CONTRATAPA
El pasado
› Por Sandra Russo
“No podemos pasarnos los próximos cuarenta años hablando de los cuarenta que pasaron”, decía, primaveral, un inolvidable y ligeramente insoportable José Sacristán en aquella película, Solos en la madrugada, que aquí se vio ritualmente cuando todavía no teníamos estética democrática y bebíamos gota a gota cada licuado que en esa materia nos llegaba desde España. Es que en España, en los 80, tampoco tenían estética moderna, estaban a más de un siglo mental de convertirse en europeos y en vanguardistas. Los primeros vientos postfranquistas soplaron como un refrito atosigado de lo que durante décadas no había podido soplar. Era un momento de largos parlamentos, de moralejas, de mensaje. Después de tanto silencio y tanto cura dándole forma al mundo, qué más daban, qué más se podía pedir que aquellas películas aleccionadoras, atravesadas por su ideología, psicobolches, uf, zurditas, llenas de antropólogas y periodistas, de separados, de madres solteras, de alcohólicos, de gente sin un duro pero con ideales.
Después los ideales pasaron de moda, España entró en Europa, Sacristán envejeció, ya habían dado por cuarta vez Los gozos y las sombras y las copias eran malas, Galicia se puso top, Barcelona ni hablar, acá Alfonsín pasó con más pena que gloria, vino Menem, comimos tofu o sushi según nuestras respectivas procedencias, los pulóveres peruanos se hicieron insostenibles, el mundo nos llegaba por delivery o por la web, comprarse un cartucho de impresora no era drama, y de pronto, ciertos temas que incluso la gente más a tono con la época en la Argentina siempre supo respetar y calibrar, como por ejemplo el terrorismo de Estado, empezaron a sonar levemente extemporáneos.
“¿Vos trabajás en Página/12?”, me preguntó hace algo menos de un año un diseñador. Asentí. “¿Por qué no se modernizan?”, siguió él, y agregó: “Esas fotos, siempre esas fotos, deprimen con esas fotos, te amargan de entrada”. Se refería a los recordatorios. A las fotos y los textos con los que cada día los familiares y amigos recuerdan a quienes desaparecieron hace más de veinticinco años. A las víctimas del terrorismo de Estado. “Está bien recordar, pero en algún momento hay que empezar a dar vuelta la página”, dijo él. Y yo me acordé de José Sacristán diciendo “no podemos pasarnos los próximos cuarenta años hablando de los cuarenta que pasaron”, y me pregunté lo más honestamente posible si esa frase, que en la película significaba la expectativa de futuro, el hartazgo del monotema del franquismo, la posibilidad de pensarse a sí mismo como otra cosa que aquel a quien alguien o algo le pudrió la vida, era aplicable ya en este país. Y entonces, pocos meses antes de que estallara el cacelorazo, me contesté que no. Que los recordatorios seguían siendo necesarios. Que a pesar del delivery y de la web no somos holandeses, ni siquiera españoles, sino éstos, todavía amigos o hijos o padres o vecinos de esos chicos y chicas que desde el blanco y negro de sus fotos carnet ya ajadas no tienen derecho a negarles el mínimo gesto del recuerdo.
Para ese entonces, quiso la casualidad que una de las revistas culturales catalanas más exquisitas, la B-Guided, dedicara una extensa nota a los recordatorios de este diario. En el útero del mundo del arte conceptual, me enteré entonces, se libraba, a partir del tema del Holocausto, una discusión sobre la vigencia o no de “los monumentos”. Y había quien sostenía que hoy el concepto de monumento ya no sirve y que, en cambio, era necesario hacerlo funcionar como algo vivo, algo así como un aviso en un diario. Descubrieron, a través de la revista Ramona, que eso ya lo hacía desde hace quince años Página/12, con los recordatorios dedicados a los desaparecidos de la última dictadura militar. Y hablaron de esos recordatorios no ya como un acto ético y político, sino como un hecho de arte conceptual. Hoy, martes 20 de agosto, veo que junto a los recordatorios habituales se repite el de Miguel Bru, desaparecido en el ‘93. Y en la cabeza se me mezcla su cara con las de Missing Children, esas otras fotos de chicos aparentemente fugados de sus casas que ahora, a la luz del estiércol bonaerense desparramado después del asesinato de Diego Peralta, tal vez sean las fotos de algunos chicos fusilados por escuadrones de la muerte. Y creo hoy, como hace un año, que es extremadamente equívoco y peligroso hartarse de tener memoria, o dar vuelta algunas páginas del pasado, porque el pasado sigue al acecho. Seguimos necesitando recordar.