Sáb 07.07.2007

CONTRATAPA  › OJO, LECTORES

Soy agente foráneo, prochileno y delirante

› Por Osvaldo Bayer

Todo es posible en nuestro querido país argentino. Sin exageraciones: nos podemos comparar con Estados Unidos. Por ejemplo, en el caso de ignorar y sentirnos inocentes en nuestros crímenes como sociedad. Hace poco comenzó la discusión entre Estados Unidos y Alemania con motivo de un artículo del periodista alemán Markus Günther. En él se afirma que en Estados Unidos hay innumerables monumentos recordativos de los genocidios o crímenes sociales ocurridos en otras partes del mundo. Pero no hay ninguno que recuerde la esclavitud americana, ni tampoco referente al crimen cometido contra los pueblos originarios por los conquistadores, los colonos y los buscadores de oro. Por ejemplo, en territorio estadounidense hay ya más de cien monumentos recordativos del Holocausto nazi-alemán contra el pueblo judío. Y existen 27 monumentos que recuerdan el genocidio turco con el pueblo armenio (aunque estos monumentos sí son muy pequeños y demasiado discretos para no interferir en las buenas relaciones comerciales con Turquía). También hay ya un monumento –inaugurado por Bush– a las víctimas del comunismo ruso y chino y varios –en Florida, claro está– contra la Revolución Cubana de Fidel Castro. El periodista Markus Günther dice textualmente: “A los americanos les gusta recordar las víctimas de otros países, pero se olvidan de los cadáveres que tienen en el propio sótano”. Principalmente de las víctimas de todos los golpes militares que financió y respaldó Estados Unidos en Latinoamérica. Para no hablar de Vietnam, Afganistán, Irak.

Los argentinos también tenemos nuestros cadáveres en el sótano. De eso no se habla. Todo lo contrario, a los autores de quitar la vida y la tierra les hacemos monumentos. Más todavía, se niegan hechos históricos. Ni siquiera reconocen sus grandes errores los partidos políticos que participan de la democracia, para los cuales el debate y la autocrítica tendrían que ser dos armas para el avance sobre las equivocaciones. Y no la negación absoluta. Por ejemplo, el radicalismo, con las tres represiones obreras más sangrientas de un gobierno elegido por el pueblo. Y el peronismo, con Ezeiza, las Tres A, el nombramiento y dominio de López Rega. Para quedarnos en sólo tres cosas, porque podríamos llenar la página con pecados y transgresiones a los derechos y las libertades.

Por haber ayudado humildemente al esclarecimiento de hechos así negados, me acaban de insultar de la forma más grosera y falaz. Lo ha hecho nada menos que un organismo radical: la Fundación Arturo Illia, con la firma de su presidente, Gustavo A. Calleja. Tenga cuidado el lector conmigo porque he sido calificado de “escritor prochileno y defensor de los trusts internacionales del petróleo”. Nada menos. Quién lo iba a decir. Además agrega que soy un “delirante” porque sostuve “que Yrigoyen estaba al servicio del Imperio Británico”. Cosa que jamás sostuve. Lo invito al mencionado radical a demostrar con citas ese disparate.

Ese e-mail de la Fundación Arturo Illia ha recorrido todo el territorio del país y también ha llegado al extranjero. Sin lugar a dudas, el señor Calleja ha utilizado el estilo de Goebbels, el ministro de Propaganda del nazismo, de “miente, miente, que algo queda”. Es el recurso de quienes desprecian el debate y las legítimas pruebas científicamente históricas. Para escribir esa carta, el señor Calleja no se tomó ni siquiera el trabajo de leer mis investigaciones, sino que habla por boca de ganso. Fíjese el lector esta burrada, textual, de esa fundación: “El escritor prochileno y defensor de los trusts internacionales del petróleo Osvaldo Bayer desarrolló novelísticamente la documentada obra de José María Borrego llamada La Patagonia Trágica”. Hasta ahí la frase asnal. Ni siquiera escriben bien el apellido de ese autor. Borrego, lo llaman. Y es Borrero. Es igual, para ellos. Segundo: La Patagonia Trágica de Borrero no habla de las huelgas patagónicas sino de los cazadores de indios, los negociados con las tierras y la justicia del territorio de Santa Cruz. Para los autores radicales, es lo mismo, total, quien lee su mensaje no va a ir a comprobar nada. Pero la mentira queda, porque lo dice la Fundación Illia. Agrega el escrito radical que los verdaderos autores de las trágicas huelgas patagónicas de peones rurales fueron los que “servían conscientemente a las multinacionales petroleras, a las ambiciones chilenas de apropiarse de la Patagonia y a grupos anarquistas bakuninianos que pregonaban una revolución que no entendían”. Y ya, en el total despropósito, agrega la Fundación Illia: “Todos ellos son los responsables del engaño a que fueron sometidos honestos trabajadores y que tan trágicamente terminara”.

La Fundación Illia no tiene en cuenta ni siquiera la célebre sesión de diputados de la Nación del 1º de febrero de 1922, donde se discuten los fusilamientos en la Patagonia y donde se demuestra la increíble injusticia cometida. No hay ningún diputado yrigoyenista que afirme lo que ahora sostiene la fundación de que los autores de la huelga “sirvieron a las multinacionales petroleras, a las ambiciones chilenas y a grupos anarquistas bakuninianos que pregonaban una revolución que no entendían”. Más todavía, el diputado radical Leónidas Anastasi en esa sesión reconoce la tragedia y la injusticia cometida y señala, en su larga exposición: “De los dos mil trabajadores de Santa Cruz han muerto una buena cantidad que eran secretarios y militantes de asociaciones obreras, qué rara especie de bala es ésta que busca en el campo de batalla precisamente a los secretarios de sociedades obreras, a los organizadores del movimiento de resistencia a la patronal”. Está todo dicho, lo dice un hombre de primera fila del gobierno de Yrigoyen. Y la bancada mayoritaria radical no actúa con coraje civil y voluntad democrática: al contrario rechaza, porque es mayoría, la comisión investigadora que debía trasladarse a la Patagonia para excavar las tumbas masivas. Sólo dos radicales votan para que se haga la investigación: Amancio González Zimmermann y Ferraroti.

No hay ningún documento del teniente coronel Varela en el que pueda basarse la tesis de la Fundación Illia-Calleja, en la que se demuestre la intervención chilena ni la ridiculez de las “multinacionales petroleras”. Una patraña de último momento de la Fundación Illia-Calleja. Todo lo contrario, en mis cuatro tomos de La Patagonia Rebelde demuestro cómo el gobierno chileno le ofrece al gobierno argentino colaborar en la represión de las huelgas rurales con el argumento de que “los mismos dueños de las estancias argentinas son los dueños de las estancias chilenas”. Más todavía, la organización de extrema derecha Liga Patriótica Argentina, presidida por el radical Carlés, recibe el apoyo de la organización similar chilena, Liga Patriótica Chilena, para reprimir a los huelguistas.

Todo es un embuste lo que sostiene la Fundación Illia-Calleja. Y así recurre al insulto bajo contra mi persona. Por eso le iniciaré juicio por calumnias. Pero al mismo tiempo la invito a un debate público sobre las huelgas patagónicos que podríamos realizar en el aula magna de la Facultad de Filosofía, ante docentes y alumnos de Historia. Podrá venir el señor Calleja con todos los asesores que quiera.

Sobre el tema he escrito los cuatro tomos de La Patagonia Rebelde. Nunca ningún protagonista de los hechos me inició juicio por calumnias ni siquiera pudieron demostrar que alguno de los documentos citados podría ser falso o malinterpretado. No, los militares sólo se atrevieron a quemar mis libros y a perseguirme, cosa que me costó ocho años de exilio. Mis libros fueron quemados por el teniente coronel Gorleri durante la dictadura. Ese oficial después fue ascendido a general por el gobierno de Alfonsín y eso que yo envié todos los antecedentes al Senado de la Nación, que lo ascendió igual. Así que los argentinos tenemos un general cuya especialidad es ser quemador de libros. He calculado que actualmente el general Gorleri cobra un sueldo de general, que es cinco veces el de un bibliotecario de una biblioteca popular. Realidades argentinas.

Nunca el partido radical, del señor Calleja, me desafió a un debate sobre mis libros y el film La Patagonia Rebelde. Se calló la boca. Ninguno de sus representantes dijo nada. Y ahora se atreven con el insulto barato propio de la necedad estólida. Detrás de ellos está la sombra de los asesinatos cometidos también durante el gobierno de Yrigoyen de la Semana Trágica y de los hacheros de La Forestal.

Pero, como decíamos al comienzo, esos temas no se discuten. Por ejemplo, en la misma sesión de Diputados de 1922, se recordó que la cámara había enviado tres años antes un pedido de informes al presidente Yrigoyen acerca de la Semana Trágica y sus órdenes de reprimir la huelga de metalúrgicos que exigían las ocho horas de trabajo, permitiendo la actuación de la extrema derecha encarnada en la Liga Patriótica. Pues bien, Yrigoyen nunca cumplió con ese pedido legislativo y se llamó a silencio. De eso no se habla.

Tengan los políticos la valentía de reconocer los errores. Sólo así el país podrá entrar en los verdaderos caminos de la democracia y el respeto a la vida.

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