Mié 31.07.2002

CONTRATAPA

Veo-veo

› Por Rodrigo Fresán

UNO Veo-Veo. ¿Qué ves? El otro día me acordaba de un cuento poco comentado de Jorge Luis Borges. Tiene título en inglés –se llama “There Are More Things”, lo que equivale a “Hay más cosas”–, está incluido en El libro de arena, y en su propio epílogo a la colección de relatos, el mismo Borges le quita importancia y hasta pide perdón con un “El destino que, según es fama, es inescrutable, no me dejó en paz hasta que perpetré un cuento póstumo de Lovecraft, escritor que siempre he juzgado un parodista involuntario de Poe. Acabé por ceder; el lamentable fruto se titula ‘There Are More Things’”. Lo cierto es que a mí el cuento me gustó cuando lo leí por primera vez, volvió a gustarme cuando lo leí ahora, y jamás he podido olvidar la frase con la que Borges cierra el asunto. Una frase típicamente lovecraftiana, porque el fuerte de este escritor alucinado fue siempre el minucioso retrato del horror, la imposibilidad de resistirse a ver y de, enseguida, describir lo visto. “La curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos”, concluye juguetón y sin describir nada el cuento de Borges para así no volverse del todo un cuento de Lovecraft. En cualquier caso, el narrador de Borges prefiere ver a no ver. Actitud poco argentina si la hay.

DOS Una cosa. ¿Qué cosa? “He visto cosas que ustedes los humanos no podrían creer. Naves de ataque en llamas sobre el hombro de Orión. Vi Rayos C brillando en la oscuridad cerca de los portales de Tanhauser. Todos esos... momentos se perderán... en el tiempo. Como... lágrimas... en la lluvia. Hora... de morir”, se despide Roy Batty, el replicante Nexus 6, al final de una película de nombre Blade Runner muy libremente basada en una novela de Philip K. Dick. La película trata sobre la incapacidad –o la negación del ser humano– a ver ciertas cosas que lo han llevado a un punto sin retorno en el que las máquinas gozan de una sensibilidad y un lirismo al que sus creadores han renunciado casi sin darse cuenta. Esta casi última escena del film de Ridley Scott ha pasado a formar parte de ese selecto grupo de finales eternos que no sólo cierran la trama sino que revelan con firme delicadeza la razón de ser de toda la historia y que acaso ayuden al nacimiento de un nuevo y mejor principio donde las cosas funcionen de otra manera, funcionen bien, quién sabe.

TRES Maravillosa. ¿De qué color? “He visto algo que no puedo decir y que nunca diré”, dijo no hace mucho Carlos Reutemann al abandonar de golpe y antes de que terminara la carrera, como en aquellas veloces mañanas F-1 en las que era El Lole. Noticia ya vieja pero que a mí me sigue resultando fascinante como fascinantes me resultan esas ominosas palabras de un santafesino de pocas palabras. Palabras que están a la altura de finales borgeanos o dickianos. Lo siento, pero yo no puedo dejar de pensar en lo que vio Reutemann. ¿Qué vio?: a) Una súbita materialización de Cthulhu el Inconmensurable; b) Agujeros negros en el laberinto nebuloso y espiral de Andrómeda; c) El horror, el horror kurtziano de algo que, dicen, le había llevado un enviado especial de Menem. A mí lo que más me intriga es que Reutemann haya visto algo. Es decir, que lo que lo obligó a retirarse del circuito es algo que vio, que le mostraron, y no algo que le dijeron o le recomendaron. El don de la vista y/o la capacidad de ver no sólo separa a uno de otros sino que lo convierte en un ser tan privilegiado como maldito. Como aquel tipo de la película El hombre con los ojos de Rayos X o como Alex en La naranja mecánica recibiendo la sobredosis ultraviolenta del Tratamiento Ludovico con los párpados anulados. Reutemann vio algo que no puede ni quiere contar. Vio demasiado. Vio para creer, y no dudó en creerlo porque –al menos eso insinúa su cita ya célebre– lo que contaron sus ojos a su cerebro fue algo tan terrible y convincente que no admitíanegación ni protesta. Reutemann vio y, recién después, prefirió mirar para otro lado y, parece, llevarse su visión a la tumba o a donde sea. Con su hermético silencio, claro, Reutemann se pierde una posibilidad única e histórica: revelarles a los argentinos de una vez por todas la magnitud del espanto que los rodea y los ahoga. No se puede luchar contra lo que no se ve y Reutemann –auto roto, caminata vencida rumbo a los boxes, en silencio– una vez más nos niega a todos la posibilidad cierta de acceder a aquello que venimos esperando desde aquel día lluvioso frente al Cabildo. “El pueblo quiere saber de qué se trata”, es el mantra que nos repitieron a lo largo del colegio primario. El paso del tiempo y de la misma Historia de siempre ha demostrado que el pueblo nunca quiere saber de qué se trata y que –según la época– prefiere distraerse, con mundiales, islas, el libro de no-ficción de moda, cacerolas, o esta súbita y obligada (porque no queda otra) glamourización de la miseria y performance de la bondad por todas las razones incorrectas, porque al fin el aliento de la Bestia se siente en las nucas más altas y hasta ahora acomodadas.
No sé, la verdad que a mí me impresiona lo de Reutemann. Me impresiona que él pueda permitirse el lujo de frenar, de guardar silencio, y de que nadie le exija que cuente lo que vio. Y que como siempre el miedo pueda más que la curiosidad, los ojos se cierren con fuerza, y todo vuelve a perderse como lágrimas en la lluvia.

CUATRO Negro. Existe otra posibilidad. Una opción d) menos espectacular pero acaso más inquietante: Reutemann por fin vio lo que millones de argentinos vienen viendo desde hace demasiados años. Reutemann, finalmente, abrió los ojos. Y –como millones de argentinos– por fin vio algo terrible y que da miedo: nada. O nada nuevo. Lo de siempre, bah. Se ve cada cosa...

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