CONTRATAPA
Patetismos argentinos
› Por Osvaldo Bayer
Bueno, basta ya de hablar de crímenes, de policías corruptos, de gendarmes coimeros y de cuentas en Suiza. Eso sólo no es la Argentina, diría algún desesperado. No, decimos, hay otra Argentina que encontramos todos los días en ventanillas y mostradores. La Argentina burocrática. Donde se nos hace cumplir estrictamente la ley y a escribir, si es necesario, diez veces, los formularios respectivos. Todo en su orden y armoniosamente. Lo hemos aprendido bien. El buen ciudadano, que no tiene los papeles en orden, será un habitante del infierno. Falta la firma. Se envió a la división Legales. No está en término, son respuestas que solimos oír cuando formamos largas colas. El caso de Luciana Feliciani y su hijo, Carlos Martín, de 12 años, es patético. Ella es argentina, pero su hijo es uruguayo. Y ahí empiezan los problemas. Claro, aquello de que San Martín hablaba de la patria latinoamericana, sí, está muy bien para una fiesta escolar, pero no para la ventanilla de documentación de Migraciones. Para estudiar, en la Argentina, país serio y de futuro, se necesita el DNI. Sin DNI, nada; con DNI, todo. El chico quiere estudiar en la antigua escuela normal de Belgrano. Pero al ir a inscribirse se oyó un rotundo no. Hijo de argentina, sí, pero uruguayo. Fue a la escuela Raggio, y recibió la misma negativa: con DNI, todo; sin DNI, nada. Aunque lo pida San Martín personalmente. ¿Pero cómo, acaso a Ibrahim Al Ibrahim no le dieron directamente pasaporte argentino y lo nombraron asesor de la Aduana sin que supiera castellano? Ante estas preguntas hubo respuestas argentinas: “Ah, bueno, pero en ese caso la orden vino de arriba”. O: “Ah, bueno, pero lo que ocurre es que Ibrahim es sirio”. Aquí paremos y miremos a San Martín y sus ideales...
Pero partamos del principio. Luciana Feliciani es una mujer de trabajo, de todo trabajo, desde tareas domésticas por hora hasta cuidado de ancianos, es una máquina de realizar tareas, hasta ha trabajado en obras de construcción. Lo que gana apenas si le alcanza. Pues bien. Ella y su hijo Carlos Martín Cánepa, de 12 años, llegan desde Uruguay a Buenos Aires. El chico tiene permiso del padre para quedarse en la Argentina. El pibe cursa séptimo grado. Mientras tanto saca el certificado de residencia (el papel dice “precaria”) por el cual la madre paga 200 pesos (solidaridad latinoamericana), 45 pesos por la revisación médica y 10 pesos por la foto. Todo lo ganado en un mes por la madre. Primero se paga, después se pregunta. Cuando el chico quiere anotarse en la secundaria le dicen: no, un no con muchas o. El asunto es que debe presentar el DNI, y para el DNI debe tener la residencia definitiva. Pero ésta no la puede obtener hasta por lo menos dentro de un año, pero sí debe presentarse cada tres meses para prorrogar la “residencia precaria”. Es decir, que va a perder el año y ni siquiera le van a dar el certificado de estudios hasta séptimo grado. Pero cómo, che, en este país tan lindo, donde a Ibrahim sólo le bastó una recomendación de arriba... Sí, che, pero el pibe Martín, oriental, hijo de Artigas, debe cumplir estrictamente con la ley porque es pobre. Y si no puede estudiar, que vaya a trabajar... De cartonero. Pero ojo, que para eso necesita permiso, siendo uruguayo. (Qué hermoso sería que los docentes y los alumnos del normal de Belgrano o de la Escuelas Raggio se unieran y le hicieran un camino tomados de los brazos, para que el uruguayito Martín pueda estudiar a pesar de la burocracia egoísta y grosera. Y que le canten: “Vení, uruguayito, que contra el saber no hay certificado que valga”. Entonces sí que aquel liberador llamado Artigas sonreiría en el cielo de la Libertad.)
Pero no debemos ser injustos. En estos días, el Gobierno se preocupó de los niños. Por ejemplo hasta de ellos se habló precisamente con los militares. A uno lo deja estupefacto la foto de Duhalde en Córdoba rodeado por gordos y sonrosados comandantes de la Aeronáutica, entre ellos el jefe de la Fuerza Aérea, Walter Barbero. Se habló de todo lo que conocemos y nunca existió: heroísmo, patriotismo, sacrificio, gloria eterna. Hasta del “futuro” de la Patria: los niños. Sonriente, el ministro de Defensa, el radical Jaunarena, se inclinaba hacia los uniformados y llevaba un sobretodo parecido al que llevan los suboficiales. Nos parece que era justo el momento en que Duhalde les hubiera dado la misión a los rozagantes oficiales argentinos que desde ahora van a tener un solo deber: buscar a los niños secuestrados durante la dictadura con la que ellos tanto colaboraron –recuérdese el campo de concentración Mansión Seré, para más datos, lugar del horror y la cobardía– tiene que ser para ellos un deber insustituible: tratar de reparar lo que las tres fuerzas hicieron. Si lo rechazan es tal vez por consejo de Jaunarena o por un uniformado terror a la verdadera justicia.
Lo mismo decimos de la visita del general Brinzoni y el almirante Stella a Duhalde donde le exigieron que se terminara con los juicios a los militares por la desaparición de personas. En vista a la acusación contra Galtieri, autor del bestial asesinado de los dos ciegos de Rosario y del robo de su casa y pertenencias. Duhalde también tiene la solución en las manos: ordenarles a Brinzoni y a Stella que desde ahora su única misión debe ser la localización de los desaparecidos, de todos, sin excepción ya que ellos y su organizaciones fueron los culpables de tal latrocinio. ¿Qué esperan los gobernantes argentinos para dar esa orden?
Quien vaya a visitar las ruinas del campo de concentración Club Atlético se va a dar cuenta de la bajeza, de la cobardía y de la brutalidad de los cerebros uniformados para con los prisioneros. Los calabozos, las salas de tortura, el aspecto dantesco de las paredes y el ambiente. ¿Cuándo los gobiernos argentinos van a dar la orden de la obligatoriedad de las visitas por miembros de las Fuerzas Armadas de esos espectrales lugares de la maldad y la ferocidad? Muy bien al equipo de la Ciudad de Buenos Aires que está haciendo el trabajo de relevar lugar por lugar ese antro de la crueldad militar. Con una minuciosidad científica y con un deber lleno de dolor, vimos a las jóvenes mujeres y hombres reconstruir ese pasado que nos avergüenza. Ese es verdadero trabajo para nuestra historia y para dar las huellas de un futuro sin crimen ni autoritarismos demenciales.
Uruguayito Martín, de madre argentina, que quieres estudiar en una Argentina de frutos generosos: también hay argentinos nobles que te van a abrir el camino a las escuelas del saber, a pesar de las ratas y los burócratas. Sí, hay argentinos nobles como esos estudiosos que están reviviendo el trágico pasado nuestro, clasificando piedras y correajes abandonados de milicos, en los que fueron sus trágicos campos de concentración.