› Por Eric Nepomuceno *
Por estos días, el Supremo Tribunal Federal, corte máxima de la Justicia brasileña, decidió aceptar la petición del fiscal general de la república, y bajo intensa presión de la prensa determinó que los integrantes de la denuncia presentada –40, en total– sean declarados reos en un juicio que podrá extenderse por hasta cinco años más. Son los supuestos responsables y beneficiados por un esquema de corrupción denunciado en 2005 y conocido por mensualazo, que implicaría dotaciones mensuales a parlamentarios para que votaran de acuerdo con los intereses del gobierno. Hasta ahora, no se pudo comprobar que ese esquema haya funcionado. Hubo, eso sí, y como siempre, amplia distribución de dinero no declarado para campañas electorales. Condenable, por cierto. Pero ha sido como siempre, sin nada nuevo.
En las semanas anteriores, Lula ya había enfrentado una serie de percances que significarían, para cualquier presidente y en cualquier país, una evidente muestra de acelerada pérdida de apoyo político y social. Los medios brasileños de comunicación, unánimes y unísonos en su campaña, no ahorraron espacio y análisis contundentes a esas muestras tangibles de decadencia. La aparición de un movimiento encabezado por la flor de la elite empresarial y financiera, cuyo nombre de bautismo –“Me cansé”– no puede ser más claro, sería otro indicio de rechazo.
Y sin embargo, los últimos sondeos de opinión pública indican irremediablemente que la figura de Lula da Silva sigue inmune a todo. Para desesperación y frustración de los más ínclitos representantes de las elites brasileñas, el presidente sigue petrificado en sus niveles de aprobación popular. Para 48 por ciento de los encuestados, su gobierno es óptimo o bueno, y para otro 36, regular. Y en ese escenario, frente al espanto y al estupor de los beneficiados de siempre provocados por esa muestra de la terquedad de la gente, surgen bramidos coléricos: “¡Me cansé!”.
Sería risible, si no fuese ofensivo. Lo más grave es que hay quienes lo toman en serio, inclusive fuera de Brasil. Al fin y al cabo, ¿de qué se quejan los cansados de Lula, a cuya cabeza marchan un agente de eventos cuya última hazaña ha sido promover un desfile de modas para perritos de madame y un abogado cuyos clientes más notorios son una pareja de obispos electrónicos atrapados por entrar a los Estados Unidos cargando una sonora cantidad de dólares no declarados? En su primera movilización lograron reunir en San Pablo a 2 mil personas. Dos mil, en una ciudad de 15 millones.
¿De qué se cansaron los cansados de Lula? En el primer semestre de 2007, la banca brasileña registró, en su conjunto, un lucro de 7220 millones de dólares. Eso corresponde al 22,5 por ciento del total de lucro de todas las empresas del país. El sector de petróleo y gas, que emplea miles de veces a más, ganó 5700 millones de dólares. El real sobrevaluado promueve un festín de importaciones, y la clase media viaja al exterior como quien va al café de la esquina. ¿Estarán cansados de tantas bondades, los cansados de Lula?
En la otra mano están los cansados de siempre, los que saben como nadie lo que significan inmensas y humillantes filas en un servicio de salud perverso y cruel, que los condena a ser más condenados de lo que ya son. ¿Por qué los que se escandalizan con las filas de embarque en los aeropuertos no los convocan para su movimiento patriótico? ¿Y qué decirles a los cansados de esperar por una reforma agraria que nunca llega? ¿Por qué los capitanes de la devoradora agroindustria no los invitan para juntar fuerzas en su protesta?
* Periodista y escritor brasileño. Su último libro es O massacre, recién aparecido en Brasil.
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