Mié 02.05.2007

CONTRATAPA

Ellas románticas, ellos calientes

› Por Sandra Russo

Una marca de desodorantes femeninos se avivó: el romanticismo está en crisis. Esa misma marca tenía una legendaria campaña, que duró años, según la cual una mujer que se ponía alguna de esas fragancias podía prepararse para ser objeto de impulsos románticos masculinos. La estela de perfume que dejaba ella al pasar a su lado provocaba en un hombre el deseo de regalarle flores. La marca de desodorantes ahora plantea un llamamiento a los varones: en uno de sus spots, él, con quien ella ya tiene una relación amorosa, le da una cajita como las que en las películas contienen los anillos de compromiso. Pero en su interior ella encuentra una llave, que no es la de la felicidad, y ni siquiera la de la casa de él. Es la llave de abajo, para que ella se vaya sola a la madrugada, y él pueda seguir durmiendo.

Ella se decepciona; él no entiende por qué. Ella esperaba otra cosa; a él no se le ocurre que ella esperaba otra cosa.

El brevísimo párrafo anterior contiene, resumido, el malentendido entre géneros que atraviesa a muchos hombres y mujeres que no terminan de ponerse de acuerdo nada menos que en lo que están viviendo juntos. ¿Una aventura? ¿Una historia de amor? ¿Una historia sexual? ¿Una amistad con sexo? ¿Algo ligero? ¿Algo profundo? ¿Algo más arriba o más abajo que el promedio? ¿Algo más? ¿Algo menos?

Otra marca, pero de desodorantes masculinos, salió al ruedo ahora con un comic para adultos dibujado por Milo Manara, ese artista del erotismo crudo que durante décadas ha sido celebrado por lo perturbador de sus historias, tan explícitas que para muchos hombres deben haber reemplazado a las revistas porno. La vida en su Dimensión Caliente es ofrecida allí como aspiración de género: el desodorante envía a los portadores de sus fragancias a un universo adrenalínico, todo el tiempo sobrevolado por la aventura sexual más fuerte, la más jugosa, la más descontrolada. La vida en su Dimensión Caliente no incluye mujeres que esperen anillos de compromiso, ni flores, ni detalles adorables. El varón de la Dimensión Caliente no tiene, entre sus atributos, gestos románticos. Más bien, es un hombre replegado sobre una potencia que lo hace sentir seguro.

Pues bien, ¿qué tenemos por aquí y por allá? Mujeres que reclaman la vida en su Dimensión Romántica versus hombres que aspiran a la vida en su Dimensión Caliente. ¿Alguna brecha se abre entre estos hombres y mujeres y sus padres o sus abuelos? Uno de los rasgos de época, se sabe, es la puesta en marcha paralela y constante de discursos contradictorios entre sí. En efecto, hay mujeres que esperan un anillo y hombres que no quieren pasar por esta vida sin conocer qué es eso que se llama partusa. Pero hay también hombres que desesperan por vivir algo emocionalmente trascendente, y mujeres que no esperan flores sino una experiencia sexual intensa, porque han descubierto hace muy poco que también eso puede esperar una mujer. Bajo esos roles o cualquier otro, las escaramuzas entre géneros siguen tendiendo sus trampas, alejando a la gente de su deseo y presentándole la versión de la vida vivible: desencontrada, desapasionada, lineal, híbrida.

Quizá, si se invirtieran las campañas entre los desodorantes femenino y masculino, también estaríamos ante un fenómeno de época, pero más incómodo: el impulso sexual activo en las mujeres, y el permiso para la dulzura masculina. Lo cierto es que no importa demasiado quién, si hombres o mujeres, sostienen una Dimensión Vital determinada. La trampa es que en la sociedad de consumo consumimos relaciones estándar que respetan el Juego de la Falta: a ellas les falta romanticismo, a ellos les falta adrenalina. El Juego de la Falta, que tiene su raíz en Platón y que Freud se ocupó de mantener vigente con su perspectiva del deseo, hace palanca perfecta con la sociedad de consumo que lo promueve: ni el amor ni el sexo se dejan consumir sin cobrar el precio de ser decepcionantes.

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