Jue 22.08.2002

CONTRATAPA

Sueño

› Por Antonio Dal Masetto

Nos juntamos en el bar para una charla amable y, tarde o temprano, inevitablemente terminamos hablando de los malvados. Cómo se hace para parar a los malvados, nos preguntamos. Siempre son cómplices de la policía o son policías, son cómplices de los políticos o son políticos, son cómplices de los jueces o son jueces. Estamos atrapados. ¿Habrá que acudir a la Policía Montada de Canadá, a los jueces de Islandia, a los institutos de rehabilitación de delincuentes de Suecia?
Hay una paisano acodado en la barra que se está tomando una ginebra y pide la palabra. Cuenta que viene de un pueblo perdido en el Chaco. Gente trabajadora y solidaria. Hasta que un día, entre ellos, por esas cosas del destino, surgieron cuatro chorros.
–Cuatro auténticos malvados, como dicen ustedes. Los tipos se robaban parte de las cosechas, saqueaban el molino colectivo, se metían en las casas a rapiñar de noche. Estaban enquistados en nuestra comunidad y no podíamos sacarlos de ninguna manera. La policía se encontraba a 300 kilómetros de distancia, el juez lo mismo. También nosotros, como ustedes, estábamos atrapados.
–¿Pudieron resolverlo?
–Lo conseguimos gracias a la voluntad colectiva. Según nuestra humilde experiencia, cuando la voluntad colectiva entra a funcionar de verdad, es imbatible.
–Un poco más de precisión, por favor, paisano, que acá andamos con algunas necesidades urgentes.
–Resulta que un día, el más viejo de nosotros, hombre de más de cien años, nos contó que mientras dormía una voz le había sugerido que la gente del pueblo se reuniera y, siempre soñando, juzgara a los malvados por sus fechorías.
–¿Soñando?
–Tal cual. El anciano nos pidió que esa la noche nos fuéramos a dormir y todos soñáramos lo mismo. Así lo hicimos.
–¿Para el juicio?
–Sí.
–¿Y los malvados?
–Cuando se enteraron de lo que se les venía, hicieron todo lo posible para no dormirse, pero finalmente los venció el sueño.
–Por lo tanto, en el juicio estaban todos.
–Grandes y chicos. Fue un juicio muy animado, con jueces, acusadores, defensores y un gran jurado integrado por el pueblo entero. La defensa fue inteligente y apasionada. La acusación, implacable y precisa. El jurado deliberó y los malvados fueron encontrados culpables. Los jueces dictaron la sentencia.
–¿Y qué pasó?
–Inmediatamente los sentenciados se despertaron en sus casas, apoyaron el brazo derecho sobre un tronco y se cortaron de un certero hachazo la mano que había robado. Los aullidos que sacudieron y arrancaron a los habitantes de todo el pueblo del sueño confirmaron que la sentencia se había cumplido. Y que la voluntad colectiva se había impuesto.
–¿Y después?
–Desde entonces, los cuatro mancos andan por el pueblo arreglándoselas con una mano sola y sirviendo de ejemplo de lo que no se debe hacer.
–¿Hubo mancos nuevos en el pueblo?
–Nunca más.
Ahora en el bar reina el silencio. Nadie habla. Durante un rato sólo hay intercambios de miradas. Después, uno bosteza. Otro también. Todos bostezamos largamente.
–Me agarró un poco de sueño –dice uno. –A mí me agarró una modorra terrible y además unas ganas bárbaras de soñarme algo interesante –dice otro.
–Yo también me estoy durmiendo y quisiera tener un lindo sueñito de esos que te dejan el corazón tranquilo.
–Ya veo que estamos todos en la misma –dice el Gallego–, así que voy a poner un cartel en la puerta: “No molestar, gente soñando”.
Todos cruzamos los brazos sobre las mesas, apoyamos la cabeza, cerramos los ojos y nos dedicamos a hacer noni noni.

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