› Por Immanuel Wallerstein *
El concepto de no proliferación nuclear ha estado en problemas desde el bombardeo atómico en Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Aunque la conmoción inicial condujo en todo el mundo al sentimiento de que esta arma debía desaparecer de alguna manera, desde entonces este sentimiento ha ido perdiendo respaldo. El concepto cojeó durante 62 años, lo que es mucho tiempo, considerando lo improbable que fue siempre que un país renunciara a contar con las poderosas armas que otras naciones poseían. Sin embargo, la Iniciativa de Cooperación Nuclear Civil Estados UnidosIndia, anunciada oficialmente el 27 de julio de 2007, puede ser considerada el clavo final en el ataúd de una idea sin esperanza.
Toda la historia relativa a las armas nucleares ha sido una de miedo a los otros. En el verano de 1939, aun antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, Leo Szilard, importante físico, muy preocupado de que la Alemania nazi pudiera construir bombas atómicas y que las hiciera mucho antes que Estados Unidos, apuntaba que Alemania ya había frenado la exportación del uranio de la Checoslovaquia ocupada por los alemanes. Persuadió entonces a Albert Einstein de escribir su famosa carta al presidente Franklin D. Roosevelt, en la que le llamó la atención sobre esta situación y sugirió que el gobierno estadounidense debía respaldar con urgencia la investigación en este campo.
Esto condujo al Proyecto Manhattan, en el cual durante toda la guerra los científicos nucleares trabajaron en la producción de una bomba atómica. Alemania nunca logró resolver los problemas técnicos para hacer esto, pero Estados Unidos sí lo logró. El 16 de julio de 1945, dos meses después de que se rindiera Alemania, el Proyecto Manhattan condujo la llamada Prueba Trinity en Los Alamos, la primera explosión nuclear controlada que se haya hecho jamás. Estados Unidos tenía la bomba.
Estados Unidos seguía en guerra con Japón, el cual, en ese entonces, no estaba desarrollando armamento nuclear. La cuestión era si debía usarse o no la bomba en la guerra contra Japón. Como sabemos, el presidente Harry Truman decidió arrojar dos bombas, una sobre Hiroshima el 6 de agosto y otra sobre Nagasaki el 9 de agosto. Los japoneses ofrecieron su rendición el día 10. Ha habido un largo debate en torno a por qué Estados Unidos arrojó las dos bombas. La explicación oficial es que esto acortó la guerra y como tal se salvaron vidas estadounidenses. No hay duda de que es cierto que acortando la guerra se salvaron vidas estadounidenses, obviamente al costo de muchas vidas japonesas.
La decisión del momento para arrojarlas siempre ha sido sospechosa. Sabemos que la Unión Soviética había prometido entrar en guerra contra Japón exactamente tres meses después de que terminara la guerra con Alemania. Los alemanes se rindieron el 8 de mayo, y como tal la URSS estaba programada para declararle la guerra a Japón el 8 de agosto, lo cual hizo. La bomba sobre Hiroshima se arrojó el día 6. Parece plausible sugerir que uno de los mensajes de Estados Unidos a la Unión Soviética en la elección de dicho momento fue: nosotros tenemos la bomba –que funciona– y ustedes no. Así que ¡cuidado!
En su manifiesto al pueblo estadounidense del 6 de agosto, el presidente Truman dijo que Roosevelt y Winston Churchill habían acordado en 1940 un programa conjunto de desarrollo nuclear, y por lo tanto estaba compartiendo la tecnología de la bomba atómica con Gran Bretaña. En este punto, Gran Bretaña se convirtió en la segunda potencia nuclear. Estados Unidos intentó frenar la proliferación ahí. Obviamente Moscú no estuvo de acuerdo y en 1949 consiguió su primera explosión atómica y después la explosión de una bomba de hidrógeno, en 1953. El mundo entró en un período de destrucción mutua asegurada (DMA). Para muchos, este “balance” entre las capacidades estadounidenses y soviéticas tiene el crédito de impedir que la llamada guerra fría se volviera una guerra caliente.
Tanto Estados Unidos como la Unión Soviética habrían sido muy felices si la proliferación hubiera parado ahí. Esto de ninguna manera les convino a los más ruidosos, indisciplinados y poderosos aliados de cada uno, Francia y China. Ambos pensaban que era esencial obtener armas nucleares como modo de mantener bajo control político a su más poderoso aliado. La primera explosión de Francia ocurrió en 1960 y la de China en 1964. El mundo había llegado a un punto donde los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas poseían capacidad nuclear. Los cinco intentaron frenar la proliferación ahí.
En 1968, un gran número de países firmó el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP). El tratado “reconocía” a los cinco miembros del Consejo de Seguridad como potencias nucleares. Este contemplaba que habría de entrar en efecto cuando Estados Unidos, Gran Bretaña, la Unión Soviética y otros 40 países más lo ratificaran, lo cual ocurrió en 1970. Eventualmente Francia y China ratificarían el tratado en 1972 y en su cúspide un máximo de 187 países lo ratificaron.
El TNP tenía tres pilares: 1) las cinco potencias nucleares “reconocidas” prometían no ayudar de ninguna manera a ningún otro país a convertirse en potencia nuclear; 2) los mismos cinco países prometían emprender pasos hacia el desarme efectivo; 3) a todos los otros países se les hacía la promesa de ayudarlos con los usos pacíficos de la energía atómica.
Ninguna de estas disposiciones ha sido bien respetada. Primero, aunque los cinco “reconocidos” sólo ocasionalmente hayan ayudado en forma directa a otras potencias a convertirse en estados nucleares, estos otros estados sí buscaron lograrlo por sí solos. Segundo, no ocurrió desarme significativo alguno. Más bien lo contrario. Las cinco potencias “reconocidas” han expandido sus arsenales nucleares, en particular Estados Unidos. Y la previsión relativa a los usos pacíficos de la energía atómica se ha vuelto extremadamente controvertida, debido a que Estados Unidos ha llegado a considerar que ésta es una ambigüedad que permite que “otros” países prosigan internándose sin impedimentos por el camino del desarrollo nuclear.
En cualquier caso, como sabemos, tres países rehusaron firmar el TNP: India, Pakistán e Israel. Los tres desarrollaron armas nucleares. En teoría, Estados Unidos tomó medidas para castigar a India y Pakistán (que nunca negaron su desarrollo atómico). Siempre se ha mantenido en silencio respecto de Israel (que nunca ha admitido su desarrollo nuclear, pese a que todo el mundo está consciente de éste). En 2003, Corea del Norte se retiró del TNP y luego admitió ser una potencia nuclear.
Estados Unidos alega que Irán desarrolla armamento nuclear, y hay muchas razones para suponer que esto es así. En los últimos pocos años ha habido declaraciones ambiguas de un gran número de otros países que parecieran estar ya en el proceso de desarrollar tales armamentos o a punto de lanzar proyectos así. Y en cuanto al reciente tratado entre Estados Unidos e India, ofrece asistencia considerable de Washington a Nueva Delhi en la esfera del desarrollo pacífico sin constreñir de ningún modo a India en su desarrollo de armamento nuclear. De este modo, es claro que está premiando, no castigando, a India. Y la interpretación correcta que todo el mundo da al tratado es que, cuando le convenga a sus objetivos políticos, Estados Unidos no se opondrá a la proliferación. Entonces, ¿por qué cualquier otro habría de restringirse?
Los romanos tenían un refrán: De mortuis nihil nisi bonum dicandum est. No hables mal de los muertos. La no proliferación ha muerto, nihil nisi bonum.
* Director del Centro de Estudios Fernand Braudel de la Universidad de Bringhamton. Autor de El moderno sistema mundial, entre otras obras. De La Jornada de México. Especial para Página/12.
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