› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO A veces pasa. A veces una buena noticia se las arregla para taparle la boca y enmudecer al ruido blanco de tanta cantinela. Y así, por unos instantes, se atenúa el fragor de Rajoy/Zapatero y Barça/Real Madrid y Alonso/Hamilton y todo eso (símiles y variaciones atruenan en cada rincón del mundo, cambian los apellidos y los equipos, pero la intención y los resultados son exactamente los mismos) y sólo se oye una voz que sólo se parece a sí misma y que ya desde varias décadas viene montando un sonido delgado y mercurial. Es entonces cuando, por fin, las canciones vencen a las cantinelas.
DOS Y la buena nueva es que a Bob Dylan le han dado el premio Príncipe de Asturias de las Artes y las Letras. Una de esas ocasiones en las que, en realidad, es el histórico premiado quien premia al premio por dignarse entrar en su historia. Y qué decir después de haber dicho tanto sobre el sujeto en cuestión. Mejor, pienso, que diga él. Aquí van, frases sueltas pero unidas por un mismo credo:
“Yo no soy lo que importa. Lo que importa son las canciones. Yo soy apenas el cartero. Yo soy el que entrega las canciones.” “La gente podría saber todo sobre mí a través de mis canciones, pero hay que saber dónde buscarlo.” “Mis canciones no son otra cosa que yo hablando conmigo mismo. Tal vez suene egoísta, pero así son las cosas.” “Compuse las canciones porque necesitaba interpretar las canciones. Y estaban escritas en un idioma que yo jamás había oído.” “Si no pueden comprender mis canciones se están perdiendo de algo. Si no pueden entender los relojes verdes, sillas mojadas, lámparas púrpuras o estatuas hostiles, también se están perdiendo de algo.” “Cualquier idiota puede escribir canciones. Si me vieran a mí escribir una canción se darían perfectamente cuenta de lo que quiero decir.” “En realidad no importa de dónde viene una canción. Lo único que importa es a dónde te lleva.”
TRES Dylan como artista y Dylan como leyenda, a sus 65 años de edad biológica, se encuentra en un momento y en un sitio y en un sitial envidiable. No hay colega contemporáneo o sangre joven que no jure por su nombre. Y su público –con quien por momentos compartió una de las relaciones más complejas en el mejor sentido de la palabra– lo sigue donde vaya y esperan y decodifican sus nuevos discos, otra vez, como en los años ’60, con la misma pasión que otros dedicaron al Libro de las Revelaciones. Esa tan épica como graciosa voz en off de locutor solemne que, en el arranque de sus conciertos, intenta en vano resumir la ajetreada trayectoria del “Columbia Recording Artist Bob Dylan” apenas roza la punta del iceberg o, mejor dicho, la superficie del glaciar. Porque Dylan tiene tanto arriba como por debajo de su línea de flotación. Y, a la hora de la verdad, por encima de todo, lo que prima es la inapelable calidad y cantidad de su obra. Para ponerlo en las palabras del cantautor Arlo Guthrie, hijo de Woody, palabras que podrían ser las de todo songwriter nacido y crecido bajo su encandiladora luz y su intimidante sombra: “Escribir canciones es como pescar en un arroyo; arrojas el anzuelo y te sientas a esperar que algo muerda. El problema es que con Dylan pescando corriente arriba nadie atrapa nada aquí abajo”. Palabras que, cuando se las comentaron a Dylan, provocaron una sonrisa y un suspiro y un “Bueno, el secreto está en la carnada”.
CUATRO Y ya es mucho tiempo el que las canciones llevan mordiendo el anzuelo de Dylan para que luego nosotros mordamos esas canciones y quedemos enganchados en y con ellas para siempre.
El actor y dramaturgo y compañero de carretera Sam Shepard describió con precisión la imposibilidad de precisar esta fascinación: “Dylan se ha inventado a sí mismo. Se ha creado de la nada. Es decir, a partir de las cosas que tenía a su alrededor y dentro suyo. Dylan es una invención de su propia mente. La cuestión no pasa por comprenderlo sino por asimilarlo... No es el primero en haberse inventado a sí mismo, pero es el primero en haber inventado a Dylan. Nadie lo inventó antes que él. O después”. Y que sigan hablando otros. En su libro Dylan’s Visions of Sin, el académico y ensayista Christopher Ricks se refiere –en una juguetona pirueta espacio-temporal– a William Shakespeare como a “ese escritor dylanesco”. Semejante adjetivo indignará a los puristas pero –si se trata de poner obra contra obra y misterio contra misterio– lo cierto es que no suena fuera de lugar o de proporción. Greil Marcus y el novelista Don DeLillo en una reciente conversación publicada por el mensuario The Believer se ocupan del asunto. “Se creó a sí mismo, como Lawrence de Arabia, como alguien que no era pero aún así sí que lo es. Alguien que se convierte en una figura para la que no pasa el tiempo porque atraviesa las épocas. Alguien que, en su actuación y cambios, nos enseña a ver las diferentes posibilidades de las diferentes eras”, apunta Marcus. Dice allí DeLillo: “La historia de Dylan es la historia de la Identidad Norteamericana... La historia de un sobreviviente... Lo grande de Dylan es que la suya es una historia tan norteamericana y él es un artista tan norteamericano. Dylan es norteamericano de una manera mucho más importante en la que los Beatles o los Stones son ingleses... Dylan es una de esas raras personas que acaba ejemplificando su arte en su persona. Me parece extraordinario que todavía esté donde está luego de más de cuarenta años. Es algo muy difícil de lograr y algo casi imposible de conseguir para un músico de rock. Los escritores lo pueden hacer muy de vez en cuando. ¿Es Dylan la única figura a la que podemos imaginar haciendo esto? ¿Va a seguir haciéndolo?”
CINCO La respuesta parece ser sí. El año pasado declaró sentirse “apenas a mitad de camino”. Y buena noticia dentro de la buena noticia: Dylan tendrá que venir –es condición– a recoger el premio en octubre, lo que significa que –como nunca da puntada sin hilo– tendremos nueva gira por estos lados. Allí estaremos, comprobando otra vez aquello que dijo él: “La gente dice que nunca hablo en mis conciertos. ¿Pero qué hay para decir? Esa no es la razón por la que un artista se planta frente al público. Un artista está allí con un propósito diferente... Es algo arriesgado, hombre”. “Yo no tengo un rebaño de astrólogos diciéndome lo que va a suceder. Yo tan sólo me limito a hacer un movimiento y después otro, esto conduce a aquello.” “El destino es la sensación de que sabes algo sobre ti mismo que el resto del mundo ignora. La imagen de ti mismo que tienes en la mente acaba por hacerse realidad. En cierto modo es algo que debes mantener en secreto, porque es un sentimiento frágil, y si lo sacas a la luz, alguien lo destrozará. Más vale guardar todo eso dentro de uno.” “Soy un firme creyente en la idea de que cuanto más vives mejor te pones. Puedes utilizar una canción para hacer cualquier cosa, ¿sabes?”
Sí, lo sabía, lo sabíamos. Y gracias por haberlo hecho y seguir haciéndolo mientras, afuera, soplan y suenan –un poco más bajo– las cantinelas de ese viento idiota.
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