conjunto, los ingresos de la industria norteamericana del porno, desde revistas hasta sex shops, desde páginas web hasta circuitos privados para hoteles, supera no sólo a la industria cinematográfica convencional, sino a los mayores negocios del deporte profesional unidos (béisbol, fútbol americano y baloncesto).

La revista Forbes, que elaboró en 2000 la lista de las 15 empresas más poderosas en el sector del porno, destacaba entre ellas a dos proveedoras de películas, juegos y servicios de Internet para hoteles. La primera firma y líder absoluto era On Command Corp., que cotiza en el Nasdaq y abastece hoy a un millón aproximado de habitaciones en más de 3500 hoteles de varias decenas de países.

Gracias a lo que se llama la Triple A –anonimity, access, affordability (anonimato, fácil acceso, bajo precio)– ha mutado no sólo la clase de pornografía que se distribuye, sino el público que la recibe. Ha cambiado tanto y en tal grado que Al Cooper, psicólogo de la Universidad de Stanford, habla de una “segunda revolución sexual”, contando con que en el siglo XXI Internet ha ayudado a superar las inhibiciones puritanas y a convertir a cada cual, si lo desea, en un impune usuario de material sicalíptico. O incluso, cada vez más, protagonista del mismo a través de ofrecerse a los ojos ajenos mediante las webcams.

Con todo ello, el porno tiende a tejerse como un medio más corriente que excepcional. ¿Es porno Lucía y el sexo, Eyes wide shut, Intimidad, Babel, los documentales de la BBC? ¿Son porno los anuncios de Dior, las exposiciones de la Tate Britain, los programas de Lorena Berdún?

En los últimos festivales eróticos de Barcelona se acreditan más de mil periodistas, pero muchos certámenes de esta misma naturaleza han proliferado desde Cannes hasta Las Vegas en los últimos 15 años. Y hasta los libros de fuerte contenido sexual han aumentado en cerca del 400% durante ese intervalo.

¿El cuerpo desnudo? ¿La penetración? El mundo es un bulto desvestido y explorado en todos sus intersticios y anfractuosidades, recorrido en sus valles y montes, fotografiado sin cesar, poro a poro, como la pornografía que discurre sobre la superficie de la piel y el muslo.

Naked capitalism fue el título de un famoso artículo en The New York Times donde se mostraba el clamoroso éxito del sexo en el último capitalismo de ficción. Consumo de placer en su significación originaria y consumo hedonista como deriva de la cultura general del consumo en busca de la satisfacción candente e inmediata. Una forma de tratar con el muerdo a la energía de dos nuevos fundamentos: uno de carácter tecnológico, relacionado con la máxima comunicación y las ayudas anticonceptivas, y otro confundido con el derrumbe de la ética del ahorro.

Frente a la recta virtud de ahorrar, la redonda tentación de gastar. Frente a la limitación de las disponibilidades monetarias, la holgura de los plazos, los créditos fáciles, los endeudamientos sin sentimiento de culpabilidad. En la sociedad preconsumista, el sexo femenino debía administrarse con todo celo porque la mujer dependiente económicamente lo empleaba como el primer tesoro de su ajuar. Independizada económicamente, la contención femenina ha perdido gran parte de su valor. La sexualidad, en general, conserva su valor de uso, puesto que, en general, el sexo es muy divertido, pero no queda sujeto a la restricción necesaria para potenciar su valor de cambio social.

La liberación económica y moral de la mujer y los artilugios de fecundación paralelos han sido decisivos para la difusión del consumo sexual masivo. De ser esencialmente procreativo, el sexo ha pasado a transformarse altamente en recreativo, y, ya en ese territorio, el mercado ha ampliado el surtido y la viabilidad de las ofertas, incluyendo toda clase de edades, medios, invenciones, instrumentos y perversiones. El único tabú que queda acaso sin agotar es el tabú del incesto, pero del bukkake a la pedofilia, del sadomasoquismo al voyeurismo, la actualidad se halla saturada de ocasiones para todos los gustos. Y hasta los jóvenes, con posible acceso a una experiencia sexual sin contraprestación económica, eligen adentrarse en experiencias carnales que el comercio profesional ha dispuesto con mayor sofisticación y refinamiento.

Tener sexo con alguien ha rebajado, de acuerdo con su dificultad, la carga simbólica de hace años; pero, como ocurre con las obras liberadas de los derechos de autor, su propagación se ha expandido también en direcciones insólitas. Se ha extendido al punto de que si la publicidad desea hoy llamar la atención no puede esperar gran impacto de los reclamos eróticos, y con ello se explica el recurso a temas inéditos de destrucción y muerte, de horror, siniestralidad, miseria, drogadicción o extrema indigencia, para promocionar artículos de moda.

El desnudo femenino sigue siendo de mayor interés, pese a todas las feministas, pero lo masculino ha empezado a circular también como objeto en el circuito general. ¿Cómo no iba a ser de este modo? La liberación sexual de la mujer la ha librado de su unívoco rol de objeto, y actualmente la tendencia lleva a convertir a hombres y mujeres en objetos y sujetos alternativos, simultáneos o confusos. Con esta facilidad de intercambios, la velocidad de operaciones se ha multiplicado por mil, y el sexo ha llegado más lejos.

Por ejemplo, antes las feministas se mostraban en contra del género pornográfico, pero ya no. En los años ochenta aparecieron empresas de porno dirigidas por mujeres y películas escritas y dirigidas por ellas con más argumento y más psicología que la de los autores. Todavía sólo el 20% de los consumidores de porno son mujeres, pero el porcentaje ha crecido al compás de las nuevas productoras.

En Francia, en 1999, Virgine Despentes retó a la censura con su película Baise-moi (Fóllame), cuya proyección fue prohibida en los cines de exhibición general por el Conseil D’Etat. Después, Catherine Breillart (Romance), Jeanne Labrune (Prends gard à toi), Laetitia Masson (A vendre) o Briggitte Roüan (Post coitum) ampliaron la brecha. Con una y otra acción, la manga ancha del fenómeno se ha dilatado tanto que para algunos el no-sexo a la manera de las organizaciones anticonsumo se ha convertido en signo de distinción. Este movimiento en contra se llama a sí mismo los “A”, una minoría del 1%, dicen, contraria al goce de la carne. Sus siglas completas son AVEN (Asexual Visibility and Education Network, www.asexuality.org), teniendo a gala clamar que “la A-sexualidad no tiene por qué ser exclusiva de las amebas”.

Fuera de estos tipos alocados, la orgía corre sin fin de Occidente a Oriente y viceversa, de niños a ancianos y de heterosexuales a gays. Nadie debe verse anegado por esta inmensa inundación, pero ¿por qué no oreado de su fragancia y resplandor tras tantas y obsesivas décadas de tenebrosidad y asfixia?

*De El País, de Madrid. Especial para Página/12.

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