› Por Juan Gelman
A comienzos de agosto, parlamentarios rusos desembarcados de un minisubmarino plantaron la bandera de su país a cuatro kilómetros del Polo Norte en cumplimiento de una misión: hacer manifiesto el reclamo de soberanía del Kremlin sobre la cordillera Lomonosov. Tiene de 60 a 200 kilómetros de ancho, una altura de 3300 a 3770 metros de los que unos 1000 están bajo el agua y sus 1800 kilómetros de largo parten el Océano Artico por la mitad. Atraviesa el Polo Norte y se extiende entre las nuevas islas siberianas de Rusia y la isla canadiense Ellesmere y Groenlandia. Fue descubierta en 1948 por Mijail Lomonosov, un científico de la ex URSS, y Rusia sostiene que es una extensión de Siberia. Dinamarca –vía Groenlandia– y Canadá, que es una continuación de sus masas territoriales. La disputa es ardua e incluye a EE.UU. que, con Noruega, Finlandia, Islandia y Suecia es uno de los ocho países que bordean una superficie marina que se está deshelando. La razón del diferendo es idéntica a la que motivó la ocupación de Irak y Afganistán: se estima que las entrañas de la región guardarían hasta el 25 por ciento de las reservas mundiales de petróleo y gas natural (Moscow Times, 3-8-07). El US Geological Survey ha corroborado esta apreciación (CNNMoney.com, 25-10-06).
El clima del Artico ha bajado un promedio de 2 grados y puede descender otros 8 a 10 antes del año 2100, pero Canadá y Dinamarca lo calentarán aún más: en las próximas semanas, una expedición conjunta de científicos de ambos países perforará la cordillera submarina en 11 puntos diferentes a fin de sustentar las demandas de Ottawa y Copenhague. Las fuertes olas submarinas que provocarán las explosiones serán rastreadas por sismógrafos digitales esparcidos a lo largo de toda la cordillera Lomonosov (Terramérica, 6-9-07). Otra vez la mano del hombre corrigiendo la Naturaleza para mal.
Washington se ha rehusado a aprobar la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982 (Unclos, por sus siglas en inglés), que Rusia y Canadá ratificaron. La costa ártica estadounidense es más pequeña que las de Rusia, Canadá y Dinamarca: se extiende desde el estrecho de Be-hring hasta la frontera con Canadá del noreste de Alaska, pero el Pentágono ha instalado allí varias bases militares pues la vertiente norte de Alaska asomada al Océano Artico es rica en oro negro. Fue una de las primeras zonas de explotación del petróleo ártico. La Unclos establece que la anchura del mar territorial de un país es de 12 millas náuticas y le concede una zona económica de 200 millas náuticas en las que tiene derechos exclusivos de explotación del lecho marino. Moscú, con la costa ártica más extensa, reclama su soberanía sobre una superficie de casi 1,2 millón de kilómetros cuadrados de la plataforma submarina. Para contrarrestar esa pretensión, EE.UU. necesita la compañía de Canadá y Dinamarca y algo más: jurisdicción sobre sus territorios norteños, que la Casa Blanca considera estratégicos tanto militar como económicamente. Y ha tomado sus medidas.
EE.UU. creó el Comando Norte en 2002 y Canadá aceptó el derecho estadounidense a desplegar tropas en su suelo, también en los territorios árticos. A la vez, tropas canadienses pueden cruzar el límite con EE.UU. “si el continente fuera atacado por terroristas que no respetan las fronteras, según anunciaron funcionarios de ambos países” (Edmunton Sun, 11-9-02). Y luego: en abril del 2006 Canadá ratificó la reactualización del Acuerdo de Defensa del Espacio Aéreo Norteamericano, por el que buques estadounidenses de la marina y de la guardia costera pueden navegar las aguas territoriales canadienses, las del Artico incluidas. Y en Dinamarca, la fuerza aérea de EE.UU. opera en la base Thule, ubicada en suelo groenlandés a más de mil kilómetros adentro del Círculo Artico y a unos 1500 al sur del Polo Norte terrestre. Esta base alberga al Tercer destacamento del 22º Escuadrón de alerta espacial, una pieza del sistema antimisilístico global, que es más global de lo que parece.
Ottawa participa del esquema como socio menor de Washington: en julio de este año, luego de consultar con la Casa Blanca, decidió construir instalaciones militares en Resolute, la segunda comunidad más al norte del país. Peter MacKay, ministro de Relaciones Exteriores de Canadá, llegó a decir: “Está claro. Es nuestro país, es nuestra propiedad, son nuestras aguas”. A la oscuridad todavía imperante en el Polo Norte se le ha sumado otra: el Artico forma parte del proyecto hegemónico de EE.UU. que abarca al mundo entero y entraña el control de sus fuentes energéticas. Es la llamada “batalla del petróleo”, que se convierte en guerra y hoy cobra víctimas en Medio Oriente. Mañana, vaya a saber dónde.
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