CONTRATAPA
Serial
› Por Antonio Dal Masetto
Aunque resulte difícil de creer, esta noche en el bar me topé con un ciudadano cuya angustia mayor no es la crisis que arrasa el país. Acodado en la barra, me estuvo echando miradas de reojo durante un rato, hasta que se animó y se largó a hablar
–Señor –me dijo con voz acongojada–, yo soy un fornicador serial. Estoy desesperado, mi vida es un infierno, necesito que alguien me detenga. Huelo una mujer y no importa la edad ni el color, si es linda o fea, casada, viuda o soltera, laica o religiosa, inmediatamente se me vacía la cabeza, me baja toda la sangre a la entrepierna y dejo de razonar. Soy capaz de cualquier cosa y lo pago muy caro. Cuando era joven el cuerpo aguantaba. Y no me estoy refiriendo a la actividad específica de mi mal. Pero ahora los golpes duelen. Me fajan padres, maridos, novios, amantes, hermanos, primos, mi señora. He atravesado vidrios de ventanales, mi tiraron de puentes, me quedé atascado en una chimenea disfrazado de Papá Noel, me arrojaron de trenes en marcha, he tenido que huir en cueros mordido por perros de todas las razas, me tirotearon con armas de todo calibre, me acertaron en la cabeza con un televisor, me dispararon flechazos con una ballesta, fui arponeado, me caí de techos, recibí descargas eléctricas al tocar cables pelados en la oscuridad, me han boleado persiguiéndome a caballo, tengo un tobillo destrozado de una vez que me capturaron con una trampa para zorros. No hay pilcha que me dure. Alguien tiene que detenerme. No sabe los esfuerzos que he hecho para convertirme en normal. Fui al psicólogo. Una dama muy agradable. Ya en la primera visita la profesional se convirtió en un eslabón más de mi caída. Acudí al psiquiatra. En la segunda cita me abrió la puerta la esposa. Nueva derrota. Intenté un retiro espiritual. Cuando llegué me di cuenta de que las anfitrionas eran monjitas. Ya se puede imaginar lo que pasó. Mi primera capitulación en ese santo lugar fue la madre superiora. Me eché una mochila a la espalda y me fui a una gruta en la montaña para alejarme de toda tentación. Alcancé a pasar 24 horas de serenidad y esperanza. Creí que ya estaba en vía de curación y apareció una pastorcita con un rebaño de cabras. Otra vez hombre al agua. Estuvimos una semana encerrados en la gruta. Se perdieron todas las cabras. La familia de la pastora me corrió hasta los límites de la provincia. En la huida pasé frente a una pensión de señoritas. En cuanto leí la palabra señoritas en el cartel se me vació la cabeza y me bajó toda la sangre. Compré media docena de plumeros en un bazar y entré en la pensión haciéndome pasar por vendedor ambulante. Aquella fue la vez que más tardé en volver a casa. Mi mujer me dio una paliza descomunal. En un momento de lucidez reflexioné: “Nunca en la vida fui rechazado, tal vez el secreto para mi cura sea conseguir que una mujer que me diga que no”. Así que me lancé a la calle a buscar un rechazo, toqué timbre al azar, salió una señora y le solté una sarta de porquerías, chanchadas horribles, obscenidades e indecencias. Esperé el cachetazo, pero la señora se hizo a un lado y me invitó a entrar: “Adelante, querubín”. Salí de esa casa y me dije: “Tengo que intentarlo de nuevo y tengo que aumentar la dosis de impudicias”. Toqué otro timbre y salió una señora mayor. “Esta es la mía”, pensé. Y me esmeré con el lenguaje. Dije cosas que una persona normal no soportaría ni verlas escritas. Esperé el escobazo. La dama me acarició la mejilla y me dijo: “Pasá, bebé”. Y así fui de casa en casa, pasando de querubín a bebé, de dulzura a muñequito, de bizcochito a bombón, de primor a pimpollo, y de derrota en derrota. Lo mío no tiene solución, no puedo más, qué va a ser de mí, llevo la marca de Caín.
–Tranquilo, tranquilo –le dije con mi mejor voz, porque la historia realmente me había conmovido–, no desespere, el mundo está lleno de gente con adicciones. Se reúnen para ayudarse y tengo entendido que con excelentes resultados. Hay asociaciones de alcohólicos anónimos, de gordosanónimos, de jugadores compulsivos, de fumadores, seguramente tiene que haber también una asociación de fornicadores seriales anónimos. Busque en la guía o llame al 110. Pero eso sí, si toma una determinación tiene que ser firme. ¿Me está escuchando? No me parece que me esté prestando atención. Veo que se está poniendo blanco, señal de que se le está vaciando la cabeza y se le está bajando la sangre. Contrólese, hágase un favor a sí mismo, quiérase un poco, si realmente siente el deseo profundo de terminar con su mal, éste es el momento de empezar, deje de mirar con tanta insistencia a la teniente del Ejército de Salvación que acaba de entrar.