CONTRATAPA
La violetera
› Por Antonio Dal Masetto
–¿Qué pasa, se adelantó el carnaval? Veo disfrazados todo el tiempo –me dice el parroquiano Luis señalándome una anciana vendedora de violetas que toma un café en la punta de la barra.
La observo con cuidado, me acerco y le digo:
–¿Usted no era uno de los asesores del ex ministro de Economía?
–Por favor no me delate, no mencione mi nombre, no me denuncie, no diga nada, soy un fugitivo, afuera hay gente que me parece que me reconoció y me está esperando –implora el ex asesor disfrazado de violetera.
–¿Esperando para qué?
–Para sacudirme una felpeada. Los que pertenecemos a la clase política estamos sufriendo una situación penosa. Salimos a la calle y apenas nos reconocen nos rodean y nos llenan la cara de dedos. Algunos de mis colegas se quedan encerrados en sus casas, otros quedaron atrapados en las oficinas sin animarse a salir y sin poder volver al hogar a ver a sus seres queridos. Los más corajudos, como es mi caso, nos disfrazamos. Yo no me banco ver el mundo a través del televisor, necesito andar la ciudad, tomarme un cafecito. Pero es una odisea. Esta mañana me había disfrazado de plomero, me reconocieron, se juntaron como veinte y me pegaron una sopapeada bárbara. Al rato me reconocen de nuevo, se arma otro grupo y se preparan para fajarme otra vez. “Yo ya cobré –les dije– hace menos de una hora que me fajaron.” “Y a nosotros que nos importa, nosotros somos otros”, me contestaron. Son tantos los bifes a lo largo de los días que terminan por aflojarse los dientes. Ya se me cayeron cuatro piezas. Y a la mayoría de mis colegas les está pasando lo mismo. Nos estamos quedando sin dientes. Imagínense que en nuestra actividad la sonrisa es un elemento fundamental.
–Mírele el costado positivo, señora violetera. Hay muchos odontólogos y mecánicos dentales que están sin trabajo. Si hay una cierta cantidad de gente que pierde los dientes, por lo menos en ese rubro algo empezaría a funcionar. Aunque parezca insignificante, sería un pequeño movimiento alentador en la rueda de la economía.
–No le voy a decir que no, pero igual no entiendo esta obsesión de la gente por bajarnos la dentadura. A lo mejor hemos cometido algunos pequeños excesos, tal vez debimos ser un poco más cuidadosos con los dineros públicos, con los favores que hicimos a los amigos, quizá no debimos aceptar otros favores que nos hicieron a nosotros. Reconozco que la mayoría hemos progresado económicamente muy rápido, tal vez debimos bajar un poco la velocidad, pero en este país siempre fue así. No entiendo por qué ahora se lo toman tan a pecho.
–Vaya a saber, puede ser por cualquier razón, tenga en cuenta que en esta ciudad el calor y la humedad influyen muchísimo en el humor de las personas.
–Sí, ya pensé en esas posibles causas, pero igual no me cierra. Salen en barra, salen familias enteras, varias familias, se juntan y nos fajan. Y los peores días son los sábados y domingos, se ve que no tienen nada que hacer, pasean, nos reconocen, nos rodean y se viene la sopapeada. Me ha ocurrido que padres o madres levanten sus chicos para que me den una cachetada. Y si son muy chiquitos ellos le acompañan la mano. ¿Qué es esto? ¿Qué es esto de pegarles a los hombres públicos? ¿Es una moda, es un nuevo deporte popular?
–Moda o deporte, el resultado es que usted dos por tres cobra.
–Exactamente. Por eso les vuelvo a pedir que guarden secreto sobre mi identidad y me den asilo hasta que los sopapeadores que están en la esquina se cansen o encuentren a otro candidato y se vayan.
Acá interviene el Gallego:
–Mire, como es de rigor en el ramo gastronómico, la casa se reserva el derecho de admisión, y acá no se permiten vendedores ambulantes. Ya terminó su café, no quiero que me lo pague, guárdese su plata que la va a necesitar para un disfraz mejor, y váyase con su canastita de violetas a otra parte.