CONTRATAPA
Naturaleza muerta
› Por Sandra Russo
¿Cuál es la diferencia entre una naturaleza muerta y un plato de frutas frescas? Los argentinos estamos en el momento justo de aprenderla. Cada día dos dimensiones de la realidad chocan entre ellas, a cada instante esas dos dimensiones libran su batalla para imponerse la una sobre la otra. De este proceso saldrá una nueva larva pegajosa o el inédito bichito de luz que imaginan millones, pero el camino está plagado de confusiones, de desatinos, de lacra vieja que se presenta como debutante.
Ahora a todo el mundo se le ha dado por “discutir ideas”. Vaya latiguillo en un país en el que las ideas no se mataban pero la gente, cómo no. Dígame dónde y a cuántos. ¿Cómo quiere matarlos? ¿De un tiro en un asalto? ¿Fusilados en una fuga? ¿Torturados en una comisaría? ¿De hambre? ¿De tristeza? ¿En un atentado nunca esclarecido? ¿En la explosión de una fábrica de armamentos? ¿Suicidados?
Ahora todos acaban de nacer de un huevo, y recién nacidos como están, inocentes, sinceros, limpitos, con el corazón en la mano dicen que quieren discutir ideas. La carrera electoral los ha envalentonado, y es que conocen el paño. Total la gente se olvida, la gente se cansa de estar escrachando políticos, puteando a los gerentes de los bancos, haciendo ruido con llaves de casas que van a ser rematadas, la gente se pudre y se conforma, les prometés cien mil puestos de trabajo o una revolución productiva y los tenés comiéndote de la mano.
Peluquines, sonrisas con todos los dientes, palos de golf, denuncias al voleo, liftings estridentes (Cavallo otra vez, Manzano otra vez, Nosiglia debe andar cerca), palabras, palabras: hagan la cuenta de cuántas veces cada candidato o precandidato dice ideas, proyecto, negociación, recursos, integración, inclusión, puestos de trabajo, consenso, renovación, reconstrucción, refundación, y siguen, siguen, siguen como si la tragedia no los rozara, como si ellos hubiesen permanecido empollando la nueva Argentina mientras la vieja se hundía.
Y la gente, es cierto, se pudre de andar recordándoles a ellos que no tienen vergüenza. La gente está agotada y está ocupada en otra cosa. Como pudo leerse en este diario el domingo pasado, hay miles de personas ocupándose de otros, adoptando a los otros, dándoles de comer en comedores surgidos de asambleas o de grupos de vecinos aislados que decidieron dejar de aislarse.
Hay gente que junto con la basura saca a la puerta de su casa huevos duros, para que esa noche, al menos alguien se quede de este lado y no se fugue al abismo de la desnutrición. Hay gente que cede, a la salida del supermercado, alguna de sus bolsas de alimentos para los hambrientos que están esperando. Hay gente que compra ramos de fresias a un peso y ya no sabe qué hacer con tantas fresias, pero las acepta para que la moneda que da no sea limosna sino una transacción lo más normal posible, algo que mantenga al que vende las fresias en un estado parecido a un trabajo de vendedor de fresias. Hay gente que inventa necesidades para que otro las cubra: Verónica está pintando su casa para darle trabajo al pintor; Alberto compra comida hecha para darle trabajo a una vecina; Marta podría y debería, dado su presupuesto, limpiar su casa, pero se niega a sumergir en el desempleo a la señora que trabaja con ella desde hace doce años. Ninguno de estos gestos es caritativo en el sentido-té-canasta. Cada uno de estos gestos son de supervivencia, de resistencia, de mayoría de edad. Cada una de estas personas hace lo que hace por el bien del otro, pero también por su propio bien. No es simple pureza de conciencia ni cielo ganado lo que subyace en estos gestos: es tierra firme, red.
Mientras los viejos y absurdos dirigentes pintan sus naturalezas muertas creyendo representar la fruta fresca, no representan nada. En las veredas la gente no se pregunta cuál es la diferencia. Está a la vista, y es una diferencia obscena.