CONTRATAPA
Amuchados
› Por Antonio Dal Masetto
Con la malaria sigue el achique y en consecuencia los cambios en los hábitos de vida de los ciudadanos. Uno de los problemas graves es la vivienda. Relatan y opinan tres parroquianos del bar.
–Con mi esposa tuvimos que dejar el departamento que alquilábamos y fuimos a vivir a la vieja casa paterna, en el barrio de San Cristóbal. A la semana cayó también mi hermano mayor con la mujer, que habían perdido su casa. Después mi hermana Raquel con el marido. Luego mi sobrino Jorge con su compañera. Siguió el tío Pedro, hermano menor de mi viejo, con su media naranja. Las dos jóvenes viudas de mi hermano Camilo, con sus nuevos compañeros. Los primos de Temperley con sus mujeres. Y para completarla ayer apareció mi prima la Coca. Todos se habían quedado sin techo. La organización de la cocina y la limpieza se resolvió fácil. Inclusive hicimos un pozo común para las compras. Hasta les diría que recuperamos cierto clima de calidez de la infancia, cosas lindas que teníamos olvidadas. Pero con tanta gente la casa nos quedó chica. Nos vimos obligados a compartir los cuartos y a dividirlos con cortinas. Y acá es donde aparece el problema. Porque nadie, absolutamente nadie, puede tener un momento de intimidad con su pareja. Y cuando digo intimidad me refiero a la carnal. Con mi mujer probamos de todo: el baño, la cocina, el lavadero, la terraza, el tallercito del fondo. Siempre aparece alguien. Elegimos horarios en que suponemos que no hay nadie en la casa, nos damos cita, e indefectiblemente varias parejas tuvieron la misma idea. Resultado, que en el hogar las mujeres andan neurasténicas y los varones, con un malhumor de perro. Todos nosotros hemos sido educados en las buenas costumbres, el respeto, la discreción y por sobre todas las cosas el sentido del pudor. Por lo tanto nadie habla del tema. No sé qué vamos a hacer. Yo sostengo que la crisis económica aniquiló la armonía hogareña.
–Mi caso es un calco del suyo. Nos fuimos todos a vivir a la casa de mi suegra. Cuando digo todos me refiero a una banda de veinte parientes. Para nosotros el problema de las relaciones íntimas con nuestras parejas no resultó dramático y lo pudimos resolver porque no somos tan fanáticos del pudor. En todo caso, cuando es necesario, levantamos el volumen de la radio. Pero el drama se presentó por el exceso de familiaridad que produce la convivencia. Las chicas, a medida que entramos en confianza y cayeron las barreras del cuidado, cada vez anduvieron más ligeras de ropa. Y la verdad es que uno empieza a ponerse nervioso. Ustedes no saben lo que es estar todo el tiempo viendo desfilar ropa interior, batas transparentes, toallones de baño envueltos al descuido. En los varones de la casa afloraron los peores sentimientos: los celos, la envidia, la competencia, la hipocresía, la sospecha. Todos los hombres nos controlamos mutuamente. La crisis ha convertido el hogar en un caldero del diablo donde nos cocinamos en el jugo de la tentación y nos debatimos atravesados por el aguijón del deseo.
–También mi situación es copia fiel de la de ustedes. Pérdida del techo y amontonamiento en una sola casa. Al comienzo, efectivamente fue una tragedia. Las relaciones sexuales quedaron abolidas bajo el peso del pudor. Todo el mundo con cara larga, mujeres y hombres neurasténicos día y noche. Pero, poco a poco, el grupo evolucionó y superamos esa etapa. Como en el caso del amigo que habló en segundo término, pudimos normalizar la relación íntima con nuestras parejas. Después, cuando la convivencia acrecentó la confianza y cayeron las barreras del cuidado y apareció el problema de la ropa interior, nos enfrentamos con otra prueba difícil. También los varones de mi casa entramos en conflicto unos con otros. Y por supuesto nos tocó vivir en el caldero del diablo, cocinándonos en el jugo de la tentación y atravesados por el aguijón del deseo. Entonces se produjo un nuevo paso importante en nuestra evolución. No sé quién fue elprimero en abrir fuego. Pero sucedió. Una noche se derrumbaron las barreras, en cada hombre y en cada mujer se liberaron los sabios impulsos con que nos favoreció la madre naturaleza y quedó abolido el derecho de propiedad. Todo es de todos. Y así volvieron la armonía, el buen entendimiento, las relaciones cordiales, el espíritu solidario, la cooperación, la generosidad, el altruismo. Por lo tanto mi visión de la crisis con referencia a la vida hogareña es totalmente positiva. Nunca la pasamos mejor, nunca nos divertimos tanto y cuando estamos fuera de casa no vemos la hora de volver.